Cofre de Relatos - Antología de Historias Breves

Bautizo en Rojo Carmesí

Qué joven tan fascinante entró aquella noche lluviosa en el restaurante. Sobresalía entre toda esa multitud gris de gente enfadada y harta de existir. Estaba allí, de pie con la mirada alegre vivaracha luciendo unos labios húmedos por las gotas que desfilaban por su rostro blanco. Yo me encontraba en la barra y decidí acercarme para conocer su nombre que se volvió urgente. Decidí que quería conocerla y saber por qué mis ojos no dejaban de observarla.

—Hola, soy Raúl, y ¿tú eres? —le pregunté con la mano temblando; para mi sorpresa ella respondió con una sonrisa.

—Hola, Raúl, ¿me invitas un café? Hace frio allá afuera —dijo con una atrevida y sensual voz que terminó por conquistarme.

Fue así, rápido y casi mágico, que comenzó un amor inusual y perfecto. Ella era casi un ángel y yo intentaba estar a su altura. Tan bondadosa y amable con todos con los que la conocían. La adoraba tanto que no me permitía lastimarla por nada que pasara, me encantaba verla feliz porque así me sentía feliz yo también. Seis meses después aceptó unir su vida con la mía, ser parte uno del otro para jamás separarnos, tener un futuro juntos, recitar el “felices para siempre” chocando dos copas… Pero el destino me tentó como la serpiente a Eva. Yo sé que todo podía haber sido perfecto, pudo haber sido hasta la muerte.

Una musa se cruzó por mi camino un viernes solitario en el que tuve una discusión con mi amada, y que ya no soy capaz de recordar el motivo. Ella vestía con ropa tan pequeña que mis ojos solo podían ver sus curvas. La mujer era tan hermosa que creí que estaba alucinando y olvidé esa noche lluviosa en el café, olvidé mi compromiso y olvidé que mi corazón pertenecía a otra.

—Buenos días —habló con un acento extranjero que me pareció demasiado seductor—, ¿podría indicarme por favor como llegar al Hotel “El conquistador”?

Se le notaba perdida.

Fui amable y la acompañé hasta su hotel. Y es que no podía creer lo que tenía a mi lado izquierdo caminando. La gente me observaba envidiosa por la calle al ver a la dama que andaba junto a mí y yo me sentí excitado, lleno de adrenalina al saberme privilegiado. Esa mujer exótica era un monumento que hinchaba mi ego y aun más mis pantalones.

—¿Gusta pasar un momento? —me preguntó con la puerta abierta de su habitación y una mirada que me hipnotizó enseguida—. He estado muy sola en estas largas vacaciones, necesito alguien con quien platicar.

Solo bastó un guiño de su ojo azul y su cabello suelto y rubio me envolvió.

No sé cómo pude ser capaz de terminar en su cama después de un par de copas del wisky que ordenamos. Ella poseía un aroma que logró que olvidara por un breve instante a mi amada, pero solo bastó ese breve instante para terminar con todo lo que adoraba hasta entonces. La hice mía con tanta intensidad que se quedó rendida sobre la cama y después la avalancha de culpa cayó sobre mis hombros y me apresuré a ponerme la ropa.

Al salir de su habitación me detuvo en la puerta aún envuelta en la sábana y me dio un papel que llevaba la dirección de un nuevo hotel, su nombre y un teléfono escrito. ¡Tan estúpido!, creí que todo eso terminaría y yo volvería a mi vida de siempre a casarme como quería.

Pero el recuerdo de mi aventura dio vueltas todo el tiempo, quitándome la atención y la calma. Tan solo dos días bastaron para que me encontrara frente a la puerta de su nueva alcoba. Abrió con el cabello enmarañado y una delgada bata de dormir que dejaba ver lo que había debajo. Eran las dos de la mañana y yo estaba desesperado por tenerla de nuevo y escucharla gemir como lo había hecho días antes. Sus sonidos eran como suave música para mis oídos.

Disfruté de su cuerpo también esa noche, y la siguiente, y la siguiente…

—Debo irme —informó dos semanas después de vivir nuestro idilio que no me permitía pensar en nada más que en ella; me estaba volviendo un adicto a sus caderas—. Es momento de volver a casa.

Yo sabía que era necesario separarnos, olvidarme de todo y regresar a la realidad de la que nunca debí salir.

—Pasemos esta última noche, y luego me marcharé. Será nuestra despedida —pidió y no resistí besarla, arrojándola sediento a la cama.

Estábamos comenzando a entregarnos, a surcar nuestras pieles, a probar cada rincón, cuando un casi inaudible ruido sonó por la puerta de entrada, pero no me importó y continué jalando su cabello porque le gustaba ser dominada. Un leve golpeteo me distrajo una vez más ¡y entonces lo reconocí! La forma de pisar no podía ser de nadie más, lo conocía muy bien… La puerta comenzó a abrirse. ¡Ahh!, no podía creer lo que estaba viendo frente a mí. ¡Ahí estaba mi amada! Con un vestido negro y largo que le llegaba hasta los tobillos. En las manos sostenía un enorme ramo de lirios que tapaban gran parte de su rostro.

—Cariño, ¿qué haces aquí? —pregunté queriendo salir de la cama para abrazarla.

Se notaba que había llorado por horas, sus ojos ardían de un rojo encendido parecido al de sus labios y el maquillaje estaba corrido por sus mejillas, haciéndola lucir como un espectro.

—¡No podía creerlo! —gritó enfurecida con la voz partida por el dolor.

Solté a mi amante y fui directo a estrecharla sin darme cuenta de que seguía desnudo. Sentía la enorme necesidad de sujetarla y evitar que se derrumbara allí. Me quedé sorprendido cuando aceptó el abrazo y lo correspondió. Por ese instante supe lo mucho que me había equivocado y lo infinitamente enamorado que estaba de esa mujer. Por eso no le reclamé cuando sentí el calor del acero enterrándose en mi espalda, ni siquiera grité por el intenso dolor que invadió todo mi cuerpo. Supe que lo merecía por haberle fallado de una manera tan vil, estaba convencido de que se lo debía.



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En el texto hay: relatos cortos, oneshot, generos varios

Editado: 03.09.2024

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