Como ser un influencer Guapo

Capítulo 2 – Enfrentando la fama

Convencer a German de entrar a una tienda de ropa fue casi tan difícil como convencerlo de abrirse una cuenta en TikTok. Pero ahí estábamos, con parte de su salario recién cobrado, dispuestos a invertir en algo que yo llamaba branding personal y él llamaba tirar el dinero en tonterías.

—Prueba este polo blanco y estos pantalones old money —le dije, empujándole la ropa a los brazos—. Te quedarán bien con tu figura.

Él resopló, pero entró al vestidor. Yo esperaba verle salir como siempre, con esa pinta de chico que no se preocupa demasiado por su look… pero lo que apareció me dejó con la boca abierta.

German salió con el polo blanco ajustado y los pantalones entallados, el cabello despeinado como si acabara de levantarse de la cama. El mismo chico que yo conocía desde pequeña… pero transformado en alguien peligrosamente atractivo.

—Dios santo… —murmuré antes de poder callarme.

Saqué el móvil en automático y le tomé una foto. Click. Capturé el momento como si fuese oro.

—Bueno —gruñó él, mirándose en el espejo de cuerpo entero—. No se me ve mal, pero esta ropa es muy cara, Jen.

—No importa, ven, déjame tomarte otra foto.

German se cruzó de brazos con esa cara seria que tanto me hacía reír en secreto. Click. Otra foto digna de portada de revista.

Al salir de la tienda con las bolsas, él caminaba más relajado, pero aún escéptico.

—Tenía mucho tiempo que no compraba ropa —confesó—. Sabes que no gastaba en eso.

—Verás que te irá mejor ahora —respondí, desbloqueando el móvil. Le mostré las fotos que le había tomado.

German se detuvo en seco, sus ojos se abrieron un poco más al ver la pantalla.

—Joder… —dijo, sorprendido—. Qué bueno estoy. ¿En serio me veo así?

Asentí con una sonrisa orgullosa.

—Sí.

Él me miró fijamente, con esa intensidad que me desarmaba, y apartó un mechón de cabello que caía en mi cara.

—Lo dices porque eres mi mejor amiga, boba.

Sonreí para disimular cómo me latía el corazón.

—Obvio. Para mí eres horrible. —solté con sarcasmo, aunque en mi cabeza lo único que podía pensar era lo contrario.

German explotó en carcajadas por mi comentario sarcástico, tanto que casi se dobla por la mitad. Yo terminé riéndome también, aunque en mi cabeza no dejaba de repetirme lo guapo que se veía con esa ropa nueva.

Llegamos a su casa y, apenas abrimos la puerta, Nicolás, su padre, salió a recibirnos.

—¿Cómo va la manager de mi hijo? —me saludó despeinándome el cabello con cariño.

—En perfecto estado, trabajando fuertemente —respondí con un guiño.

—¿Trabajando fuertemente, Jen? —se quejó German, levantando las bolsas—. ¡Gastamos casi cien euros en esta puta ropa!

Nicolás estalló en una carcajada.

—Bueno, hijo, ahora eres una celebridad. He visto un video tuyo bajo la lluvia… no sabía que te veías tan guapo.

Yo me acerqué a él con una sonrisa cómplice para mirar el móvil.

—¡Oh, Dios mío! —exclamé—. No me había fijado… ese video tiene cuatro millones de visualizaciones y un millón de likes.

Nicolás frunció el ceño un instante, serio.

—Mmm, Jena… me prometes que esto no será peligroso para mi hijo, ¿verdad?

Lo miré con toda la sinceridad que pude reunir.

—Se lo prometo, señor. No dejaré que nada malo le pase.

German bufó, interrumpiendo el momento solemne y Hanna dice:

German aún resoplaba cuando entramos en la cocina. Hanna ya estaba ahí, esperando con los ojos brillantes.

—Germy, ¿me harás el pay de limón como lo hacía mamá? —preguntó con ilusión.

Él sonrió, dejando las bolsas a un lado.

—Claro, enana. No prometo que me salga idéntico, pero lo intentaré.

Nicolás y yo nos acomodamos en la mesa, como si fuésemos los jueces de un programa de cocina. Yo, por supuesto, con el móvil escondido en la mano.

German se arremangó y empezó a preparar todo con esa seriedad exagerada que solo mostraba cuando cocinaba. Mezclaba los ingredientes, probaba la crema, batía con fuerza. Hanna lo miraba fascinada.

—Vale, este paso es crucial —dijo, inclinándose sobre el recipiente—. No puede quedar ni un solo grumo, ¿ves?

Yo grababa cada movimiento: la concentración en su rostro, los músculos de sus brazos tensándose mientras batía, el leve desorden de harina en el delantal. Admito que la escena era ridículamente atractiva.

—Si algún día lo subo a TikTok, esto revienta internet —pensé para mí misma.

De pronto, German se giró con el plato casi terminado en las manos. Y, como buen torpe de nacimiento, tropezó con la silla.

—¡Cuidado! —salté a ayudarlo.

Fue inútil: nuestras frentes chocaron con un golpe seco mientras él trataba de equilibrar el pay y yo de sujetarlo.




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