Me dejo caer en la cama, atónita y con el pulso acelerado a tal punto de no poder creerlo. La esperanza llena mi pecho y lo único en lo que puedo pensar es que Damon me llama, pero estoy tan shockeada que mi cuerpo sigue sin reaccionar.
Por un instante, algo dentro de mí me dice que no atienda, tal y como él lo hizo con mis llamados, pero otra parte aún más grande me dice que aproveche la oportunidad e intente arreglar las cosas con mi novio, si es que todavía sigue considerándonos así.
Me debato internamente si atender o dejar que siga sonando, pero luego recuerdo todo lo que sufrí en estos días sin su compañía y decido descolgar.
Al instante, el sonido fuerte de una canción de rock se escucha con claridad y los deseos de colgar comienzan a aparecer al notar que, si sigue así de fuerte, terminaré sin tímpanos. Alejo un poco el celular de mi oído y llamo el nombre de Damon una y otra vez hasta que por fin decide hacer un pequeño ruido antes de decir algo.
—Nat… —Es apenas un susurro, pero el escuchar su ronca y hermosa voz hace que casi me eche a llorar como una niña pequeña. El alivio me invade y no puedo creer que me llame.
—Damon…
Nos quedamos callados, sin saber qué decirle al otro. Quiero abrirle mi corazón, pero no puedo, porque los nervios me invaden. Quiero que primero vea mi carta y entienda por lo que estoy pasando para luego sí abrirle en persona todo lo que mi corazón siente.
—Nathalie…
—Damon, ¿estás ebrio? —pregunto atónita, sintiendo que todo mi interior se destroza por primera vez. Nunca se emborrachó frente a mí ni tampoco me habló de esta forma.
Se ríe a medias, una risa como la que siempre me gusta escuchar, solo que esta es de un Damon borracho.
—No… bueno, sholo un poco —admite, sin una pizca de arrepentimiento.
—¿Solo un poco? Damon, balbuceas.
—No me retes, Nathalie. No eresh mi madrrrrre.
—No, no lo soy —concuerdo.
—Menos mal, porque me gustas mucho como para conshiderarte mi madre —dice arrastrando cada una de las palabras, mientras suspira y suelta otra risa, por la razón que sea.
Tengo que admitirlo, escuchar a Damon ebrio es divertido, pero aun así no pienso que esté bien. Deseo hablar con él cuando esté puramente sobrio y no sedado por el alcohol.
—¿Por qué bebiste, Damon? —pregunto con cautela. No me gustaría arruinar su buen humor y convertirlo en el mismo agrio y enojón Damon de siempre. Me gusta que suene así de despreocupado al hablar por teléfono conmigo.
Tengo intriga, sí, mucha para decir verdad. ¿Por qué comenzó a beber? Nunca, desde que estoy con él, tocó una botella de alcohol. Mucho menos se emborrachó en mi presencia. ¿Ya lo hizo antes? Supongo que sí. Todo adolescente se emborracha, pero Damon se toma en serio su carrera de boxeador y es por eso que no anda por ahí de fiesta en fiesta bebiendo hasta quedar inconsciente.
—Yo… the extraño. —Suelto un suspiro al escucharlo decir aquello. Temía que no me quisiera hablar de nuevo y que me diga que me extraña llena ese vacío que en un principio se creó en mi pecho.
—Yo también. Ahora, respóndeme.
Hace una pausa y no sé si se quedó dormido o si piensa en alguna excusa para darme, hasta que unos segundos después, escucho que la música baja su intensidad hasta quedar como un sonido de fondo.
—No puedo estar sin ti, Nathalie. ¿Por qué meh dejaste? No quería que te fueras y no me prestaste atención… Te necesito.
Se me rompe el corazón al escuchar cómo poco a poco su voz se va apagando hasta quedar en silencio absoluto. No lo dice con reproche ni con furia, solo con tristeza y angustia.
—Damon, te lo dije, estoy aquí por mi padre…
—Mi madre me dejó, Nathalie. No quiero que me dejesh tú también. Te necesito —suplica con la voz ahogada.
Entonces, escucho algo que tan solo lo pude escuchar una vez en la vida, cuando me contó un poco sobre su pasado. Está llorando; solloza por mi culpa. Piensa que lo voy a dejar, no del mismo modo que lo hizo su madre, pero que voy a desaparecer de su vida. De su mundo.
—No podría soportar que me apartes de ti, Nat. Por favor, no me dejes.
Mi corazón comienza a partirse en pedazos lenta y dolorosamente, mientras lo escucho casi agonizar en la otra línea.
—Damon, no te dejaré. Lo prometo.
—No te puedes alejar, Nathalie, ni siquiera si me pides espacio. No puedo estar sin ti. Me destroza no dormir contigo… —Se atraganta y es allí cuando me doy cuenta de que también estoy llorando junto a él.
Me llevo la mano a la boca para callar mis entrecortadas respiraciones y los pequeños sollozos que salen al compás de los suyos. Nunca podría alejarme de él. No puedo hacerlo por voluntad propia. No hay parte en mi cuerpo que desee que me aparte de su lado. Me tiene atada, encadenada a su cuerpo y alma, como un lazo invisible que nos mantiene unidos. Un lazo tan poderoso que es imposible de romper. La distancia que ahora nos separa no es impedimento para que siga sintiendo lo mismo por él. Nada puede hacerme cambiar de opinión.
Necesito tener mi postura de antes, sentirme segura de que lo nuestro no se está rompiendo, porque no es así. Tengo que hacerlo entrar en razón, por más que esté bastante borracho, y decir todo lo que él y yo queremos escuchar para darnos cuenta de que es verdad.
—Damon, por favor, deja de pensar que no me tienes más, que no te pertenezco, porque sabes perfectamente que estoy anclada a ti, que soy tuya al igual que tú eres mío. Solo… espera un par de días o semanas para poder estar con mi padre en su recuperación y luego todo volverá a ser como antes. Estaré a tu lado, dormiré abrazada a ti y podrás tenerme junto a ti todo el tiempo que sea necesario para que vuelvas a tener la certeza de que te quiero, que no me alejaré así sin más, sin dar explicación alguna.
Escucho que suelta un suspiro tembloroso y rezo para que entienda mis palabras entre toda esa neblina de alcohol que tiene a su alrededor.