PRÓLOGO

Estando en un muelle abandonado, lamentándome por un matrimonio fallido y tres hijos que me odian, abrí mi quinta lata de cerveza, sin hallar consuelo. El licor se deslizaba por mi boca, pero los efectos no eran suficientes para acabar con el dolor. Dándome a entender que el beber solo es “divertido” cuando se es joven, pues cuando llegas a los cuarenta, pareciera como una serie de Summer. Te anima el primer capítulo y el resto de capítulos, son solo relleno, «como sea, no puedo cambiarlo», pensé. Dando un hondo suspiro, mientras sacudía mis pies que llevaban tiempo sumergidos en el lago. Ese acto me alertaba de un objeto que brillaba en lo profundo. Por el tamaño que aparentaba y la intensidad de su resplandor, podía ser algo de valor, por lo que sin pensarlo, me lance para tomarlo. 

Al introducirme la respiración me faltaba. El agua estaba más fría de lo que imaginaba y mis años en natación parecían ser inútiles, más sacando todas mis fuerzas, logre tomar el objeto y llevarlo a la superficie. El objeto era una caja con baño de oro que tenía una inscripción en catalán: Cada piedra te lleva a una época pasada de tu vida, decide con sabiduría, porque no podrás escapar después de usar la última piedra. Aquella descripción me intrigó, por lo que rápidamente revisé su interior, hallando cinco piedras preciosas: Aguamarina, topacio, rubí, esmeraldas, diamante, zafiro. Las piedras tenían el tamaño de un pendiente, pero no quería considerarlo como algo real, sino como una leyenda suburbana, sin embargo, si alguien contemplase mi vida, desde mis zapatos, seguro no lo dudaría. Sujeta a esa idea, revisé por segunda vez la caja minuciosamente. Encontrando un detalle perturbador, cada que se usarán las piedras se perdería un poco de fuerza vital. Dicho de otra forma, cada viaje me representaría un paso a la muerte. En ese punto casi sentí “estallar la cabeza”, pero estaba desesperada por acabar con el dolor. 

—Llévame a la época de 1978—dije tomando la piedra de aguamarina.