La señora Milton resultó ser radicalmente distinta a la mujer que yo había imaginado en mi cabeza durante el trayecto a la capital. Seria, cabello canoso recogido, vestido recatado y aire elegante; de haberla conocido en otro escenario, habría asumido que se trataba de una dama de sociedad y no la dueña de un establecimiento de dudosa reputación. A primera vista nada la distinguía de la esposa de cualquier aristócrata y, al parecer, ella estaba llegando a una conclusión similar acerca de mí.
—Te ves más… fina que las chicas con las que normalmente hago esto —comentó mientras me guiaba por entre las mesas de juego que en este momento se encontraban casi vacías, pues eran las nueve de la mañana. Solo alguno que otro hombre ojeroso con pinta de que estaba apostando lo último que tenía antes de irse a la ruina. No me cupo duda de que quienes estaban aquí a esta hora era porque llevaban apostando toda la noche—. No que eso sea algo negativo, al contrario, estoy segura de que el caballero que acabe contigo lo apreciará. Podría pasar horas contándote el trabajo que he tenido que dedicarle a algunas chicas para que dejen de hablar como marineros o para que aprendan el mínimo de modales. Un auténtico dolor de cabeza. Me alegra ver que contigo no tendré ese problema, todo será más sencillo. No sabía qué esperar de ti cuando recibí esa carta, la persona que la escribió no daba muchos detalles, solo tu nombre y que eres de Sandor. Al principio me pareció algo elevada la cifra que esperaba obtener por ti, pero ahora que te veo me doy cuenta de que podremos obtener eso y más sin problema. Sobre todo porque jamás has estado con un hombre, ¿cierto? Eso también lo decía la carta.
La señora Milton miró sobre su hombro, entendí que aguardaba mi confirmación.
—Cierto —dije casi sin voz.
—Bonita, educada y sin experiencia… este negocio será muy provechoso —dijo satisfecha—. Dime, Aurora, ¿es tu primera vez en la ciudad?
—Lo es, a mis padres no les agradaba la capital, así que jamás me trajeron a visitarla —respondí casi pisándole los talones—. De no ser por el cochero, jamás habría dado con su negocio. Las instrucciones que me dio mi… la persona que le escribió la carta no me fueron de mucha ayuda, estaba completamente desubicada.
Por instrucciones de mi tía y con el interés de no manchar el nombre familiar, mi verdadera identidad iba a quedar en el anonimato. Por el bien de Lily era importante que jamás nadie supiera lo que estaba haciendo. Mi tía escribió una carta a la señora Milton de forma anónima y le dio un nombre falso para mí. Desde ahora ya no era Aurora Landry, sino Aurora Katz. Originalmente, mi tía pretendía cambiar también mi primer nombre, pero yo me rehusé, ya lo estaba perdiendo todo, lo menos que podía hacer era conservar mi nombre. Además, las posibilidades de que alguien me reconociera eran remotas, jamás había estado en la capital antes y mi familia, a pesar de contar con un estatus elevado, nunca había sido socialmente activa.
—Ya tendrás tiempo de conocer la ciudad. Eres joven, seguro la encontrarás excitante.
—¿Cuándo conoceré al caballero? —pregunté inquieta, siguiéndola hasta la parte posterior del salón en donde había unas escaleras.
La señora Milton se detuvo en seco y se giró para mirarme.
—Pues cuando sepamos quién es, por supuesto —dijo como si fuera obvio.
—¿No lo conoce? —pregunté estupefacta, tenía la esperanza de que al menos la señora supiera algo de mi comprador.
—¿Cómo podría si aún no se hace la transacción? —respondió encogiéndose de hombros—. No sabremos quién es hasta después de la subasta.
—¡¿Subasta?! —repetí escandalizada dando unos cuantos pasos hacia atrás—. Va… ¿va a subastarme?
—¿Cómo creíste que se llevaban a cabo estas cosas? —preguntó con cierto fastidio—. Dime si esto es inconveniente para ti y cancelamos todo. Pero por ningún motivo permitiré que hagas una escena esta noche o seas maleducada con mis clientes.
Estaba tentada a decir que sí, por supuesto que esto era inconveniente. ¿De qué otro modo sería? Yo subastada como si fuera ganado… era tan denigrante que hasta dolía. Pero no podía arrepentirme, ya estaba aquí; las deudas de papá seguían pendientes, esta era la única forma de que no arruinaran la vida de Lily también.
—Lo siento, es solo que… me da algo de vergüenza pensar en la subasta, pero estaré bien —dije sin convencimiento.
—Tranquila, no planeo que sea un espectáculo de mal gusto. He enviado un aviso a los caballeros que creo que pueden estar interesados. Te pondremos linda para que los conozcas esta noche, ellos estarán aquí en el bar o en las mesas de juego; yo te llevaré con ellos para presentarte, charlarás con cada uno por unos minutos y, posteriormente, los caballeros harán sus ofrecimientos a mí por escrito. Aquí todo se hace de forma sumamente discreta, odio los escándalos y las muestras vulgares. Siempre evito el mal gusto, gracias a ello me he podido hacer de una clientela más exclusiva.
Respiré aliviada, lo que planteaba la señora Milton no sonaba tan terrible. Cuando dijo subasta imaginé que sería puesta sobre una tarima mientras distintos hombres gritaban cantidades, pero lo que pretendía ella sería mucho más discreto y, por lo tanto, llevadero.
La señora Milton me guió hasta una habitación en la planta superior, ahí había otra mujer de edad que me asistió para darme un baño, vestirme y peinarme. Aquello habría resultado hasta aburrido a no ser porque la mujer, al enterarse de que yo era doncella, insistió en darme toda clase de recomendaciones para cuando me encontrara a solas con mi comprador esta noche. Por más que intentaba evitarlo, las mejillas se me ponían coloradas con cada nueva cosa que salía de su boca; temí que, para cuando acabara y fuera momento de bajar a conocer a los hombres, creerían que estaba afiebrada de lo roja que me encontraba. La mujer jamás se percató de lo incómoda que me estaba haciendo sentir y no paró de hablar hasta que la señora Milton volvió por mí. Sino fuera porque venía a que empezara la subasta, hasta me habría alegrado de verla.