Cinco Elementos. El Viaje de Antorique.

38. Le Mat, le Diable, la Mort, la Papesse.

—¡Bueno, bueno! ¡Así que el pequeño Tori nunca ha sido aceptado en ningún lugar! Oh, lo siento… es más correcto afirmar que las únicas personas que alguna vez quisieron al pequeño Tori ¡Están pudriéndose metros bajo tierra! —gritó Castellanos. Acompañando su declaración con una carcajada estridente.

—¿Hm? —el vagabundo, con sangre brotando en pequeñas gotas por su cuello y el costado de su abdomen teñido de rojo, miró al demonio con expresión de ira. Carlino volvió a reír satisfecho y extasiado.

—¿Quieres saber cómo se sintió mami antes de morir, pequeño Tori? —preguntó con sarcástica empatía—. ¿O quizá qué pasó con el tierno abuelito Veluard? —Carlino disfrutaba observar como el semblante de Tori se deformaba, en una mezcla de ira y tristeza.

—¡Repite eso, demonio! —gritó Tori amenazante. Carlino, retomó la sonrisa soberbia que había ido perdiendo a medida que pasaba la batalla.

—Dije, que tu pobre abuelito… Y tu tierna madre… —El demonio, burlón y macabro, no alcanzó a terminar, cuando Tori ya saltaba hacia él, con los dientes apretados, el ceño fruncido y una notoria intención asesina.

Castellanos preparó entonces la Espiral de Tierra más destructiva que se pudo permitir, juntando ambas manos, para aniquilar al vagabundo con solo un poderoso golpe. Sabía que un enemigo molesto atacando en línea recta era más sencillo de acertar, y tenía también claro que Tori estaba agotado y herido.

El mago, sin embargo, aterrizó a la mitad de su recorrido, en sus piernas y una mano, para en un movimiento veloz, cambiar ligeramente la dirección, pasando a un par de metros del demonio, quién le observó desconcertado.

—¡Oh! No solo eres aburrido, eres decepcionantemente predecible —dijo Tori arrastrando las palabras, con voz de hastío. Castellanos, perplejo, se dio la vuelta y observó al vagabundo cargando a una mujer en sus brazos.

—Pero qué…

—¡Oh! ¡Te tragaste la actuación! ¡Otra vez! —La afirmación de Tori hizo al demonio volver a la locura y abalanzarse hacia él, enceguecido por la rabia. El vagabundo mandó al suelo a Carlino de una patada en el pecho… patada que le recordó que la zona de su corazón había sido quemada previamente, y que su flujo energético era todavía más errático que antes.

—¡Maldito… MALDITO HUMANO! —gritó Castellanos en la cúspide de la ira, tomando una vez más energía del domo.

—Sí, sí, como sea… —dijo Tori con desprecio en los ojos—. Me largo… ¡Ah! ¿No crees que a tu ama en Serenia y a tu señor en el reino espiritual les parecería mejor opción un humano como yo? ¡Oh! Es que hasta para ser un demonio eres mediocre. —Tori habló con crueldad burlona, sacando la lengua entre las filas de sus dientes que lentamente se dejaron ver en una sonrisa enorme, asimilable a la de un bufón sicótico.

—¡NO VAS A NINGUNA PARTE! —gritó Castellanos, usando toda su energía para, con tejido muscular detener el sangrado de su corazón, e impedir a Tori escapar. El vagabundo, por el cuál sentía un odio que, incluso como demonio le era nuevo, llevaba consigo además el cuerpo de Caterina Bellini, para el que Carlino ya tenía planes.

Así, a pocos segundos de iniciada su carrera, el demonio vio a Tori juntar los dedos, y con temor intuyó —demasiado tarde— lo que venía. “Los dedos encendidos… atravesando mi pecho, justo antes de caer al río… Te odio con todo mi ser, Antorique Veluard”.

Entonces el chasquido sonó, y desde el interior del cuerpo de Carlino Castellanos, se desató la explosión que le reventó gran parte del costado izquierdo del torso, una zona del cuello, la mitad de su mandíbula, e incluso parte de la cadera.

—Adiós. Demonio del aburrimiento —dijo Antorique antes de lanzarse a correr a toda velocidad con la mujer de la cadena en brazos. Su objetivo: salir usando la “puerta” al domo que él mismo había creado anteriormente para entrar en el territorio tomado.

Dentro de los escuadrones de “La Espada de la Fe”, era lo común que cada miembro tuviese una función específica, aun si todos compartían el entrenamiento básico. Así como Sofia Romano era la exorcista, Marco de Luca el asesino sigiloso y Luca Moretti el tirador, Caterina era el cerebro del grupo. Antes de perder la conciencia y entregarse a la muerte, había lamentado no calcular la fuerza de la amenaza a la que ella y sus fallecidos compañeros se enfrentarían. Sintió que la caída de los siete, había sido en definitiva, su culpa, por no advertir en su investigación la enorme diferencia entre su escuadrón y Castellanos. De haberlo previsto, el grupo pudo haber tomado otras medidas o haber pedido refuerzos. Y, aunque sentía que esta era su mayor deuda, la última y quizá más importante, era no haber podido comunicar las sospechas que tenía sobre la Hermandad… Quien quiera que propusiese haberlos enviado, lo había hecho a sabiendas de que morirían.

Cuando sintió el calor nuevamente, pensó en que Sanctum muy probablemente la perdonaría, y que estaba a nada de llegar al descanso eterno en la Morada Celestial, donde podría disculparse con todos y cada uno de sus compañeros por haberlos llevado a la muerte al enfrentar a Castellanos sin preparación.

—Hm… Siempre se nos enseñó que los enviados de Sanctum a buscar nuestras almas eran seres de rasgos hermosos y cuerpos idílicos. Con cabelleras limpias y vestimentas impolutas. Y yo siempre asumí que, al ser partes de Él, aquella enseñanza debía de ser la correcta. Pero… incluso en eso me equivoqué… “Lo esencial es invisible a los ojos”, y en su infinita humildad, los más cercanos a Sanctum, vienen a buscarnos viéndose como si fuesen humanos de poca gracia… incluso se podría decir… casi desprovistos de cualquier tipo de belleza —dijo la chica, sintiendo una mezcla de melancolía y alivio, observando a Tori con un ojo a duras penas abierto.

—¿Hm? La cadena... ¡Esa cadena! ¿Estoy rescatando a una fanática de La Espada? ¡Espera, además me estás llamando feo! ¡Carajo! …Me caías mejor inconsciente.



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En el texto hay: fantasia, viajes, magia

Editado: 25.04.2024

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