Shell aun estaba despierta. Eran las tres de la mañana y Melanie ya dormía plácidamente en su cama, cubierta de pies a cabeza por su cobija de color rosa, adornada con formas de flores y rosas. Shell sentía un profundo sentimiento de paz y amor al verla alli, descansando tan tranquila. ¿Y ella misma? Sí, debería de estar durmiendo, al fin y al cabo debía de dormir, no era inmune al sueño como había supuesto algún tiempo atrás. Pero, algo la había despertado, no sabía qué, quizás un sueño que no recordaba, o la simple preocupación. Así que incapaz de volver a dormir, había optado por quedarse allí, sentada a los pies de Melanie a los bordes de su cama, envuelta por la oscuridad de la habitación, y sus propios pensamientos.
¿Podía cuidarla? ¿Realmente podía? Era su deber, y sin embargo... No podía hacer mucho más que observarla y apoyarle con palabras y compañía.
¿Y si aquel monstruo volvía a tocarla...? ¿Qué podría hacer?
El pecho le empezó a subir y a bajar con desesperación repentina, al contemplar aquella idea en su mente, e intentó tranquilizarse, pero las lágrimas empezaron a asomar...
Por favor, Dios, no lo permitas, rogó a la nada, en medio de su llanto, antes de echarse a los pies de Melanie aun dormida, y finalmente dormir.