Cinco flores coreanas

Capítulo 8: Consuelo y perdon

 

—¿Quién es usted?

¡Eso es discriminación!— estalló Domi indignada—. ¿Por qué continuamos discriminando en este siglo? ¡El futuro está aquí! ¿Será posible que algunos no lo noten?

Ana sonrió melancólica mientras preparaba el café. Era muy temprano para tratar semejante tema, pero Domi no se iría a clases hasta no enterarse de todos los pormenores del día anterior.

—¡No estoy bromeando, Ana! ¡Esto no es para nada gracioso!

—¡Ay, Domi!— suspiró Ana tendiéndole una taza de la humeante bebida—. No sé cómo sea en Corea pero en mi país es... bastante habitual diría.

—¿Cómo...? ¿Pero qué dices, Ana?

—Mira, por ejemplo— procedió a contarle Ana en un tono jovial, sentándose sobre la cama con su taza en la mano—, cuando quise abrirme paso como productora, al tratar de buscar patrocinio para mis proyectos, los empresarios claramente me expresaban su intención de apoyar la idea si hubiese un hombre detrás de ella.

—¿Así de fuerte?

—Así. La mayoría cree que los hombres son mejores para desempeñar ciertas posiciones, pero ¿¡todas las posiciones importantes y de futuro!?— expresó Ana con gestos exagerados haciendo sonreír a la coreana.

—¡En verdad te discriminan!— continuó Ana sonriendo también—. Lo más triste es que incluso mujeres empresarias, ¡me rechazaban por ser mujer! ¿Como lo ves?

—Cruel.

—¿Entiendes? Por eso no puedo sino entender ciertas reacciones de tu pueblo hacia mi persona. Siendo que he sido maltratada en diversas ocasiones por mi propia gente, no soy quién para criticar el trato de aquellos para quienes solo soy una extraña. 

—¡Ay, amiga! ¡Me siento tan mal por ti!— exclamó Domi sentándose junto a ella.

—Tranquila— trató de animarla Ana— Ya lo habíamos hablado ¿no? Sino es Corea, tal vez sea Alemania... ¡o Rusia!— dijo Ana abriendo los ojos impresionada ante su propia nueva idea— No habíamos pensado en Rusia, ¿verdad?

Domi soltó la taza y la abrazó. Ana, consoladora, frotó la espalda de su amiga, sonriendo.

Una amiga normal la estaría consolando a ella, pensó Ana , y agradeció internamente por la compañera que la vida había elegido para ella en aquel lugar. Cuando todos la miraban con recelo y la estereotipaban sin remedio, aquella personita, recibía el dolor en su lugar. La sensibilidad de Domi obligaba a Ana a ser mucho más fuerte.

—Nunca cambies, Domi. No cambies— pidió Ana.

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—Los episodios depresivos de Hyonra son cada vez más frecuentes.— explicó la psicóloga escolar—. Supe por sus compañeras que la niña estaba castigada...

—Señorita, yo no...— quiso explicar Jinsook lo incómodo del tema. No era alguien a quien le parecía correcto justificar o discutir sus actos con terceros. Podría estar equivocado en las decisiones que tomaba, sí, pero ya se encargaría el tiempo de darle la razón o quitársela; nadie tenía derecho a cuestionarlo .

—...Y yo lo entiendo— continuó la psicóloga—. No le pedí venir para debatir sobre sus métodos de disciplina, pero... es la tercera vez que encontramos a la niña llorando fuera de clases. ¿Ha hablado con ella?

— ¿Ha dicho "tres veces"?

—Y en ocasiones diferentes, ¿entiende por qué consideré prudente llamarlo?— aclaró la orientadora.

—Sí...sí. Lo entiendo. Lo siento— dijo el padre apenado.

Jinsook se removió en el asiento, estaba ansioso por terminar aquella conversación. Tenía mucho trabajo pendiente, hacer un hueco en su agenda para atender al llamado de la escuela había resultado ser más complicado de lo que esperaba y , 30 minutos después de estar allí, no veía aquello acercarse a un término.

La psicóloga percibió la ansiedad del padre.

—Entiendo que es usted un hombre muy ocupado. No lo retendré más. Concluiré con un consejo: Debe hablar con Hyonra. La situación de su madre es algo que no parece superar y se debe en gran parte al hecho de que no está abierta a hablar del tema. Pasa mucho tiempo sola y el resto de sus días los pasa en la escuela. Bajo estas circunstancias, entiendo que, separarla por tanto tiempo de todo lo que la distrae no es la mejor solución, sin importar lo que Hyonra haya hecho.

Jinsook meditó unos segundos en la observación de la profesional—. Quiero evitar que convierta su hobby en una obsesión— contestó.

—Señor Kim— dijo la doctora llamando su atención con sutil firmeza—, hable con ella.

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El mánager Kwong parqueó el vehículo frente a la residencia de los Bae, una hermosa y acogedora casa de un nivel, ubicada en las afueras de Gwangyang. 

Hoy, era el cumpleaños número 24 de Mingun y la banda había aceptado la invitación de la madre a celebrar juntos aquel domingo tan especial. Ya lo estaban celebrando las Sunnys, quienes desde el viernes, alquilaron todo un parque de diversiones en Seúl, decoraron la entrada con imágenes del F.zone Bae Mingun y le permitían la entrada gratis a todos aquellos que se presentaran con algún souvenir o mercancía del artista. Incluso la alcaldía de Jeollanam, ciudad natal de Mingun, había ornamentado una de sus plazas con la temática del famoso idol.

Kwong apagó el motor del auto, los padres, el hermano menor de Mingun y hasta su perro Popi salieron a recibir a los invitados.

El primero en bajar del coche fue Mingun, quien feliz, arropó con sus brazos a cada uno de los miembros de su familia. Entre tanto, Popi agitaba el rabo, ladrando y saltando a su alrededor, incapaz de esperar a que llegara su turno.

Hyohwa salió del auto y, del interior de la casa, emergió radiante Yangmi.

—¡Hyoni!— gritó Yangmi al taciturno artista.

Al ver a la mujer correr hacia él, el corazón de Hyohwa quiso salir de su pecho con tal fuerza, que el joven compositor tuvo que soltar el bolso que llevaba al hombro, sintiendo que perdía las fuerzas y desfallecía.

—¿Y-Yangmi..?— musitó sin comprender todavía qué pasaba.




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