Cofre de Relatos - Antología de Historias Breves

Frágil Duelo

Había días en que la mañana amanecía tan bella y despejada que cerca de mi ventana cantaba un pajarito. Era amarillo, con plumas cafés brillantes; pequeño, pero con una voz vigorosa y hermosa. Recuerdo melancólica que alegraba mis despertares en aquellas mañanas negras.

Los días pasaron y, para mi sorpresa, el pajarito construyó su nido en el árbol que tenía justo enfrente. Era tan diminuto, pero trabajó tanto en él que me hizo sentir orgullosa de su empeño. Mi amigo el pajarito era en realidad una amiga, que pronto sus delicados huevos protegió. Yo podía ver su entrega. La pequeña ave cerraba los ojos cuando los cubría con su colorido y cálido cuerpo. Era como si toda la felicidad del mundo estuviera debajo de sus alas.

El tiempo hizo de las suyas y los tiernos pajaritos rompieron los cascarones.

Mi amiga pajarita se notaba tan complacida cuando pasó que, si no supiera que era un animalito, podría asegurar que sonreía. Y sí, yo sonreía con ella. Esa, sin planearlo, era la familia que tanto me faltaba y me reconfortaba en la que casa que seguía tan vacía.

Para nuestra desgracia, una tarde una fuerte ventisca apareció de la nada en un extraño febrero y se llevó con su furia aquel amado nido. “Oh, no”, alcancé a gritar, pero nada pude hacer, era demasiado tarde. Sus pequeños pajaritos alzaron sus alas angelicales antes que las reales. Hubiese querido hacer más por ellos, pero solo pude sepultarlos y orar por su descanso eterno.

Desde ahí, la pajarita dejó de cantar.

El viento, con su indiferencia, se llevó a sus hijos, y con ellos también se llevó su voz. Aquella alma en pena dormía y observaba hacia mi ventana con una mirada vacía y quebrada; una mirada de dolor real y profundo.

“Solo eran unos pajarillos, ni siquiera los tuvo por mucho tiempo. Ya vendrán más. Verás que pronto volverá a cantar como si nada pasó”. Todo eso lo escuché de una conocida a la que le conté sobre la tristeza de mi inusual amiga.

Los días transcurrían y su canto no regresaba, tampoco comía, no volaba, ni siquiera levantaba su cabeza para mirarme cuando me asomaba para verla. ¡Era un hecho! Ella se sentía morir y no quería intentarlo más. Pero yo era su aliada, su hermana, no de especie, pero sí de alma.

Como pude, llegué a su nido. Estaba tan débil que ni siquiera trató de huir de mis manos que la tomaron cuidadosas.

—Vas a estar mejor —le dije cuando la llevé dentro de mi casa.

Mis conocimientos sobre cuidar aves eran escasos, no es algo que te enseñen en la escuela, pero perseguí mi instinto y la alimenté con paciencia. Al principio solo permanecía acostada con toda esa pena que cargaba. Sabía que le pesaba demasiado sobre su diminuta espalda.

—No puedo calmar tu pena, pero puedo sostenerte el tiempo que necesites —susurré como si me comprendiera.

Un brillo fugaz en sus ojos cruzó y supe que ella sentía lo que quería transmitirle con mis palabras.

De nuevo las semanas pasaron. La rutina se volvió casi terapéutica. Hablaba con la pajarita, la alimentaba, la mantenía cómoda, y cuando parecía decaer le cantaba; así como ella un día cantó para mí.

—Llora, pajarita, llora. Se que tu pena es grande, pero estoy aquí, para ti. No pienso abandonarte. Te cuidaré el tiempo que sea necesario, todo el que necesites —la animé.

Aquel día ella me obsequió una melancólica mirada.

Una mañana, mientras me preparaba para levantarme, un suave y corto sonido me terminó de despertar. No pude evitar correr a confirmar mi sospecha. ¡Sí! ¡La pajarita cantaba! Por fin volvía, de a poquito, pero estaba de vuelta. Fue inevitable derramar lágrimas de felicidad, como si su sanación también me sanara a mí.

Así, entre cantos y recaídas, esa pequeña madre renació. Sin duda nada le devolvería a sus hijos, esa pérdida seguirá presente por el resto de su vida, pero ahora era capaz de continuar.

Recuerdo el último día que la vi, lucía tan animada. Revoloteó sobre mi cabeza un momento, jugueteó con mi cabello y luego, a pocos centímetros de la puerta que dejé abierta, permaneció observándome, y yo lo hice también.

—Vuela, pajarita, vuela. Y cuando creas que no puedes más, cuando el dolor sea mayor, yo seguiré aquí para ti —dije, conteniendo un llanto que para muchos parecería irracional.

La pequeña ave aleteó vigorosa y, como un último vistazo, giró su delicada cabeza hacia mí. En ese preciso instante supe que quería decirme “gracias”.



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En el texto hay: relatos cortos, oneshot, generos varios

Editado: 03.09.2024

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