En esta nueva vida me dispuse a ser una ejecutiva exitosa, por lo que trabajaría de cerca con mi tía materna Adelina Mondragón, quien después de su deceso me nombraría su única heredera, pero su patrimonio estaba sujeto a una cláusula: No tener compromisos formales o hijos. Únicamente debía priorizar la empresa de bienes raíces y su expansión a nivel mundial, una situación que me parecía perfecta, por lo que no dude en firmar.
Bajo mi mando había nuevas directrices, pues el estudio de mercado me había revelado que existía una alza en la demanda de propiedades con adaptaciones especiales para edades geriátricas, esta investigación se apoyaba en la casilla Health que hacía alusión a la expectativa de vida de los españoles. Especulando un promedio entre los setenta y ochenta años de edad, por lo que la empresa desplegaría el proyecto de residencias geriátricas. Dicho proyecto nos valdría siete reconocimientos de índole social y otros de la cámara de comercio. Además de inversores que financiarán la expansión a los diferentes continentes.
En diez años había logrado el éxito laboral, pero el eco de la soledad también era visible y ante las peyorativas ideas de vacío, aparecía aquella caja conteniendo tres piedras preciosas.
—Época de 1970—espeté sosteniendo la piedra de esmeralda.
Editado: 10.08.2023