Código Syna

∆DOS∆

"Todo estará bien".

 

"¡Todo estará bien¡".


 

Gritos.


 

Jadeos.


 

Nada.


 

Me levanto agitada, observo a mamá durmiendo plácidamente en su cama. La noche aún está en su apogeo.


 

El sudor me pega la tela a la piel, provoca frío. La ventana está abierta, por lo tanto entra bastante aire, convirtiendo la pequeña vivienda en un congelador.


 

—Mamá, olvidaste cerrarla— murmuro abrazandome y protegiendome del frío.


 

Me bajo de la cama y atravieso en un dos por tres toda la casa, me quejo apenas toco el piso, me callo y sigo hasta llegar a la ventana. El aire entra con fuerza robándome jadeos. Afuera los árboles se sacuden con violencia y a lo lejos diviso una figura correr entre los árboles.


 

¿Que es eso?.


 

No es como ningún animal que haya visto, y no creo que sea una persona, en los dieciocho años que llevo viviendo aquí nunca he logrando ver o conocer la primera persona que haya logrado pasar la pared de espinas. Intento enfocar la vista y lograr descubrir que es lo que está atravesando los troncos con rapidez, pero antes de que pueda lograrlo desaparece en la oscuridad.


 

Un escalofrío me recorre la espalda y con desespero cierro la ventana.


 

¿Acaso será posible que alguien...?


 

Sacudo la cabeza alejando tal idea.


 

No.


 

Nadie ha podido pasar la pared de espinas. No creo que ahora puedan.


 

Bostezo y me devuelvo a mi cama, pasando por la de mamá primero. Su cobija se ha bajado. Con cuidado se la vuelvo a subir arropandola del frío.


 

Sus cabellos comienzan a perder color. Mamá no es que sea muy joven, pero tampoco está vieja. Solo tiene cuarenta, pero su cabello dice otra cosa. Ahora hay más espacios blancos que antes.


 

Jummmm, el cumpleaños de ella se acerca, quizás pueda ir rápido al pueblo más cercano y tal vez comprarle algún tinte.

 

Me lo pienso bien.


 

No es que sea tan difícil ir ¿No? Todos son iguales a mí. Solo que yo he vivido estos últimos años aquí en medio del bosque, criada sola. Si planeo ir en serio debo remendar mi mejor vestido.


 

Sonrío.


 

—En serio espero que te guste, mamá— le aseguro para seguido besar su frente.


 

Tiemblo.


 

Ugh, debo regresar a mi cama. Me congelo.


 

Doy saltitos hasta llegar a mi refugio, me acurruco entre las cobijas y caigo dormida. Esa noche mis sueños cambian ligeramente, apareciendo en ellos la silueta de alguien.


 

A la mañana siguiente mamá me despierta con el desayuno servido. Su sonrisa se ensancha cuando ve como casi me tropiezo.


 

—Con cuidado mi conejito— me dice sirviendo en dos platos el desayuno.


 

Arrugo la nariz al escuchar el diminutivo que me puso desde pequeña.


 

Ugh.


 

Conejito por mi cabello gris. Y aunque de pequeña lo tenía aún más claro, con el pasar de los años se me fue oscureciendo hasta volverse de un gris como los días lluviosos. O tal vez un poco más claro. El punto es que mamá cuando está de buen humor me suele llamar así.


 

Elevo una ceja tomando haciento en la mesa de dos puestos.


 

—¿Por qué tan radiante, mamá?— pregunto y la veo sonreír.


 

Ajam ¿Ahora que se trama?.


 

Finalmente se sienta cuando ve todo servido.


 

—Me llegó una carta del cartero, donde me informan que acaban de recibir mi paquete de semillas que pedí hace dos semanas— y como si un balde de agua fría me hubieran lanzado se me va todo el entusiasmo.


 

Niego.


 

—Ay mamá, pensé que era algo mejor, como algún pretendiente, no sé— le digo y al instante recibo una palmada en la mano que tengo extendida hacía ella— ¡Auch!.


 

Su ceño se frunció.


 

—Esto es maravilloso ¿¡Que vamos a hacer sin las semillas!?- sus ojos y manos viajan a la pequeña huerta— ¿Que haríamos sin la huerta? Terminaríamos por morir de hambre. Un hombre no da comida.


 

Ay no. No debí decir nada.


 

—Mamá, no quise decir eso— comienzo a discúlparme pero niega.


 

No, no quise ofenderla.


 

—Mamá, no te enojes— me levanto para ir a abrazarla.

La oigo murmurar mientras la abrazo.


 

—La huerta es nuestro único medio de comida— bufa, y ríe con ironía— ¡Ja! Un hombre, claro.


 

Suspiro.


 

¿Por qué exageras tanto?.


 

—Mamá, no exageres, en todo caso también está el pueblo...


 

No me deja ni terminar cuando en su asiento se da la vuelta para mirarme.


 

Sus ojos y rostro adoptan una expresión que me comienza a dar miedo. En tantos años no la he visto ponerse así. Admito que hay veces que la hago enojar y su rostro se pone serio pero esto es diferente, es como si hubiera dicho algo muy grave.


 

Sus manos toman mis brazos con firmeza.


 

—Anys, nunca, jamás en tu vida se te ocurra tener como opción el salir de aquí- sus ojos desorbitados me observan estudiandome.


 

¿Que le sucede? ¿Por qué el cambio tan repentino? Se que mamá me tiene prohibido salir pero esto es... Tan extraño.


 

—Mamá, no te estoy entendiendo— murmuro un poco asustada.


 

Sus ojos viajan a mi muñeca izquierda, le da vuelta y estudia los dígitos que aparecen en un negro reluciente. Su rostro se contrae, pareciendo que algo la afligiera.


 

Finalmente y después de una eternidad mirando mi marca suspira para mírarme directamente y sin titubear habla.



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En el texto hay: secretos, aventuras, insurgencia

Editado: 05.03.2021

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