Jake pasa el resto de la madrugada pensando en la entretenida conversación que tuvo con la señorita Helen, una chica divertida y de fácil conversación. Le parece agradable y refrescante que le guste pincharle y hacerle sufrir por haber sido un imbécil la noche del hospital. Desafortunadamente para el bombero, no puede seguir con ensoñaciones en la cama, pues Amber llora desconsolada y tiene que prepararle el biberón.
Lily sigue durmiendo tan profundamente que ni se da cuenta cuando Jake toma a la bebé en sus brazos. Lo que más preocupa al hombre es que luego del parto, ella se ha vuelto distante de nuevo. Decide no despertarla para contarle que ya está redimido en cuanto a sus acciones respecto a Helen. Aunque según Jake, puede que ahora ya no le importe. La Lily de antes se tomaría las cosas muy a pecho, piensa. Y tan seguro como que el cielo es azul, que le preguntaría y analizará hasta el último signo interrogación de su conversación con la chica.
Con la pequeña en uno de sus brazos, el chico se dirige a la cocina, toma un contenedor de leche materna del refrigerador y lo lleva al fuego en una pequeña cazuela. Amber mueve tan desesperadamente sus bracitos y piernas que está ruborizada por el esfuerzo.
—¿Tienes hambre pequeñita? —el bombero le habla como si entendiera lo que está diciéndole. La pequeña emite un pequeño gruñido de frustración— Shhhh. Solo nos tomará unos segundos más.
Con el biberón en sus manos se sienta en el sofá frente a la televisión y lo enciende para hacer algo de ruido. Ni si quiera presta atención a la programación. Acomoda su pequeño paquete hambriento en brazos, que comienza a succionar con fuerza. Y en pocos minutos acaba completamente el contenido de la botella.
—Ahora dame todo lo que tienes ahí. —unos cuantos golpecitos en la espalda son suficientes para que salgan unos cuantos gases— cuando seas más grande, te aseguro que tú y yo nos divertiremos en las competencias de eructos del tío Aston. —y susurrándole al oído de manera cómplice le dice a la bebé la regla más importante del juego— solo si no le dices nada a mami.
Una vez terminada aquella sesión de eructos de campeonato, Amber se duerme plácidamente como si nunca se hubiese despertado. Pero Jake no piensa caer en la trampa, sabe que dentro de una o dos horas volverán a repetir la rutina, solo que esta vez espera no sea su turno.
Regresan a la habitación y con mucho cuidado la recuesta en la cursi cuna rosa chillona que Lily escogió en la tienda de muebles. Recuerda que le pareció una tortura monumental. Rodeado de cunas de diferentes formas y tamaños. Él había escogido una sencilla, destinada únicamente a la comodidad del bebe, además tenía un precio bastante razonable. Era una cuna de madera color crema con tallado de soles y nubes sonrientes, pero Lily nunca ha compartido con el bombero su gusto por lo sencillo y confortable. A Lily siempre se le han dado las extravagancias y excentricidades. Y esa es la razón por la que ahora tienen esa insoportable cuna en medio de la habitación de Amber, con un móvil de cupidos y corazones. “Empalagoso, parece escupida directamente de la garganta de un unicornio.”
Cumplida la misión de alimentar a Amber, Jake se va a la otra habitación e intenta aprovechar las horas de sueño que pueda tener antes que el pequeño monstruo decida despertar a cada habitante del barrio, no sin antes repasar por última vez la divertida conversación con Helen.
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Hace seis semanas que llegó la pequeña a la familia. Y por suerte para Jake, ya duerme más de dos horas seguidas. Es un gran alivio, porque hoy se incorpora nuevamente a trabajar en la estación de bomberos y le han dado el turno de la noche. No ha vuelto a saber de Helen; entre biberones y pañales lo único que hace en su tiempo libre es dormir. Pero algunas veces mientras está en el gimnasio piensa en aquella vez que textearon hasta pasada la media noche.
Jake corta el césped de su casa, se supone que Aston, su mejor amigo, está allí para ayudarle, pero como siempre solo se sienta en el porche con una lata de cerveza en mano; por más que intente endilgarle alguna herramienta de labor doméstico, termina de un modo u otro sentado viéndole trabajar.
Aston además es compañero en la estación, su mejor amigo desde hace más de quince años. Tomaron juntos la formación militar y en la academia. Nunca se han separado, ni si quiera en las vacaciones; siempre las piden juntos. Si Jake no lo hace, Aston tampoco, así de cursi es esa amistad. A excepción del día que una pared de hormigón se derrumbó justo encima de él, allí también perdieron al tercer mosquetero. Aston paso unos meses fuera de servicio y fue un momento muy duro para todos, pensaron que nunca se recuperaría. Pero el amigo tiene voluntad de hierro y un gran sentido del humor.
—Oye amigo. ¿Sabías que Shen se retira el próximo mes? —dice el mejor amigo desde su lugar en el porche.
—Sí, desde hace tres años está tomando la decisión de retirarse. No comprendo porque le ha tomado tanto jubilarse.
—Bueno, creo que esta vez va en serio. —le habla de nuevo con rostro pensativo.
—Justo como la última vez, viejo. —Jake insiste.
—Oye, y ¿Aprovechaste las vacaciones? —pregunta arqueando las cejas sugerentemente. Jake ya sabe a lo que se refiere. — ¿Algo nuevo e interesante que te haya ocurrido?
Aston es mujeriego sin remedio, frecuenta el Sweetie; un bar nudista en el centro de la ciudad. Jake a veces le acompaña, pero evita a toda costa contarle a Lily. Se pone como loca y dice que ahí se puede coger SIDA hasta respirando. Sin embargo, no es por ello que Jake no lo hace. Es solo que no se siente cómodo en un ambiente lleno de tipos ebrios, sudorosos y excitados con un par de senos al aire.