Para cuando el mesero lleva hasta nuestra mesa un plato con doce tacos de pastor y deja dos platos más para que tomemos los que nos vayan apeteciendo, mi jugo ya está por la mitad. Le doy vueltas al envase de cristal antes de levantarlo hasta mis labios para hacer que mis papilas gustativas se deleiten con ese sabor a mango artificial. Marco es el primero en tomar uno de los tacos, y no me sorprende ni un poquito que lo devore entero con solo dos mordiscos.
―¿Y cómo te fue hoy? ―pregunta luego de pasar su bocado, pero aun así se cubre la boca con la mano―. Me escribiste que fuiste con Damián a lo de la película, ¿no?
Yo no tardo en asentir con la cabeza, pero concentro mi atención en tomar tres piezas de nuestra comida para llevarlas hasta mi plato individual y ahí poder quitarles la piña y agregarle cebolla, cilantro y limón.
―Sí, no tienes idea, estuvo buenísima. ―Así con eso dicho le doy una primera mordida a uno de los tacos, y lo paso antes de seguir hablando―. Cuando salga deberíamos ir a verla juntos, estoy segura de que te va a encantar.
―Pues… ―Lo veo arrugar la nariz en una mueca―. No sé, no creo que sea mi estilo de película.
―Pero si te encanta el misterio y esas cosas de espías, ¿cómo que no es tu estilo? ―cuestiono con una sonrisa antes de volver a beber.
―Como que me da bastante igual, la historia no me llama mucho la atención y el elenco no es algo que me emocione precisamente mucho.
No es una sorpresa que se muestre reacio a querer ver la cinta, pero dudo bastante que sea por las razones que me plantea. Me he dado cuenta, en todo el tiempo que llevamos juntos, que tiene tendencia a rechazar ver, escuchar o leer cualquier cosa que se considere de “moda”. No tengo idea de por qué sea así, pero sé que no puedo hacer nada al respecto así que asiento con la cabeza y me encojo un poco de hombros antes de cambiar el tema.
―¿Y cómo te fue hoy en el trabajo?
―Pues pesado, como siempre. ―Creo que nunca lo he escuchado comentar algo bueno sobre su trabajo―. Ah, sí, y quería contarte que me voy a ir unos días a Guerrero.
Aquello me llama la atención, así que enarco una ceja mientras llevo un bocado más a mi boca, con la mano le hago un además de que continúe, a no ser que eso sea todo lo que me quiere decir.
―Ya sabes que de vez en cuando en la empresa tenemos cursos, convenciones y esas cosas. ―Asiento con la cabeza. Llevamos casi un año juntos y no es la primera vez que se va por parte de su empresa fuera del estado, jamás he entendido muy bien qué tiene que hacer una compañía que fabrica grúas con convenciones, pero no lo cuestiono.
―¿Y cuándo te vas?
―Pasado mañana.
Dejo de comer en ese momento. Casi siempre que le toca hacer aquella clase de viajes le avisan con antelación de varias semanas.
―¿Y te acaban de avisar o por qué me dices hasta ahora? ―Trato de que no suene como si le estuviese exigiendo que me diga siempre todo lo que hace, pero me resulta extraño. El se toma un momento para darle un sobro a su soda antes de responderme.
―Sí, salió muy de improvisto, nos van a mandar a varios compañeros.
―¿Y cuándo regresan? ―indago tomándomelo con calma, me dedico a prestarle más atención a mi comida.
―Ah, nos vamos a quedar una semana.
―¿Pues qué clase de convención es o qué?
Cuando hago aquella pregunta lo veo fruncir el ceño y dejar su bebida a un lado mientras me observa de mala manera, me mantengo callada por un momento esperando a que él conteste mi pregunta y, de paso, me explique del porqué de esa mirada.
―¿Esto es un interrogatorio? ―Su tono no me agrada, así que me apresuro a negar aquello y a responder.
―No, pero siempre que te mandan a esa clase de cosas no es por más de dos días, cuando se alarga mucho unos tres, se me hizo raro.
―Pues esta vez va a ser una semana ―sentencia condescendiente.
No digo nada más, guardo silencio y continúo comiendo. Él se da cuenta de eso y trata un par de veces más hacerme conversación con un tema completamente distinto, pero yo no respondo más allá de un ‘ajá’ o ‘no’. Estoy molesta, y es al cabo de unos cuantos intentos fallidos más que él desiste de su tarea de hacerme hablar. Acabamos con nuestra comida sin más charla, nos dividimos la cuenta y, aunque insisto en que no lo haga, me acompaña de vuelta a casa.
Todo el camino transcurre igual que en durante la cena: silencioso. Mientras andamos por la acera me dedico a observar lo resplandeciente de los faroles en la calle, o el modo irresponsablemente rápido en que circulan los automóviles. También me centro en las luces de los edificios a la distancia, pienso en lo que estarán haciendo aquellos oficinistas para no concentrarme en mi propia molestia.