Vitale salió del edificio tras la charla con Mark, sintiendo el aire fresco de la ciudad. Exhaló un suspiro profundo, como si intentará liberar la tensión acumulada antes de subirse al auto.
Saco el mapa de su chaqueta, sentía la textura arrugada del papel entre sus dedos. Con cuidado, lo desplegó sobre el volante, buscando la ubicación del taller de Dimitri. Las calles se dibujaban ante el como un laberinto, Pero pronto identificó el camino que debía tomar.
Una vez que tuvo claro cómo llegar, encendió el motor del Renault. El sonido del motor resonó en sus oidos... Finalmente puso en marcha hacia su destino.
El viento suave acariciaba el jardín bien cuidado, donde flores de colores vibrantes florecían bajo la luz del sol, Don Geovanny Bellini se sentaba en la mesa, disfrutando de un cremoso risotto que evocaba sus raíces Italianas. El aroma del plato llenaba el aire, un recordatorio de sus tradiciones familiares, mientras su hija lucía lo observaba con una mezcla de resignación y descontento.
Lucía, con su cabello recogido en un moño, no podía evitar sentir que aquel almuerzo era un reflejo de sus diferencias. No estaba de acuerdo con las decisiones que su padre había tomado a lo largo de su vida; sus trabajos sucios era un tema tabú entre ellos. Era una chica pacífica, con metas claras, que anhelaba un futuro alejado de lo criminal.
Un silencio incómodo se instaló en la mesa, pesado como el aire antes de una tormenta. De repente, uno de los hombres de Don Bellini se acercó y le susurro algo al oído. Bellini asintió, su expresión cambiando al instante, y se levantó con determinación. Dirigiéndose hacia el exterior con su acompañante.
Con la vista de su envidiable jardín, empezaron a charlar sobre los problemas, a medida que avanzaban la calma del entorno se desvanecia.
—¿Es verdad lo que me dijiste? —Pregunto Bellini, su voz grave resonando con una mezcla de incredulidad y enojo.
Su hombre lo miro fijamente, sin titubear.
—Si, así es.
Bellini se mantuvo en seco, sus ojos centelleando con intensidad. Se paró firmemente, lanzando un suspiro que parecía cargar con todo el peso de su frustración.
—Ya veo... Dante Rossi quiere jugar sucio. Entonces jugaremos; le demostraré quien es el capo de la ciudad —Dijo Bellini.
Mientras los dos capos mantenían conflictos entre si, Luca Vitale llegaba a su destino, un lugar un poco desolado. Con montones de metal oxidado y piezas desvencijadas esparcidas por el suelo, en el centro, una casa rodante, vieja y desgastada.
—Ahi debe encontrarse Dimitri —dijo Vitale, su voz resonando con determinación.
Avanzó hacia la casa rodante, cada paso resonando en la tierra polvorienta del suelo, como si el lugar mismo lo estuviera observando. El chirrido del metal al moverse y el crujido de las ramas secas bajo sus pies creaban una sinfonía que acompañaba su avance.
Se paró frente a la casa rodante y tocó la puerta. Hubo un breve silencio, interrumpido solo por el aleteo de pájaros que volaban encima de el,
Finalmente, el señor Dimitri abrió la puerta. Era un hombre corpulento, con un bigote espeso y su cabello con ondas desordenadas que le caían hasta los hombros. Su ropa, algo sucia y arrugada.
—¿Que se te ofrece? —Pregunto Dimitri, con una voz grave y rasposa.
Vitale lo miro de arriba abajo, tomando nota del aspecto desaliñado del hombre.
—Solo vengo a comprarle algo —respondio, manteniendo su tono neutral.
Dimitri lo analizó con una mirada inquisitiva, esperando que Vitale aclarara que era lo que buscaba.
—Necesito una bomba con control, ya sabes, esas que tú decides cuando explotar —dijo Vitale, con una calma tensa en su voz.
—Si, ya sé de qué me hablas... Pasa —respondió Dimitri, abriendo la puerta un poco más y dejando que Vitale entrara.
Al cruzar el umbral, Vitale se encontró con un caos absoluto. La casa rodante estaba llena de desorden; café derramado manchaba la mesa, y papeles amarillentos se acumulaban por todas partes, mezclados con ropa arrugada y olvidada.
Vitale frunció el ceño al observar el lugar, era un reflejo del hombre que tenía delante.
—¿Siempre mantienes tu espacio así? —pregunto Vitale, intentando romper el hielo—. No creo que alguien como tú no tenga dinero para vivir así.
Dimitri lo miró con una ceja levantada, sin decir una palabra, se movió hacia un rincón desordenado y sacó una bomba pequeña, cubierta de polvo. Camino hacia el y la dejo caer con un golpe sordo sobre la mesa.
—Claro que tengo dinero, pero si vendes cosas ilegales a pandillas o mafias, no buscas llamar la atención —respondió Dimitri, con una confianza sólida.
Vitale sonrió ante su respuesta.
—Aqui está lo que buscas —Prosiguió— son 750 dólares.
Vitale saco de su chaqueta el dinero que Mark le había dado, sintiendo el papel arrugado entre sus dedos. Con un gesto decidido, coloco los billetes en la mesa frente a Dimitri, observando como el hombre contaba rápidamente la cantidad.
—Fue un gusto hacer este negocio —dijo Vitale, mientras sus ojos se posaban en la pequeña pero poderosa bomba que ahora sostenía en sus manos—. Ya debo irme. Quizá nos volvamos a ver.
Se dirigió hacia la salida. La bomba era más que un simple objeto; representaba una oportunidad y un riesgo que podía cambiarlo todo.
Dimitri lo observo con una expresión indescifrable, como si estuviera evaluando si Vitale era digno de confianza o simplemente era otra cliente más en su lista.
Vitale se subió al Renault. Sin dar muchas vueltas, se dirigió hacia la cafetería esencia. Un lugar que conocía perfectamente.
Finalmente llegó a la cafetería. Se estacionó justo enfrente, sintiendo como el motor se apagaba. Miro su reloj; eran las 4:45 p.m aún faltaba un poco más para la reunión.
Esperó el tiempo necesario, observando a través del parabrisas como la gente pasaba, absorta en sus propias vidas. Se imagino diferentes escenarios en los que se encontraría.
Editado: 06.01.2025