Introducción
El Key, era un popular punto de desayunos, ubicado en una zona obrera del barrio Bronx, en Nueva York.
La cafetería era visitada a diario por los trabajadores de la zona, donde degustaban un buen café unos minutos antes de comenzar su jornada laboral.
Cuando Bod Bush, accedió al interior, se sintió decepcionado al no divisar a Laura. La adorable camarera que siempre dibujaba una enorme sonrisa en su rostro, mientras la coleta dorada se balanceaba al compás de sus pasos, tenía el día libre.
Cuando Laura trabajaba, a hurtadillas, le preparaba un sándwich y un chocolate caliente. Motivo por el que Bod deseaba encontrarla allí. Aquel día no había tenido suerte.
Sacó de su bolsillo todas las monedas que tenía, brillantes sobre el mitón negro, logró juntar para un café.
Se acercó a la barra acaparando las miradas más cercanas y sintiendo como la gente se apartaba con disimulo.
Bod, estaba acostumbrado a ese rechazo, incluso había llegado a entenderlo. Sabía que daba la impresión de esperar el mejor momento para robar la cartera del que tuviera al lado. Era un tipo de la calle, de piel oscura y aspecto desaliñado. Cumplía con todos los requisitos implantados por una sociedad de blancos adinerados con prejuicios y estereotipos alejados de la realidad que se cernía en las calles. La gente como él, causaban desagrado y resquemor.
Llevaba la rebeca de lana tan sucia que había obtenido un tono marrón más oscuro que el de fábrica. Los bajos de sus tejanos estaban desgastados. Las largas greñas lucían mugrientas y la barba canosa había crecido tanto que cubría su cuello.
—Un latte, por favor —pidió a Troy, el propietario.
El aludido se acercó a él, apoyó las manos sobre la barra y se inclinó para hablarle en voz baja.
—Bod, el dinero —le exigió Troy.
Bod le miró disgustado, colocó las monedas sobre el mostrador. Troy las cogió.
—Te lo pondré para llevar —concluyó el hostelero sin opción a réplica.
—Troy, tengo derecho a tomarme un café —le espetó molesto—. Fuera hace un frío que pela.
—No quiero ser grosero, pero incómodas a los demás clientes —ladeó la mirada alrededor del establecimiento—. Tío, necesitas una ducha.
Bod agachó la mirada y asintió con la cabeza. Pensó que Troy tenía razón, era un incordio para la sociedad, un desecho que apestaba a pobreza. Al menos, así era como se sentía.
—Esta bien —musitó cabizbajo.
Troy no tardó en darle el latte e incluso adelantó el pedido para que saliera lo antes posible del establecimiento.
Bod cogió el café sintiendo la calidez que desprendía la sustancia rodeada por un vaso de corcho.
En el exterior las temperaturas habían descendido tanto que cada vez que dejaba escapar el aire de sus pulmones, podía divisar vaho.
Caminó por las calles, sin saber dónde dirigirse. Podía volver a la casa abandonada en la que estaba instalado, pero el hambre comenzaba a dar sus primeros avisos con fueres rugidos en el estómago. Debía conseguir algunas monedas, de lo contrario pasaría otro día sin comer.
Colton Blake, detestaba los atascos. Sobretodo la enorme retención automovilista que se formaba al concluir el horario estudiantil de sus dos hijas.
Alrededor del colegio, docenas de padres estacionaban en doble fila, limitando el acceso. El aparcamiento estaba colapsado, el pitido de los claxon eran la sinfonía diaria y las disputas eran tan comunes como las carcajadas de los adolescentes.
En ocasiones pensaba en acudir a la recogida de las niñas en el vehículo policial reglamentario, con las sirenas puestas y gozando de acceso exclusivo. Pero sabía que no era políticamente correcto comportarse de esa manera, aunque tuviera unas ganas tremendas de hacerlo.
Zoe, su hija menor corrió hacia el vehículo, provocando una inmensa satisfacción en el cuerpo de Colton.
La más pequeña de las hermanas abrió la puerta con una inmensa sonrisa y se sentó en el asiento delantero.
—¡He llegado la primera! —dijo con entusiasmo—. ¡Hoy seré tu copiloto!
Ambas hermanas tenían una pequeña "guerra" cada vez que subían al vehículo de su padre, para conseguir la plaza junto al conductor.
Colton, sonrío sin dejar de buscar a Chloe, con la mirada. Temía que la retención inaugurara la marcha y tuviera que dar la vuelta para volver a por su hija mayor.
—¿Y tu hermana? —ladeó las pupilas de un lado a otro entre la muchedumbre estudiantil.
—Justo allí papá —Zoe señaló con el dedo índice y Colton logró verla—. Hablando con el tonto de Dante.
Colton fijó la mirada y frunció el ceño. Chloe estaba en esa etapa de la vida; la pubertad.
Colton, temía aquellos combates de hormonas que lo amenazaban a diario. Era mucho más alentador que lidiar con todos los delincuentes de Nueva York juntos. Aquella fase por la que pasaba su hija, lo aterraba.
Bajó la ventanilla utilizando el interruptor de la puerta del conductor y gritó con fuerza.