Cliché.

13.

Sentadas en aquel parque, bajo los frondosos árboles que adornaban el paisaje.

Dasha bailando tanto como le gustaba, su largo cabello moviéndose con el viento.
Krystal comía los dulces que estaban en el plato encima de la manta azul, sus ojos verdes brillaban como nunca antes.

Dasha daba vueltas mientras mostraba una exageración de su baile favorito.
Todas soltaron una carcajada ante sus movimientos exagerados.

—¡Eso fue increíble! quiero verte bailar toda la vida Dash.— Exclamó Grett con los ojos brillando de admiración.

—Les prometo que me verán siendo la mejor de las bailarinas de la ciudad y siempre tendrán un espacio vip en mis presentaciones.— Respondió con una sonrisa radiante; aquella sonrisa que contagiaba a todas.

—¡Pero quiero verte bailando esta coreografía!

—¡Por supuesto!, Se llamará “Grettel y sus gritos”.

Las cuatro chicas rieron abiertamente disfrutando de aquel momento.
Grettel miraba a su alrededor, apreciando cada pequeño detalle del rostro de sus amigas, desde el color y el brillo en sus ojos, hasta sus lunares y pecas. El atardecer pintando el paisaje junto a su suave brisa.

Era un escenario realmente encantador, como si se tratase de una película.

Milca sonrió melancólicamente. —Que lindo es esto.— Dijo suavemente —Me alegra que así sea nuestra última vez juntas. Es bueno saber que pasamos nuestro último día así, riendo como si nada hubiera pasado.

Las palabras de Milca resonaron en el aire. Grettel sintió una punzada en el corazón, la tranquilidad del parque se desvanecía lentamente, siendo reemplazada por una inquietud creciente.

Grettel intentó articular las palabras, pero su voz se desvaneció en un susurro apenas audible, ahogado por la presión abrumadora del dolor que amenazaba con aplastarla. Sus ojos buscaron desesperadamente los de Milca, buscando una respuesta en su mirada, pero solo encontraron un reflejo de la misma angustia que la consumía.

El corazón de Grettel latía con fuerza, una mezcla de confusión y temor nublaba su mente mientras trataba de comprender las palabras de Milca. El aire se volvió más denso a su alrededor, como si el mundo entero estuviera suspendido en un instante de incertidumbre y dolor.

Milca solo sonrió tristemente, sus ojos reflejaban una profundidad que Grettel no había notado antes. El viento sopló con más fuerza, levantando las hojas. Dasha seguía bailando, pero su figura comenzaba a desvanecerse, como si fuera un dibujo que se estuviera borrando. Lo mismo pasó con Krystal y el paisaje.

De un momento a otro, el atardecer se transformó en una oscuridad profunda, y el parque, tan lleno de vida momentos antes, se volvió frío y desolado. Grettel intentó moverse, pero sus piernas parecían estar clavadas al suelo.

—¿Qué está pasando? —murmuró, con la angustia creciendo en su pecho.

Milca se acercó y tomó la mano de Grettel, su tacto era sorprendentemente frío. —No te preocupes, Grett. Todo estará bien.— Susurró. —Siempre estaré contigo, en tus recuerdos. Encuentrame siempre en cada uno de ellos.

Grettel quiso responder, quiso aferrarse a esa mano y no dejarla ir, pero Milca se desvaneció en la oscuridad, llevándose con ella la calidez del momento. Grettel se quedó sola, envuelta en una soledad aplastante. El silencio era ensordecedor, roto solo por el sonido de su propia respiración agitada.

—Milca... ¡MILCA!

Grettel abrió los ojos de golpe, sobresaltada. Su corazón latía con fuerza, permaneció completamente inmovil mientras las lágrimas comenzaban a brotar como enormes cascadas por su rostro. La habitación estaba a oscuras, pero la sensación de pérdida y tristeza era tan real como el sueño que acababa de tener.

Los sollozos surgieron desde lo más profundo de su ser, incontenibles, desgarradores. Cada respiración era un esfuerzo doloroso, como si su alma estuviera siendo arrancada en pedazos. El llanto resonaba en la habitación, rebotando en las paredes, intensificando el eco de su tristeza, la razón de la depresión y el abismo en el que vivía.

Grettel apretó la almohada contra su rostro, tratando de ahogar los gritos que brotaban de su pecho, pero era inútil. El dolor era demasiado grande, demasiado profundo. La imagen de Milca, su sonrisa melancólica, sus últimas palabras, se repetían en su mente como una cruel tortura.

Las sonrisas de Dasha y Krystal le dolían en lo más profundo del alma, el dolor era inexplicable. Por su mente aparecían cada uno de los momentos que vivieron juntas, de aquellas pláticas de consolación de Dasha, de los días cantando a todo pulmón con Milca y de las recetas que hacía Krystal para ella.

—Porque tu felicidad es la mía, si te caes me caigo contigo.
Recordó las palabras de Milca aquella triste tarde de mayo.

—¡Como lo conseguiste!, ¡es sumamente precioso Krystal!.
A su mente llegó el recuerdo del collar que le dió Krystal.

—Hoy y siempre, te amaré toda mi vida, Grett.
Las palabras de Dasha aquella noche de tristeza resonaron en su mente.

Se sentía vacía, rota, incapaz de encontrar alivio en medio de aquel mar de tristeza.

Sabía que la herida se había vuelto a abrir, y la realidad de la ausencia golpeaba con una fuerza implacable.

Hablar de lo ocurrido, traía al presente a los fantasmas del pasado.
Para Grettel, revivir el pasado era como abrir una caja de Pandora llena de memorias dolorosas y arrepentimientos. Cada recuerdo era una daga que cortaba a través de su alma, recordándole los errores cometidos y las oportunidades perdidas.

Sus sollozos se intensificaron, llenando la habitación con el sonido desgarrador de su dolor. El mundo parecía desmoronarse a su alrededor, dejándola atrapada en la oscuridad de su propio sufrimiento.

Y así, Grettel permaneció acostada, llorando inconsolablemente, su alma destrozada y su corazón hecho pedazos. En la quietud de la noche, su dolor era el único testigo de su desgarradora pena.




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