Club de lectura para señoritas

Capítulo 1: Rey Luis XIV

Florence

Llovía de manera descomunal, y no parecía que aquella tormenta fuera a detenerse a lo largo del día.  Las ventanas de la amplia cocina estaban empañadas pero el sonido en el exterior era claro. Podía ver el largo jardín frontal como si se tratara de una pintura salpicada por el agua.

El gran reloj de péndulo en el recibidor retumbó con fuerza y la alta mujer se vio forzada a abandonar la cocina con prisa, haciendo hondear el vestido azul apagado alrededor de sus tobillos recubiertos en discretos botines de tacón bajo.

Las campanadas que anunciaban las 10 de la mañana eran la marca que aguardaba. Las instrucciones y los años de observación se arremolinaban en su cabeza de manera furiosa, aunque su semblante permanecía tranquilo, con la mirada al frente y los dedos jugueteando con la tela del vestido.

Por sobre el ruido de la tormenta pudo escuchar de manera clara como un motor disminuía la marcha hasta mantenerse estático. Esperó, tragó en seco y pocos segundos después la pesada verja de hierro rechinó al abrirse, dando paso por el sendero único que discurría hasta las puertas principales de la casa.

— Deséame suerte — La mujer miró con cariño el último retrato colocado en la fila de herederas, sonriendo al final al tiempo que emprendía el paso sobre la alfombra recién aseada, abriendo las puertas en un solo movimiento y dejando que el aire frío la alcanzara de golpe.

Alnea

El escaso sueño de la noche anterior intentó cobrarse durante el viaje, sin mucho éxito. Las continuas paradas, las veredas torcidas y el camino maltratado la mantuvieron expectante al paisaje nada alentador tras la ventana.

Había sido la primera en abordar el caótico autobús y hubiera deseado ser la última. Mientras más se alejaba de la costa más calaba la tristeza dentro de ella. Los rostros nuevos, las miradas petulantes y el sepulcral silencio no era lo que necesitaba en aquel momento. A cada kilómetro recorrido el sol parecía apagarse a la distancia, abandonándola hasta su regreso.

Desprotegida, pero orgullosa, se mantuvo erguida y con la vista en la ventana, maldiciendo la poca oportunidad de sueño y la sensación de amargura oprimiéndole el pecho. Desearía seguir en cama, con el calor obligándole a abrir la ventana y el tercer vaso con café helado y leche de coco a punto de ser vaciado entre sus manos.

Cuando sintió el resto de imágenes venir a su fantasía la castaña se reprimió a si misma apretando con fuerza los ojos, tragándose el sabor de las lágrimas y rogándole al sueño que la acompañara el resto del viaje.

Cuando sus ojos volvieron a abrirse su cuerpo entero rechistó, consecuencia del chirriante sonido del metal al moverse de manera pesada. Enderezó la postura  a tiempo que frotaba su mano derecha contra la delgada tela que cubría su brazo izquierdo. Llovía a cantaros tras las ventanas del autobús y el frío la encogió sobre su asiento. Todo a su alrededor permanecía en silencio pero podía notar la misma expectación flotando por sobre sus acompañantes.

De manera lenta su transporte atravesó un precioso jardín pulcramente cuidado, arremolinado entre el aire y la lluvia pero conservando una belleza casi trágica. Perdida entre las zarzas estéticas, los rosales en flor y las pequeñas florecillas blancas creciendo sobre el borde de piedra volvió  respingar cuando el autobús se detuvo de manera definitiva.

La joven giró la cabeza al costado opuesto, intentando ver la entrada de una casa que había perdido completamente de vista durante su llegada. Lo que consiguió fue una imagen borrosa de escaleras blancas, estatuas de mármol, dos puertas de madera abiertas y una silueta vestida de azul aguardando al centro.

Nadie se puso de pie hasta que el conductor lo hizo, mirando a sus pasajeros en pleno antes de señalar la puerta abierta a su costado.

— ¿Señoritas?

Aún tuvieron que pasar algunos segundos para que la primera joven se pusiera de pie y se internara en la lluvia, caminando con prisa hacia la silueta que las aguardaba.

Aún varias de sus compañeras permanecían sentadas cuando la castaña se puso de pie y avanzó por el pasillo, saltando el último escalón del autobús y caminando con prisa bajo la lluvia  hasta llegar a las escaleras resbaladizas.

La silueta delante de ella se reveló como una alta mujer, relativamente joven, con el cabello sujeto en un pulcro moño y el largo vestido azul perfectamente calzado en su cuerpo.

— Bienvenida — Su voz resultó cálida y fue acompañada con una sonrisa amplia. No lo esperaba.

— Gracias — Respondió entre dientes, dándose cuenta de que su paso se había detenido para ver a la mujer que parecía ser su anfitriona.




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