Es de noche.
La lluvia no cesa, como si el cielo también necesitara llorar.
Y yo aquí… en mi habitación… llorando sin parar.
—¿Otra vez así, Elisa? ¿Cuántas noches más vas a permitirte romperte en silencio?
¿Cómo empezó todo esto?
Ya lo recordé… todo ocurrió hace diez años.
—Diez años. Una década. ¿Y aún duele como si hubiera sido ayer, verdad?
Conocí a alguien. Me enamoré. Bueno… los dos nos enamoramos.
O eso creí. Fue lo más hermoso que me ha pasado. Durante un tiempo, todo parecía estar en su sitio.
Me amaba. Lo sentía. Lo veía en sus gestos, en sus palabras…
Pero también había algo que no encajaba.
—Y lo sabías. Desde el principio lo supiste, pero elegiste no ver.
Cuando cumplimos un año juntos, lo presenté a mi familia. Él sabía que solo me quedaban mis padres.
Recuerdo a mi madre… cómo lo miró. No dijo nada al principio, pero con el tiempo empezó a advertirme:
“No es una buena persona”, me decía.
—Y tú... tú no quisiste escuchar. Porque estabas enamorada. Porque querías creer que , el amor sería suficiente.
¿Han escuchado esa frase que dice: “¿Escucha a tu madre, porque ella sabe lo que es bueno para ti”?
Yo sí la escuché.
Pero no le hice caso.
—Y ahora estás sola. En esta habitación. Porque no la escuchaste.
Dos años más tarde, perdí a mi madre... y a mi padre.
Un accidente.
Tan repentino, tan injusto.
Fue tan triste como esta noche.
Como esta tormenta.
—Ese fue el momento en que el mundo se desmoronó, ¿no? Cuando perdiste tu lugar seguro. Cuando entendiste que no había vuelta atrás.
No sabía qué hacer. Solo me quedaba seguir.
Para entonces, ya llevábamos tres años juntos.
Él me prometió que nos casaríamos.
Estaba construyendo una línea de restaurantes. Y yo, creyendo en él… le di parte de mi herencia.
Una cantidad considerable.
—Le diste más que dinero, Elisa. Le diste tus ganas, tu confianza… tu fe.
Soy escritora.
Mi mundo siempre ha girado en torno a libros, versos, historias.
Eso me hacía feliz.
Escribir era mi refugio.
Pero últimamente…
—Ya no te sientes igual, ¿verdad?
Mi carrera ha ido en declive.
Las historias que antes brotaban de mí, ahora me parecen huecas. Vacías.
El amor que alguna vez sentí, y que tanto me inspiró… se ha desvanecido.
—¿Y sin amor, qué te queda, Elisa? ¿Cómo escribes cuando el corazón no responde?
No tengo inspiración.
No tengo fuerza.
No tengo motivo.
Así que dejé de escribir.
Pero no de sentir.
Porque este dolor… esta tormenta interna… eso todavía vive dentro de mí.
—Tal vez ahí esté tu historia. Tal vez no está perdida. Tal vez solo espera que vuelvas a ti.
Mi último libro hablaba de dos enamorados, de la existencia, de la vida. Lo terminé… y aunque creo que está bien, siento que le falta algo.
—¿Y si ese “algo” eres tú, Elisa? ¿Y si lo que falta en tus historias es la verdad que tanto te duele escribir?
No sé exactamente qué es.
Pero esa sensación… esa incomodidad persistente… me lo grita.
Es como una espina clavada en el alma. No se ve. Pero arde.
Porque tal vez el problema no es el personaje.
Tal vez soy yo.
Yo, que callé cuando debí gritar.
Yo, que bajé la mirada cuando Leo me humillaba frente a otros.
Que me reí nerviosa cuando dijo que "la escritura era un hobby de niñas inseguras".
Que acepté disculpas vacías envueltas en rosas marchitas.
Que permití que mi nombre se perdiera en las sombras de sus logros, solo para no incomodar su ego.
Y eso… eso duele más que la traición.
Duele saber que le abrí la puerta.
Que le di permiso.
Que a veces hasta me convencí de que me lo merecía.
—Tal vez por eso mis personajes se rompen, ¿no? —murmuró Elisa, mirando el reflejo distorsionado en la ventana—. Porque yo también me rompí. Y nunca escribí sobre eso. Nunca lo dije. Ni siquiera en mis cuadernos secretos.
Se abrazó las piernas, como cuando era niña y se escondía de los mostruos de la noche.
Solo que ahora, el monstruo no estaba afuera.
Estaba adentro.
Era su silencio.
Su miedo.
Su constante necesidad de agradar.
De no ser "demasiado".
Demasiado intensa.
Demasiado sensible.
Demasiado real.
Suspiró. Miró su pequeño escritorio, ese donde alguna vez creyó que cambiaría el mundo con palabras.
Se levantó con lentitud, arrastrando los pies, y tomó aquel viejo cuaderno de tapas ajadas: "Fuego del Amor".
Su primer intento. Su gran fracaso. Se sentó en la cama, dispuesta a leerlo con el mismo escepticismo con el que uno vuelve a las fotos de la adolescencia: sabiendo que dolerá, que dará vergüenza, pero también… que ahí hay una parte de ella que ya no existe.
Apenas abrió la primera página, una hoja suelta cayó al suelo.
Se agachó.
Era un dibujo.
Un rostro masculino, de ojos intensos, mandíbula firme, sonrisa ladeada.
Un poco arrogante. Un poco herido.
Y sin duda, guapo. Demasiado.
—¿Daniels? —murmuró extrañada.
El nombre le pareció familiar. En la esquina inferior del dibujo, escrito con su caligrafía apurada, decía: "Daniels — antagonista 2. Villano — Lara."
—¿Por qué te dibujé? —se preguntó en voz baja.
"Porque te gustaba," dijo su conciencia, burlona y serena.
"Porque querías saber cómo se vería alguien tan obsesionado con la protagonista. Porque, aunque lo negaras, esa devoción te intrigaba."
Elisa frunció el ceño.
Sí, Daniels era el antagonista.
El chico raro. El que todos evitaban.
El hermanastro de Noa, el príncipe del campus, el perfecto, el querido por todos.
#1090 en Otros
#49 en Aventura
#3138 en Novela romántica
villano, romantico y recuerdos, aventura amor y odio misterio y peleas
Editado: 16.05.2025