Siempre pensé que tener sueños tan raros en medio de la noche sería normal, pero al leer uno de los libros que trae mamá de sus excursiones supe que no era normal. Según el libro los sueños eran experiencias vividas en el día a día. Deseos o simplemente recuerdos.
Pero mis sueños eran tan... Perturbadores. No soñaba con hadas, unicornios, no, todas y cada noche desde que recuerdo he soñado con lo mismo o con las mismas imágenes.
Eso, no era definitivamente normal.
He soñado con gritos. Extraños números y rostros tan difusos que apenas y soy capaz de distinguirlos de la penetrante y densa oscuridad. He querido tener respuestas a estos sueños pero no encuentro quien me la de.
Mamá se niega rotundamente a ayudarme a resolver mi enredo. Se excusa con decir que es más que suficiente tener que lidiar con una adolescente para estár resolviendo problemas existenciales.
"¡No son problemas existenciales!".
"No importa, no lo haré".
Terminaba por dar zanjado el tema y se iba a recoger su cosecha.
Lanzo una de las piedresillas que se acumulan a mis pies.
Veo como rebota contra los árboles haciendo un ruido seco al impactar contra el tronco.
Árboles. Árboles y más árboles.
Eso es todo lo que me rodea, árboles tan altos que nadie sería capaz de escalarlos y tan densos que no se podría ver nada desde el cielo.
Cuando era pequeña y mamá me leía los pocos cuento que traía de sus visitas al exterior, siempre me imaginaba que era una hada o una princesa que vivía en el bosque, a la espera de su amado.
Que tonta fuí.
Han pasando los años y no he visto ni el primer principe o ser humano que siquiera traspase la densa y frondosa capa de árboles que desde años crece como una pared.
Solo mamá sabe cómo salir y entrar sin problema alguno, pero si no sabes cómo hacerlo vas a quedar como yo la primera vez que intenté salir. Atrapada entre las ramas y las espinas.
Ese día aprendí la lección.
Terminé con rasguños, moretones y un buen regaño por parte de mamá.
No salir bajo ninguna circunstancia.
Eso es lo que en verdad importaba.
ー¡Anys! ¡Anys!— la voz de mamá llega con el soplar turbulento de las ramas de los árboles— ¡Anys!— vuelve a llamarme y es mi señal para regresar a casa.
Suspiro levantandome del pasto tierno.
Por horas y horas y horas veo como el sol se oculta tras la extraña estructura que diviso desde mi pequeña colina oculta entre los árboles. Aquella estructura metálica que suelo visitar cuando mamá se va durante horas. Desde aquí puedo bajar trotando hasta la planicie y llegar en menos de una horas, he ido solo dos veces pero nunca me deja de sorprender como esa enorme estructura puede estar abandonada en la nada.
Supongo que mamá no sabe que desde aquí se puede salir, algo a mi favor.
—¡Anys!.
Ok, ahora sí es momento de irme.
Doy media vuelta y regreso por el mismo camino que marqué hace años.
Después de un rato caminando logro oír los murmullos incoherentes de mamá.
La logro divisar y me acerco.
La veo voltear y tomar aire para volver a llamarme.
—Mamá, estoy aquí— hago señas acercandome a su lado.
Se voltea para encargarme.
—¿Dónde estabas?— sus manos viajan a sus caderas dándole ese aire autoritario.
Estaba en mi colina privada, observando el atardecer caer sobre la extraña estructura, mamá.
—Me quedé dormida cerca del arroyo— miento.
Si mamá se entera me prohibirá ir, y no puedo desobedecerla, no puedo, simplemente hay algo en mi interior que se quiebra cuando la desobedezco, me hace sentir culpable.
Así que es mejor ocultar la verdad, por ahora.
Suspira tras mirarme un rato, como dándose por vencida en tratar de descubrir algo en mi rostro.
—Vamos, ya hice el almuerzo— su mano se estira y se que es para que yo se la tome, al ver que no la tomaba sus ojos viajaron con cansancio a mi—. ¿Que esperas?.
Hago un puchero.
—Mamá, estoy grandesita para perderme— me quejo.
Sus ojos arrugados se achinan bajo los desgastados lentes.
—Para mi aún tienes cuatro años— y eso ablanda un poco mi firmeza.
Aunque me niegue rotundamente a qué siempre me agarre la mano para guiarme por el bosque, aún así cedo, no porque me rinda, sino porque me acuerdo cuando estaba pequeña y me perdía intentando ir por mi cuenta, mamá me encontraba en medio del llanto y agarraba mi mano dulcemente para guiarme de vuelta a casa, entre reconfortantes palabras.
Entonces sí, no puedo decir no cuando ella me ha salvado varias veces.
—Bien— suspiro tomando su mano.
Su calido tacto es instantáneo cuando enreda su manita con la mía.
—Vamos— sus ojitos se dulcifican al instante.
Sonrío.
—Vamos.