Cofre de Relatos - Antología de Historias Breves

Ingrid

El gran cartel anunciaba en la parte superior su nombre como la prima ballerina. Ingrid era una mujer que apenas pasaba los veintidós años que dedicó su vida al arte de la danza clásica desde que tenía tres. Gracias a su destreza física y el talento para exponer sus emociones con su cuerpo, fue colándose entre los delgados espacios del cerrado círculo de artistas hasta ser merecedora al puesto que muchas tan solo aspiraban.

Las luces indicaron que su gran oportunidad estaba por empezar. Los asistentes se sumaron más de lo esperado y la mayoría lucía sus mejores galas. Invitados de honor, políticos, adinerados de dudosa procedencia y varios influencers que solo iban a presumir dónde se encontraban, subían una fotografía e ignoraban toda la presentación para atender el vicio de sus redes sociales… eran algunos de los que serían parte de la concurrencia.

La adrenalina corría por todo su cuerpo. Era su momento de demostrar de lo que era capaz, de enseñar lo dramático que puede volverse el camino del amor a la muerte, de explotar de sensualidad con solo mover su delicada figura.

La música comenzó, ¡ella tenía que brillar y no existía otra alternativa! El suelo recién pulido debajo de sus pies le regaló el reflejo de su magnífica vestimenta y así obtuvo el valor para poder avanzar. Era la hora, por la que entregó tanto, lloró tanto, dejó todo. Una infancia hecha a un lado por el único motivo de ser una gran bailarina. El auxiliar le indicó con dos chasquidos que llegaba su turno de salir a escena. Ingrid, la dulce pero feroz Ingrid, respiró, acomodó el tutú y saltó hacía los cegadores reflectores que bañaron al mar de gente acomodada en las butacas y que, al verla, la recibió con un silencio estremecedor. El nuevo talento intimida más de lo que somos capaces de aceptar.

¡Fue allí donde lo revivió! Si tan solo no hubiera ido a esa reunión previa al estreno, si hubiera seguido su corazonada de quedarse en casa a descansar, lo que la atormentaba no estaría pasando.

«Ya sé quién eres», eran las palabras que se repetían una y otra vez en su mente mientras sus ágiles pies se movían, por eso mantenía la atención en el desconsuelo que sentía al saber lo que le esperaba al terminar.

En el pasado existieron muy pocas posibilidades de volverse la estrella principal de una presentación de tal magnitud, pero su apariencia andrógina y su piel blanca, porque el racismo persiste en ese gremio, le obsequiaron con ayuda de la intervención de una directora a la que consideraban demasiado “progresista”, la oportunidad que tanto anheló y por la que trabajó hasta que sus dedos sangraron y sus músculos dolieron por el exceso de preparación.

Conoció al culpable de su condena solo un par de semanas atrás. Muy guapo a su criterio, aunque para sus compañeras parecía ser solo un violinista irrelevante que llegó a suplir a uno que se retiró. Bellas Artes exigía talento incuestionable, solo lo mejor de lo mejor, ¡y él sí que lo tenía!; desbordaba pasión al tocar y al dirigir su vista hacia ella cuando ensayaban.

El último día de esos brutales y casi inhumanos ensayos terminó y los integrantes decidieron salir por unos tragos. Dos días después sería el estreno, así que pensaron en reunirse para festejar. Ingrid se resistió a unírseles, pero al enterarse de que el misterioso violinista asistiría, la idea la sedujo hasta el punto de aceptar para buscar un acercamiento.

El tequila la mareaba más rápido de lo que deseaba, así que dio pequeños tragos para no perder el juicio.

El hombre se sentó solo a tres sillas de distancia y ya entrada en calor le lanzó de vez en cuando un vistazo atrevido cual tigre esperando al venado; paciente y famélico.

Ninguno de los veintitrés asistentes quiso bailar, pensaban embriagarse hasta caer sobre las sillas o caer sobre la cama de algún desconocido o desconocida; lo que llegara primero.

Cuando el violinista que ocupaba su interés se levantó, no dudó en perseguirlo. Estaba hambrienta de testosterona, quería su blanca semilla sobre su espalda y su saliva mojándole las clavículas hasta llegar a sus excitados pechos, y los quería a la brevedad.

Los contrabajos y violonchelos acompañaban y dramatizaban más su presentación que fue dejando atónitos a los espectadores por lo acertados de sus movimientos. Pero sus pensamientos la mantenían concentrada en el imperdonable error que cometió al buscar a un caballero refinado. Solía preferir a los desaliñados ebrios de los bares de mala reputación, eran más fáciles de engañar y exigían muy poco para ceder a la hora de complacerla. «¿En qué momento abandoné el bajo perfil?», se repitió más de una vez.

—¿Me invitas el que sigue? —se atrevió a pedirle con voz provocativa, interceptándolo antes de que llegara al baño.

—Por supuesto —apenas pudo decir él porque lo tomó por sorpresa.

—Ingrid —se presentó con una mano que se movió con gracia.

—Diego —le dijo su nombre y se estrecharon las manos.

Con un solo roce la química fluyó. ¡Ese hombre iba a ser suyo esa noche, a como diera lugar!

Dos horas después en las que se le insinuó sin vergüenza y ya lo tenía en sus redes, salieron del bar y tomaron un taxi que los llevaría hasta el hotel más cercano. Ni siquiera pudieron abrir la puerta de la habitación porque se fundieron en un beso que rozaba en lo violento. Ingrid, incapaz de recordar quién lo inició, solo sabía que lograron entrar a tropezones. Ella intentó probar su sexo como siempre acostumbraba porque se enredaba con sujetos que exigían ser la prioridad, pero Diego se lo impidió; primero pretendía saciarla. La mantuvo de pie frente a la cama y comenzó a deslizar la mano derecha por su cuerpo, pasó por sus pequeños y endurecidos pechos, propios de una bailarina de su estilo, hasta rozar su ropa interior. Acarició la delicada textura del encaje y su deseo comenzó a apreciarse en el pantalón. Sus dedos separaron la tela y se fueron colando por los vellos del pubis, abrieron los suaves labios y acariciaron la carne que palpitaba trémula bajo las yemas. Ingrid dejó de razonar, solo ansiaba ser explorada por alguien que contaba con la sensibilidad del artista. Con lentitud, como un caro instrumento de cuerdas, con verdadera delicadeza buscaba dar con el tan afamado clítoris e hizo que a ella le vibrara el corazón, pero fue ahí donde se detuvo de manera abrupta.



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En el texto hay: relatos cortos, oneshot, generos varios

Editado: 03.09.2024

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