1970

Desperté en Montoya. Un sitio rodeado de pinos y flores silvestres. Donde el cielo desplegaba colores naranjas y rosados. Las nubes tenían figuras chistosas y podía observar a mi padre en la orilla del muelle, pescando. Era uno de los pocos recuerdos felices en mi adolescencia y una ceremonia o rito que se celebraba a cada inicio de año, no obstante, tendría que mancharle, pues mis amigos Estéfano, Gina, Michael y Priscila me esperaban en la carretera, para iniciar nuestra gira de rock por España. 

La pequeña kombic en que nos transportábamos no estaba en su mejor estado, por lo que luego de cada concierto o antes de llegar al próximo toque nos quedábamos varados, más nuestro espíritu adolescente lo tomaba con buen humor. Además, nuestras presentaciones escalaban, pasando de bares de pésima condición a ser teloneros de ferias y hasta abrir un concierto, parecía que viviría mi sueño de ser una estrella de rock, pero en el acenso mi cuerpo empezó a fallar. 

En un principio intenté ocultarlo, pero mi fuerte tos y la sangre en los pañuelos me delataron, se estaba cumpliendo lo señalado en la inscripción, perdía mi esencia vital y acompañada de un grupo de adolescentes no sería un final digno. Así que en cuanto la caja apareció, instintivamente la tomé entre mis brazos. Luego tomé el diamante y pedí internamente volver a la época de 1968. 

Los años donde empezaba mi pubertad.