Cinco Elementos. El Viaje de Antorique.

25. Dos cabezas piensan más que una. Tres es mucho.

—¿Ahora pretendes ser un vigilante? ¿Qué fue esa última amenaza? “No se les ocurra escapar de aquí” —preguntó Jasmine repitiendo la advertencia de Tori, es una imitación que hacía al vagabundo parecer víctima de severos problemas mentales.

—¿Hm? Siempre sospeché que tu cerebro no se había desarrollado correctamente, enana, lo siento mucho por…

—¡Estoy imitándote, idiota!

—Parecía bastante natural para mi… —Respondió Tori de forma casual. Ambos caminaban por el corto pasillo que llevaba del pequeño calabozo al aire libre de Cumbre de Lirio.

—¡BAH! Mal agradecido… En fin ¡Te hice una pregunta!

—¿Me hiciste una pregunta? —Tori encendía un cigarrillo mientras comenzaba a sacar de quicio a la niña.

La chica prefirió dejar el tema antes de perder la paciencia y saltó a su otra gran inquietud, tenía poco tiempo antes de llegar a la salida, donde seguro no podría sacarle información al vagabundo.

—¿Sabes ocultarlo? ¿O eres tan debilucho que el detector pasa de ti? —Tori había pasado la prueba del “detector de magos”, que si bien estaba lejos de ser un aparato de última generación, al menos en el papel hizo su función en la época donde la persecución era más recurrente en pueblos pequeños. Esto, como muchas otras cosas, despertó la curiosidad de Jasmine.

—Hm ¿Ambas? —dijo Tori botando el humo y reprimiendo una carcajada. Jasmine soltó algo bastante similar a un bramido de furia—. Ah ¡Qué poca paciencia! ¡Deberías practicar con Octavio! ¡Y hablando del pobre diablo! —continuó el vagabundo, mirando al otro lado de la semi abierta puerta de salida, donde podía vislumbrar a un aterrado acólito corriendo de un juguetón y enorme toro negro.

Cuando el joven vagabundo y la pequeña hija del alguacil abandonaron el pequeño recinto de detención, Babi abandonó la persecución de Octavio y se dirigió contento a saludar a la chica, no sin antes tumbar a Tori al suelo de un “sutil” cabezazo en la boca del estómago.

—Babi. ¿¡Quién te ordenó volver!? Aun no termino de hablar con este mamarracho —dijo en reprimenda, Jasmine, lo que provocó en el animal un mugido de tristeza—. ¡Oh! ¡Está bien, toro malo! —La niña procedió entonces a tomar del cuello al enorme Babi hasta colgarse de éste. El toro por su lado comenzó a dar cabezazos al aire intentando quitarse a la chica de encima. En un particular juego, Babi sacudía feliz y violentamente su cabeza de un lado a otro, mientras que —azotándose en el aire cual muñeca de trapo— Jasmine intentaba no salir despedida.

“Pequeña sicópata”, pensó Tori, a la vez que un jadeante Octavio corría hacia él.

—Sepa usted disculparme, Antorique. Vengo en nombre del Guardián Robben a arreglar el lamentable malentendido, sin embargo verá usted las razones por las cuáles no he podido entrar previamente…

—¡Silencio, acólito! Si entré antes es porque estoy aquí desde antes. ¡A diferencia tuya no corrí a ningún templo abandonando a mi compañero! —gritó Jasmine desde el aire.

—¿Y qué se supone que hiciera luego de que el muy imbécil gritase “Bola de fuego” frente a la mitad del pueblo? —Octavio perdió toda la formalidad y el respeto mostrado en su primera intervención.

—¡Achuuu! La chica tiene razón ¡Acólito traidor! ¡Dame el dinero ahora! —dijo Tori estirando una mano con la palma hacia arriba.

—¿De qué dinero estás hablando ladronzuelo de quinta?

—¡Es verdad, adentro confesó que prefería el hurto sigiloso!

—¡Ah! ¿De qué lado estás, enana?

—¡Calmarse por favor! —Una cuarta voz, serena pero firme interrumpió el todos contra todos—. ¡El maestro sabe por qué hace las cosas! —dijo el enorme George, quién —con la cabeza brillante a falta de cabello— levantaba un enorme puño para darle un pulgar arriba y una sonrisa cómplice a Tori.

—¡Que no es maestro de nada! —exclamó Octavio llevándose la mano a la cara.

—¡Tú deberías estar encerrado, cabeza de rodilla! —gritó Jasmine indicando al enorme calvo con el dedo.

—¡Es cierto, el maestro lo sabe! Bien dicho… tú, eh… Calvito, quién quiera que seas… Suponiendo que sea yo el maestro —dijo Tori cruzándose de brazos.

“El maestro… incitando a buscarme a mí mismo ¡Qué gran hombre!”, pensó el grandote —y delirante— George, llevándose una mano al pecho.

—¡Que no es maestro de nada! —repitió Octavio ofuscado.

—¡No he vuelto a decir nada!

—¡Pero lo estás pensando, es evidente! ¡Ah, el guardián Robben!

El anciano Guardián de la Fe, se acercaba a paso firme.

—Bueno, bueno, equipo. ¡Espero sepan disculpar que los aleje de su maestro por unos minutos! —dijo el anciano sonriendo—. Necesito hablar contigo, Antorique Veluard.

—¡Esto es por orden de llegada anciano senil! —gritó Jasmine a lo lejos.

—¡Ten respeto por el Guardián! —respondió Octavio. Comenzando una nueva discusión sin rumbo, la que Robben aprovechó para llevarse al joven vagabundo.

El enorme y calvo George despidió a su “maestro” con dos pulgares arriba y una sonrisa que resplandecía con el sol.

“En serio ¿Este quién es?”, pensó Tori mientras finalmente se alejaba del recinto de detención.

—¡Bueno! Usted dirá, señor Guardián —dijo Tori, mezclando un estornudo con un bostezo —en una nueva hazaña— invitando a hablar al sacerdote.

—¿Sabías que el gran camino de Emérico comenzó con sus discípulos rescatándole de un aprisionamiento injusto? —Era una pregunta retórica, la historia de Emerico era de conocimiento universal—. Siempre he pensado que, lejos de la solemnidad con la que aparece relatado en las escrituras, ese comienzo de viaje fue algo bastante más mundano y vulgar… Justo como tú y tus nuevos seguidores, joven vagabundo. Te has hecho popular bastante rápido ¿No? —A pesar de que el sacerdote hablaba de buena fe, Tori soltó una carcajada e incluso aplaudió un par de veces al escuchar las palabras de Robben.

—Supongo que en su planeta, señor Guardián, compararme con Emérico es un halago —Tori hablaba genuinamente divertido—. Sin embargo en mi planeta no lo es. ¡Oh, no lo es! —continuó. Se tomó el tiempo para encender un cigarrillo antes de continuar hablando. El Guardián Robben le observaba con curiosidad.— Sin embargo, como —estoy seguro— esa comparación es probablemente pecaminosa e inaceptable en varias naciones del continente… Le escucho, anciano Guardián. Pídame lo que quiere pedirme. —sentenció el vagabundo, botando humo hacia el cielo, con una sonrisa de diversión infantil.



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En el texto hay: fantasia, viajes, magia

Editado: 25.04.2024

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