Como ser un influencer Guapo

PREFACIO

El día que todo empezó.

España,

Jena.

Estaba sentada en un rincón de la cafetería, deslizando TikToks con la concentración de alguien que busca entretenimiento urgente. Germy, como siempre, atendía a los clientes en la barra con esa mezcla de torpeza y encanto que me tenía enganchada desde hace años.

—Mira, Germy —le dije cuando la última pareja se fue—, este trend está arrasando en toda España, los chicos se vuelven locos con esto. Y este otro… ¡madre mía! ¡Cinco millones de reproducciones!

Él puso los ojos en blanco y soltó un suspiro teatral.

—Jen… las redes sociales son para gente estúpida. La gente se cree más lista por dar un like y todo el mundo se vuelve gilipollas —dijo con esa seriedad exagerada que siempre me hacía reír.

—No, Germy, no es solo tontería —le repliqué—. Mucha gente ha cambiado su vida con un simple click. Mira… yo misma he aprendido cosas gracias a esto, he conocido a gente increíble…

Lo observé sonreír, ladeando la cabeza mientras preparaba un café para él mismo. Tenía esa sonrisa que me hacía olvidar que acababa de llamarme pesada.

Y entonces, sin pensarlo demasiado, levanté el móvil y empecé a grabar. Quietecita, desde el lado de la barra, como si fuese un ninja de TikTok. Pero mi pulgar, traicionero, hizo un movimiento extraño y en lugar de darle a “Borrador” … le di a “Publicar”.

Guardé el teléfono en el bolso, riéndome nerviosa de mi torpeza, sin imaginar lo que venía. A los minutos, mi móvil empezó a vibrar como loco. Notificaciones, comentarios, compartidos… y yo allí, congelada, mirando a Germy que seguía tan tranquilo, sirviendo cafés, ajeno a que acababa de convertirse en viral.

Mi risa se atragantó cuando vi un mensaje en la pantalla del celular de German un mensaje de su hermana.

"Esto es real? ¿Este eres tú?"

German se giró hacia mí, con el ceño fruncido y los ojos abiertos como platos.

—Jen… ¿me estás diciendo que mi hermana acaba de ver esto? —preguntó, la voz mezcla de horror y resignación.

—Bueno… sí… —dije, intentando sonar tranquila, aunque me estaba muriendo de risa—, puede que haya publicado el video sin querer.

Se llevó el teléfono a la cara, como si esperara que mirarlo con intensidad lo hiciera desaparecer. Su respiración era más rápida de lo normal y por un instante pensé que iba a explotar.

—¡¿Publicaste esto… en serio?! —gritó, señalando la pantalla— ¡Cinco millones de reproducciones en menos de dos horas! ¡Dos horas, Jen!

—Calma, calma —intenté ponerme seria, aunque era imposible mantener la compostura—. Puede que esto cambie tu vida. Mira, mucha gente ha conseguido oportunidades, amigos, incluso trabajo… todo gracias a un simple click.

German bufó y negó con la cabeza, caminando de un lado a otro detrás de la barra.

—No, Jen… las redes sociales son un desastre. No quiero ser parte de esto. La gente se vuelve gilipollas y yo… yo no necesito que me sigan millones de personas —dijo, sacudiendo las manos como si pudiera espantar la viralidad del aire.

Lo miré y sonreí, porque ya podía imaginar la idea que se estaba formando en mi cabeza.

—Mira, solo escúchame un segundo —le dije, acercándome un poco—. Si me dejas ayudarte, puedo enseñarte a manejarlo. Podrías incluso sacar provecho… y además, ayudar a tu familia con algo de dinero extra.

Él me miró, frunciendo el ceño y mordiéndose el labio inferior, como siempre hacía cuando dudaba.

—Jen… eres imposible —susurró, medio divertido, medio resignado.

—Lo sé —le guiñé un ojo—. Pero eso es precisamente lo que te va a salvar la vida… y quizás hacer que te diviertas un poquito en el proceso.

—¡Borra ese puto video de ahí!

Cuando acabó el turno en la cafetería, subí corriendo a mi habitación, todavía con el móvil en la mano, temblando un poco de emoción. No podía creerlo. Mi cuenta, que hasta hace un par de semanas era una mediocridad absoluta, había explotado: ¡casi 500.000 seguidores de la noche a la mañana! Todo por un único video de German preparando un café, con esa canción ridícula de moda de fondo.

—¡Esto es… increíble! —me dije a mí misma, saltando sobre la cama—. No puedo creer que un solo vídeo haya hecho esto.

En ese momento, mi madre entró en la habitación, con los brazos cruzados y una sonrisa divertida.

—¿ESTE NO ES GERMAN? —preguntó, señalando la pantalla del móvil.

—¡Por supuesto! —me carcajeé—. ¿Te puedes creer que se haya hecho viral solo haciendo esa estupidez?

Mi madre se apoyó en el marco de la puerta y arqueó una ceja, todavía sonriendo.

—¿Y él está de acuerdo con eso, Jena?

—No —respondí, con un hilo de risa nerviosa—.

Justo entonces, mi móvil empezó a sonar. Era German. Suspiré y descolgué.

—Necesito que bajes ese vídeo ya —dijo, con voz tensa—. No soporto tener a todos mis contactos de WhatsApp mandándome ese vídeo donde me veo ridículo.




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