Cómo No grabar un documental de vampiros

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Hoy ha sido la primera noche de rodaje. Se supone que atardecía a las 19:30 y nosotros llegamos un poco antes de las siete y empezamos a colocarlo todo y a grabar unas escenas de la casa vacía. A las y treintaicinco, me acerqué a la puerta en la que dijo que dormía. Yo no oía nada. Pegué la oreja al marco. Tampoco.

Entonces fue cuando la puerta se abrió de golpe. Qué vergüenza. Bueno, no pasa nada porque la cámara no estaba grabando. Se me quedó mirando raro, la verdad.

—¿Estás... bien? —me preguntó, y por un momento pensé que iba a cerrar la puerta y volver a abrirla como si nada hubiera pasado.

—Sí, sí, comprobaba la acustica —mentí sobre la marcha, con menos vergüenza de la que debería.

Él asintio, probablemente fingiendo que me creía. El cámara apartó la vista, probablemente queriendo que se lo tragara la tierra.

—¿Cómo empezamos? —preguntó Zoltán, de repente, y pude oír el suspiro agradecido del cámara.

—Ah sí, yo te voy a hacer preguntas fuera de cámara, es decir de enfoque, sobre la casa mientras la recorremos, y tú me vas a ir contestando, pero no me mires a mí, ¿vale? tienes que mirar al punto rojo de la cámara, ¿fácil, verdad?

Él dijo que sí, pero no lo fue. Hubo momentos en los que me sentí tentada de seguir para adelante y arreglarle los ojos con CGI o algo del estilo.

Ya te lo dije ayer, la casa molaba, pero las historias que contaba sobre algunas de las cosas que habían molaban más. No voy a decir que haya empezado a creer en vampiros, pero el tío su movida se la ha currado, las cosas como son. Hubo un momento muy chulo, frente a una armadura.

—¿Y esta armadura? —dije señalándola.

Era negra, como si fuera de fantasía, tipo Juego de Tronos, con un escudo muy chulo de un león gris con tres cabezas que escupía fuego.

El se paró en frente y la miró de arriba a abajo. Mostró una sonrisa leve.

—¿Te gusta? Es una armadura ceremonial del siglo XIV. La llevé tras la victoria, para la celebración, era una costumbre de los nobles. Fue bastante... sangrienta, supongo. Me refiero a la batalla, no a la celebración ¿Te suena la batalla de Nicópolis?

—Bueno, depende —dije con sinceridad.

Él se quedó esperando que yo le dijera de qué dependía, no me extraña, pero tenía la esperanza de que no indagara.

—Depende de si me vas a preguntar algo de ella justo después —admití.

Se quedó como pensando un instante, y finalmente estalló en una carcajada. No me lo esperaba. La técnico de sonido tampoco. Nos pusimos rojas las dos. Tiene una risa muy bonita. Suena como si no estuviera acostumbrado a reírse.

—Bueno, fue una batalla contra los otomanos, que supongo que sí te suenan más. Fue como una coalición entre países para frenar su avance por Europa —dijo, con cierta inseguridad—. Se me hace raro contarlo como si no la hubiera vivido.

—Vale, la pregunta lógica para mí es ¿cómo pelea un vampiro? En plan, ¿las batallas no son de día?

—Esperaba una pregunta más épica, relacionada con poderes y tal —dijo él, sorprendido—, pero bueno, el caso es que no dije que fuera justo durante la guerra. Es decir, me colé en campamentos enemigos con nocturnidad, hicimos guerrillas, asedios nocturnos... lo típico.

—Tipiquísimo, ¿eso no va contra la convención de Ginebra?

Él guardó silencio otro momento.

—A ver, creo que sí, pero fue como seiscientos años después. Año arriba, año abajo.

—Ya —dije, porque lo cierto es que me había pillado.

O sea, el tipo se conoce su casa. No sé por qué lo digo como si fuera una novedad, pero me refiero a que la describió muy bien, y mostró más cosas interesantes, como la forma de encender el fuego antes, algunos cacharritos medievales, un poco de ropa que aun se conserva...

Cuando acabamos empezamos a recoger y él se me acercó.

—¿Lo he hecho bien? —me preguntó con humildad.

—Sí, tranquilo, nadie está suelto su primera vez frente a la cámara —le dije poniéndole una mano al hombro.

Si me vas a preguntar, sí, parecía frío al tacto, pero en honor a la verdad yo también soy friolera. Y además le toqué la camisa, no la piel.

—¿Qué haremos en la próxima? —me preguntó.

—Pues un poco tu rutina, qué haces en una noche. Ya sabes.

—No sé si seré tan interesante, pero lo voy a intentar —dijo con una sonrisa cálida.

—¿Cómo te metiste en esto? En lo del documental, digo —le pregunté, sin pudor ninguno.

—Es una historia... un poco larga, la verdad. No creo que yo sea interesante, concretamente, creo que mi condición lo es, y yo soy el que está dispuesto a hablar de ello.

—Vale, pero delante de las cámaras no vayas a venderte así de mal ¿de acuerdo?

Él asintió con la cabeza.

—Antes tenía una vida más interesante.

Hubo un momento incómodo de silencio entre ambos.

—Te creo —dije, a ver si suavizaba las cosas.

Pero bueno, al final acabó alejándose un poco, y ya recogimos y nos fuimos. Si te tengo que ser sincera, yo hubiera hecho algún truco, pero mira que como no lo sea, salte desde el segundo piso y se nos mate a ver qué hacemos.

Ya te contaré cómo va mañana el segundo día de rodaje en la calle. Yo voy a ver si acepta a hacer un truco que no implique morder a alguien o tirarse a ver si se convierte en murciélago.

Besis, amiga.




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