Parece que lloverá pronto. Lo presiento; el día está muy soleado.
Hoy conocí a una chica. Creí que era imposible.
Sucedió así. Terminé clases de la universidad pronto, y como mis planes han cambiado últimamente, solo di un paseo por ahí, buscando un rostro que no me busca a mí. Me gusta caminar, aunque me torturen los pies al final del día.
Ignorando mis impulsos, cruzo la calle hacia una cafetería que llamó mi atención. Coffee rezaba el diminuto letrero del local. Se veía agradable.
Entré sin pensarlo demasiado. Estaba casi vacío. Curioso, pero no me extraña; era jueves a las once de la mañana, así que no esperaba que estuviese repleto, además de que era un sitio bastante escondido.
Es como esos lugares que encuentras sin siquiera buscarlos. Tal y como lo era...
Apenas puse un pie en la madera de la cafetería, me sentí tan seguro como lo haría durmiendo con una granada.
Como mostrador tenían el apartado de los postres que disponen; desde pasteles de chocolate hasta cupcakes de queso. Junto a las vitrinas de cristal, se colocaba el exhibidor de tortas completas y demás opciones.
Ahí, los muros pintados de blanco y violeta hacen juego con las enredaderas sintéticas que colgaban del techo y de espacios específicos del local, queriendo parecer una jungla.
Me gustó el detalle de las luces; eran como lámparas con forma de pepitas de café. En las noches, debe verse fenomenal.
La única mesera que atendía me miró como si repudiara mi existencia por darle más trabajo. Aun así, de mala gana, intenta fingir una sonrisa y se me acerca con la carta entre las manos.
⎯Buen día, bienvenido.
⎯Buenos días ⎯Si estuviera en mis mejores facultades, tal vez hubiera caído desmayado.
No quiero sonar de ninguna manera acosador, pero esta chica es muy bonita.
Adivino que debe tener unos diecinueve años máximo. Tiene el cabello medio rizado, negro y con tinte blanco en mechones hasta un poco más debajo de los hombros, mismo que retiene con una sujetador para no herir sus ojos... Ese par de ojos afilados, como si se tratara de un depredador. Sus labios son delgados y rosados, casi ni se observan a simple vista de no ser por el brillo labial que usa. Es de tez ni tan blanca pero ni tan morena; en el punto perfecto del mestizaje (si es que eso existe). Y por último, su rostro es estirado y simétrico. Como si un carpintero o un escultor divino se hubieran encargado de darle forma.
Sí, soy pésimo con las descripciones...Debe medir al menos un metro sesenta y ocho, si no es que un poco más. Lo sé porque es casi de mi estatura. Yo mido un metro sesenta y cinco.
Su cuerpo es delgado y proporcional. Por cómo sostiene la carta, adivino que tiene unas manos fuertes, mismas que adorna con esmalte negro en las uñas.
Alrededor de su cuello enreda una gargantilla y una cadena de plata casi imperceptible gracias al uniforme de la cafetería; un clásico traje de camisa de manga larga y chaleco marrón; un delantal negro rodeando su cadera y mocasines negros, al igual que el pantalón.
⎯¿Puedo sentarme donde quiera?
⎯¿Solo eres tú? ¿Estás solo?
⎯No tienes idea... ⎯Susurré inconscientemente.
⎯¿Qué?
⎯Ah, lo siento. Sí, estoy solo ⎯Y esa fue mi primera impresión.
⎯Entonces sígueme, por aquí ⎯Tratándome cual infante en el jardín de niños, me guía hasta una mesa para dos en la esquina.
Debe ser el mejor lugar de la cafetería.
Supongo que explicaré un poco la geografía de los alrededores para comprender esta afirmación. La ciudad del valle se podía ver perfectamente desde esa esquina. Era como estar en el elevador de un edificio de cristal o estar volando sobre una nube, siendo capaz ver lo que puedes tener bajo tus pies. Esto es hermoso, y la ubicación de la cafetería juega un papel protagónico en tal espectáculo visual.
Acomodo mi mochila en el suelo luego de tomar asiento.
⎯Aquí tienes el menú ⎯Desliza el papel emplasticado hasta ponerlo frente a mí⎯. ¿Estás listo para ordenar?
⎯Dame un minuto ⎯No tengo idea de por qué entré en primer lugar, mucho menos de qué querría ordenar. Solo le di una ojeada rápida y puse mi dedo sobre lo primero que encontré, sin siquiera mirar.
Entonces, sucedió lo que cualquiera podría calificar como ataque de esquizofrenia, pero yo llamo una maldita bendición.
«Elige esto.»
Fue solo un susurro endeble lo que escuché. También podría calificarlo como un recuerdo de algo que no he vivido. Un vestigio. Una premonición. El comienzo de una historia que no merece un punto final. Si, haciendo memoria, fue ahí cuando empezó todo.
⎯Quiero el sánduche de atún, por favor ⎯Dije sin pensar demasiado en la voz de mi cabeza.
Esperaba que esta chica solo anotara el pedido en su libreta como cualquier mesera lo haría, pero en su lugar, hizo evidente su sobresalto, junto con una fría y honesta sonrisa.
⎯En seguida te lo traigo ⎯Se fue casi saltando de alegría tras el mostrador a preparar mi pedido.
¿Por qué se habrá emocionado tanto? Solo era un maldito sánduche, no es para tanto.
Aburrido, y queriendo aprovechar la inspiración del paisaje que pinta la ventana, procedí a sacar mi cuaderno de notas y el clásico lápiz casi sin punta que la acompaña. Esa canción no se terminará de escribir sola.
«Dile que te gusta su cadena.»
Tuve una frágil sensación de que me quedé dormido por dos segundos, y para cuando "abrí" los ojos, aquella misteriosa línea ya ocupaba la mitad de mi papel. No recuerdo haber escrito eso; ni siquiera es mi letra. Y aun así, mis dedos hacían presión en el lápiz, cuya punta todavía se clavaba en la hoja.
Al principio no quería creerlo; pensé que estaba teniendo un ataque psicótico o que tal vez era una especie de broma de cámara escondida y este lugar solo era una pantalla para burlarse de personas inocentes como yo.