¿ES UN PICAFLOR?
Olimpic Falls se situaba en la costa de California. Era un lugar maravilloso donde pasar unas increíbles vacaciones o, incluso, donde vivir.
Tras el traumático suceso que ocurrió seis años atras, me había mudado a un nuevo hogar en aquel sitio. Una gran mansión era suficiente para que me diesen ganas de vomitar al recordar lo sucedido. Con suerte, mis nuevos hermanos consiguieron ayudarme un poquito, por poco que fuese.
Aunque claro, yo aún seguía tocada por aquello. Amaba, adoraba y extrañaba a mis padres. Solo tenía once años y la vida me los había arrebatado. Me había quedado sola y tampoco había ningún familiar dispuesto a quedarse conmigo. Entre otras cosas, porque era inexistente. Mi familia constaba de mamá, papá, una bisabuela que chocheaba y yo. La abuela estaba en una residencia y mis padres habían...bueno, se deduce.
Sufrí depresión a los quince y salí de ella medio año después. Costó, pero fue uno de los mejores momentos de mi vida cuando me di cuenta de que volvía a ser feliz.
Además, tenía una nueva mejor amiga. Aunque odio ese término tan usado. Alice era lo opuesto a mí: antipática, con gusto de abuela —aunque no la culpo, su abuela le regalaba bufandas y saquitos casi semanalmente— y con un carácter frío y distante. Yo tampoco entendía cómo nos hicimos amigas, pero al menos el cariño que teníamos hacia la otra era mutuo.
Era el primer día de mi último curso en el instituto. Tenía unas ganas terribles de irme, pues no soportaba más estar allí, pese a mi fama.
—¿Qué planeas estudiar?—preguntó Alice mientras organizaba por tercera vez su taquilla. Yo me quedé con la espalda pegada en la taquilla de al lado.
—Medicina, ya lo sabes.
—Sí, pero, ¿qué especialidad? Digo, a no ser que quieras ser médica a secas.
—Medicina Forense, sin duda alguna.
—Uhhh... qué guay. —Hizo un gesto alzando sus manos, fingiendo emoción—. Abrir a un muerto tiene que ser increíble.
—Abrirte a ti a veces sería ideal.
Me dio un empujón bromeando y yo comencé a reírme.
—¿Y tú qué?
—¿Yo qué de qué? —Sabía lo que le estaba preguntando, pero hacía como que no.
—¿Qué te espera la vida después del instituto?
Alice ignoró mi pregunta con otra pregunta, algo típico en ella y que solía hacer cada vez que no sabía qué responder o que no le interesaba el tema.
—¿Cómo está Dwight?
Alice está colada por el que por desgracia, es mi hermano. Dwight es igual de reservado en cuanto a sentimientos, pero mucho menos antipático. Cuando lo conoces es incluso soportable estar a su lado. A veces hasta sonríe.
—Ni idea. —Me encogí de hombros—. ¿Por qué no aceptas que te gusta y se lo preguntas tú misma? —Le dediqué una sonrisa que sé lo mucho que le picó.
Ella rodó sus ojos y fijó su vista en un punto detrás de mí. Sabía exactamente a qué miraba. O más bien, a quién.
—¿Sabes? —llamó mi atención—. Creo que cuando salga de este horrible, apestoso y agobiante lugar lleno de imbéciles, ya sé lo que haré.
—¿En serio? —sonreí.
—Sí, cortarme las venas. Diré que no pude soportar verle una vez más el careto a ese retrasado que va a tomarte por la cintura, decirte lo mucho que te quiere e irse al baño a menearse la minga. —Rodó sus ojos y antes de darme tiempo a responder, ya se había ido.
Josh vino hacia mí con su típica sonrisa perfecta, me tomó con posesividad por la cintura y plantó un beso en mis labios.
—No sabes lo mucho que pienso en ti —dijo, y me hizo sonreír—. Te quiero, Happy.
Suspiré, como cada vez que me llamaba por ese nombre. Harper y Happy solo compartían dos letras. ¡Dos! Pero a él se le había metido en la cabeza que mi nombre era Happy. Yo ya no sabía si lo decía por picarme o porque en realidad no sabía que era Harper.
Josh y yo llevábamos saliendo nueve meses, aunque él siempre me había gustado, y al parecer era recíproco. Era el novio perfecto: ambos éramos populares y teníamos calificaciones buenas, además de que todo el mundo nos juntaba. A veces me surgían dudas con él, sí, pero luego desaparecían. Por cierto, mis hermanos lo odiaban. Decían que yo merecía más que un picaflor, aunque no entendía el porqué.
Vale, Josh podía ser un poco coqueto, pero no me era infiel. ¿Queda claro?
Comenzamos a hablar de la fiesta del viernes mientras caminabamos cogidos de la mano por el pasillo.
—¿Irás? —le pregunté, aunque sabía que la respuesta era un no rotundo.
—No puedo beber, tengo una competición el sábado temprano. —Josh era nadador y se lo tomaba muy enserio.
—No tienes que beber. Puedes tomarte una Fanta de limón, o un Aquarius. Puedes incluso beber una cerveza sin alcohol.
—No aguantaría la tentación, amor. Prefiero no ir.
—Bueno...
En realidad, esperaba que no fuese. Si iba, yo no podría bailar tranquilamente y beber cuanto quisiera. Él siempre ponía los límites y yo hacía de todo para no decepcionarlo. Sin embargo, si no veía cuando yo traspasaba esos límites...¿qué importancia tendría?
—Iré en otra ocasión, ¿vale?
—Está bien. —¡Estaba de puta madre!
—¿Vendrás a la competición?
Nos detuvimos en un rincón donde solíamos estar, pues al lado estaba su aula. Josh me miró con inquietud y yo sentí que no quería que estuviese en su competición. Rara vez me decía cuando tenía alguna. Esa vez no le había quedado otro remedio debido a la fiesta.
—Lo intentaré. —Le regalé una sonrisa y me separé de él tras darle un beso—. A veces pienso que no te gusta que vaya. —Lo miré con carita de ángel, que me salía de maravilla.
—¿Por qué, amor? ¡Me encanta que vengas! Solo es que siento que te aburres en algunas, ya sabes, como tú no sabes tanto de competiciones...
No le conté que solía competir como atleta cuando era más cría. Lo dejé cuando murieron mis padres. A él le encantaba venir a verme y sentía que ya no era lo mismo.