Comprada por el príncipe

Capítulo 8

(Aurora) 

Muchas voces a mi alrededor, alguien me sacudía suavemente. Comencé a abrir los ojos, estaba desorientada y me dolía la cabeza. Lo primero que vi fueron un par de ojos color violeta, una chica hermosa de piel bronceada me sonreía.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó al ver que había recobrado el conocimiento—. No te levantes aún, no sea que te hagas daño.

—Princesa, debemos irnos —dijo un guardia a sus espaldas.

—De ninguna manera, no voy a dejarla —contestó la chica—. Si quieres ayudarme, disipa a los fisgones, esta joven necesita espacio para respirar.

De inmediato, el guardia comenzó a hacer lo que ella le pedía, obligando a quienes estaban reunidos alrededor mío a seguir su camino. Pronto solo quedamos nosotras dos y algunas personas que nos miraban discretamente desde la distancia.

—¿Qué me sucedió? —pregunté aturdida al tiempo que me incorporaba, de modo que quedé sentada sobre la calle, la chica de ojos violeta estaba hincada a mi lado.

—Perdiste el conocimiento de forma repentina. Estaba mirando por la ventanilla de mi carruaje, te vi tambalear y caer desmayada —me explicó—. ¿Te sientes mejor?

—Qué vergüenza —musité abochornada—. Sí, gracias.

—El sol de la tarde a veces es inclemente y los corsés que llevamos son demasiado ajustados, una mezcla desastrosa, ¿no crees? —comentó ella de buen humor—. ¿A dónde te diriges? Puedo llevarte a tu destino —ofreció señalando un carruaje aparcado a unos metros.

Vi el emblema grabado en la puerta, era el mismo que el del carruaje de los príncipes. De hecho, prácticamente era el mismo vehículo.

Palidecí al darme cuenta de que quien me estaba auxiliando era la princesa Triana, la esposa del príncipe heredero y futura reina de Encenard. Debí adivinarlo en cuanto la vi, ya había escuchado muchas veces sobre sus característicos ojos violetas, ¿cuántas mujeres así existían en el reino?

—Muy amable, Alteza, pero no quiero causarle inconvenientes. Ya me encuentro restablecida, le agradezco de corazón sus atenciones —dije de forma atropellada mientras me ponía de pie.

La princesa me tomó del brazo, temiendo que pudiera caer de nuevo. 

—No será ningún inconveniente, te lo aseguro —contestó—. Por favor, acepta que te lleve, la culpa de dejarte ir después de lo que pasó no me dejará el resto del día.

—Eh… —me sentía terrible de rechazar su ofrecimiento, pero no había forma de aceptarlo, pues no tenía a dónde ir y me daba vergüenza admitir que me encontraba vagando sin rumbo gracias a su desconsiderado cuñado—. De verdad, no debe molestarse, es innecesario.

—Ya te dije que no será ninguna molestia. Vamos, ven al carruaje, te llevaré a tu hogar…

—Es que no tengo a dónde ir —admití avergonzada, pero al ver la expresión desconcertada de la princesa me arrepentí de mi confesión y quise adornar la verdad con una mentirilla—. Estoy esperando a… mi tía, quedó de pasar por mí y desconozco nuestro destino. Lo que sucede es que soy de fuera, de Sandor, vine de vacaciones a la capital con mi tía. Estábamos hospedándonos en la posada, pero ella decidió que estaríamos más cómodas si alquilábamos una casa y fue a hacer indagaciones al respecto, quedó de pasar por mí para llevarme al lugar que encontrara para nosotras.

—Oh, ya veo… —dijo despojándose del desconcierto—. Sandor, ¿eh? Con razón no te había visto antes, por un momento me alarmé al no reconocerte. Me tomó bastante tiempo identificar a toda la gente que frecuenta la corte, apenas llevo viviendo aquí unos años, ¿sabes? Y al no saber quién eras, creí que mi memoria estaba fallado, me alegra ver que no es así.

—Es mi primera visita a la capital, Alteza —le compartí con una sonrisa incómoda. Por algún motivo la princesa estaba asumiendo que yo era una dama, aunque no imaginaba por qué, dado el vestido tan inadecuado que traía encima.

—Espero que tu estancia aquí sea agradable, aunque, por la cara que traías antes de desmayarte, uno creería que no es así.

Ya había dicho muchas mentiras, nada importaba decir unas más.

—Ha sido muy agradable, si me vio mal fue… porque me robaron mi equipaje —inventé señalando mi vestido, tal vez así creería que por eso llevaba un vestido de noche a plena tarde.

—¿Te robaron tu equipaje? Oh, pero qué terrible —exclamó boquiabierta—. Y tu tía que no llega, pobrecita. Con razón te desvaneciste, debió ser la angustia.

—Así es, Alteza —confirmé con expresión desvalida.

—Amor, ¿qué haces aquí…? —preguntó el príncipe Alexor a mis espaldas al tiempo que desmontaba de su caballo. Seguramente al notar el carruaje que transportaba a su mujer detenido, se acercó para ver que ocurría, por eso su tono de preocupación, pero en cuanto me giré hacia él, su preocupación fue remplazada por perplejidad— ¿Tú?

—¿Se conocen? —preguntó Triana dando un paso al frente, sus ojos iban de su esposo a mí y de regreso.

El príncipe Alexor se puso pálido cual fantasma, fue fácil vislumbrar el pánico en sus ojos abiertos de par en par.

—Eh… algo así… eh… conocí a… la señorita Katz anoche —dijo el príncipe con nerviosismo sin quitarme la vista de encima.




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