CombustiÓn

EMERGENCIA

—Helen querida, ¿Antes de cerrar podrías sacar la basura? Frank llegará tarde mañana, y tengo cita a primera hora con Jeffrey el contador.

—Por supuesto, Betty.

Cada noche, desde que la nombraron Chef principal en El Ricci, Helen se queda media hora más a preparar la despensa para el servicio del día siguiente, así siempre tiene a mano cada ingrediente que utilizarán en el menú, ahorrándose una gran cantidad de tiempo que si dejara todo tal y como estaba ahora.

Betty es la Administradora y dueña del restaurante desde hace veinte años. Cuando Helen comenzó con esta rutina, su jefa siempre le hacía compañía para cerrar, pues pensó que solo se trataba de un arranque momentáneo debido a la emoción. Tardó dos meses en darse cuenta de que eso se estaba haciendo algo habitual, así que optó por dejarle una llave a su chef.

—¡Nos vemos mañana! —Se despide la jefa a la vez que cierra la puerta de la cocina y sale del establecimiento.

—¡Cuídate! —grita Helen desde el fondo de la despensa, mientras hace malabarismos con una cesta de manzanas— ¡Saluda a Ron de mi parte!

Betty es una mujer encantadora, heredó el restaurante al morir su padre cuando solo tenía diecinueve años. Ahora, en casi sus cuarenta, es una de las empresarias más exitosas de la ciudad, fue una suerte de la vida para la joven chef haberla conocido.

Llegó a Boston hace dos años. Llevaba tres semanas trabajando en el camión de comida rápida del primo Andy. No era eso lo que quería, pero una chef recién graduada no tiene mucho éxito sin influencias.  La que ahora es su jefa, paraba con frecuencia a llevar hamburguesas y durante esas semanas intercambiaban frases de cortesía y saludos informales.

Un día, Helen tropezó con sus propios pies y derramó soda en la ropa de Betty. Sonrojada hasta las raíces del cabello la chica se deshizo en disculpas, esperando un estallido de ira. Pero la mujer simplemente sonrió y dijo; "Vaya, este es mi castigo por comer demasiadas calorías y carbohidratos teniendo un restaurante de categoría a pocas calles".

Y ese fue el comienzo de la amistad. El siguiente martes estaba trabajando como ayudante de cocina en el Ricci. A los dos meses fue ascendida a cocinera principal de carnes, pero eso solo duró cinco meses. Tuvo la suerte de ser ascendida de nuevo y ya tiene año y medio como chef principal gracias a su talento y luego de la dimisión de Carlo, el antiguo jefe de cocina del lugar, quien moría volver a su natal Italia con su familia. De él aprendió una cantidad extraordinaria de secretos sobre la gastronomía de ese país.

Helen termina su tarea en la despensa cuando se da cuenta que es casi media noche. Al haber acabado un poco más tarde de lo normal, la chica apaga las luces y sale con tanta premura que por poco olvida tirar la basura. Entra de nuevo por las bolsas que Frank ha dejado en la puerta trasera y vuelve a cerrar el lugar.

La noche es fría y las farolas de la avenida principal emiten destellos difusos que iluminan escasamente el callejón en penumbras. Con las bolsas de los desechos en sus manos, la chef se acerca al contenedor para deshacerse de su cargamento. Es allí cuando escucha un extraño quejido que sale detrás del mismo. Sus instintos despiertan del susto y lo único que desea es alejarse lo más rápido que pueda, pues se imagina toda clase de animal callejero y rabioso. Lanza las bolsas desde una distancia prudencial, pero justo antes de darse la vuelta advierte una pequeña mano que sale por detrás del contenedor.

Helen se acerca con rapidez y queda sin palabras al ver una chica de más o menos su edad tirada en el suelo, rodeada de vómito y bañada en sudor. Su primer pensamiento es deducir que se trata de una mujer indigente o drogada, pero esa idea es desechada con la misma rapidez porque la damisela en apuros luce un cabello con mechas de color rosa chicle. y, a pesar de la suciedad que la rodea, a simple vista parece un cabello sedoso y bien cuidado.

Al fijarse en sus manos, la chef nota que también lleva una perfecta manicura francesa, y el enorme bolso que apoya en su abdomen es nada menos que un Louis Vuitton[1] de la colección pasada. Helen lo sabe porque el verano pasado babeaba por el mismo bolso. Lo había visto en las páginas de la revista que Salomé, la ayudante de cocina le prestó. No, esa chica no tiene nada de indigente.

—¡Eh! —La chef -más asustada que otra cosa- trata de llamar la atención de la accidentada, le pone los dedos en la yugular checando su pulso y temperatura— ¿Puedes oírme? ¿Puedes hablar? 

La chica en el suelo apenas emite un pequeño gemido, es obvio que no puede ni moverse. Helen toma su bolso para buscar una identificación y a la vez que coje su teléfono para marcar al 911, pero al apartarlo de la mujer se da cuenta del hinchado abdomen de embarazada que se esconde debajo.

—Mierda —Maldice Helen en voz alta. Ya no es solo una vida en peligro, son dos.

—911 cuál es su emergencia. —Atiende el operador al teléfono.

—Eh... Si. Pues... —Bloqueada y cagada del susto las palabras no le salen.

—¿Puede hablar? ¿Moverse? ¿Puede decirme su nombre?

—Sí. No... Sí. Mi nombre es Helen Brown. Encontré una mujer embarazada a lado de los contenedores de basura del restaurante Ricci en la avenida Columbus con calle Stuart[2] ha vomitado, suda mucho y está casi inconsciente.




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