Con cariño: P.J. Blackbird

Capítulo 5

No sabía que era posible volverse tan loca en solo un día. Antier había creído que contaba con algún par de días para planear con exactitud las preguntas que quería hacerle a Peter, algo distinto a lo que estaba muy segura harían todos los demás entrevistadores. Seguro si hubiese contado con dos o tres días más ―como debía ser― habría conseguido algo realmente bueno, pero con la noticia que me dio Damián ayer me quedé completamente en blanco, con la sensación de que no tenía tiempo ni mucho menos ideas. La preocupación había incluso logrado opacar la emoción, pues me había ciclado en la idea de que no quería quedar como una incompetente a sus ojos, incluso cuando algo dentro de mí ―la racionalidad, quizá― sabía bien que él ni siquiera pondría especial atención en mi trabajo.

Por suerte mi mejor amigo tuvo la piedad de permitirme marcharme a casa luego de ver mi ataque de nervios, para poder relajarme y también para poder pensar. Luego de una lluvia de ideas y un gran develo, conseguí armar un par de preguntas clave para mi entrevista, la memoricé y caí dormida con la ropa aún puesta.

Ahora era de día y las ojeras en mi rostro, aún más pronunciadas que ayer, eran el testigo perfecto de mi estrés. Pese a ese detalle, estoy gratamente sorprendida de ver que mi piel se ve bien, no todo podía ser malo después de todo. Es así que decido únicamente cubrir aquellos pozos violáceos debajo de mis ojos con un poco de corrector, que hace su trabajo y le devuelve un poco de vitalidad a mi pálido rostro. Me concentro en mis ojos, uso sombras de colores y, para acabar, delineador rojo que remato con un poco de brillantina del mismo color. Por supuesto que quiero llamar la atención, mi abuela siempre me decía que era bueno dejar una impresión y mi maquillaje tiende a provocar eso en las personas, o al menos eso intento. Mi ropa igualmente es algo… poco convencional, aunque aquello tampoco es algo precisamente nuevo. Me decido por una camiseta holgada de color guinda y un short de mezclilla, termino con un arnés de cuero que se abraza a mi cintura y a mis muslos.

Probablemente para mañana él ya ni siquiera se acuerde de mi nombre, pero si puedo volverme cuando menos una anécdota curiosa, estoy satisfecha. Sé que mi atuendo funciona cuando subo al uber que he pedido y el conductor, cuando cree que no me doy cuenta, me dedica alguna que otra mirada de extrañeza a través del espejo.

Pese a que el hotel me queda casi al otro lado de la ciudad y aquello no se recorre en un tiempo precisamente breve, el camino se me antoja agradablemente corto. Pienso que estoy tranquila mientras camino con mis cosas hasta la entrada del hotel y presento en la recepción mi gafete de prensa, para que con ello me conduzcan hasta el salón. Por supuesto, la serenidad va mutando poco a poco a latidos que resuenan en mi garganta y en mis oídos, siento la sangre correr en las yemas de mis dedos.

Cuando llego a la sala de espera, ahí hay por lo menos otras quince personas. Hombres y mujeres que van de los veinticinco a los cuarenta y pocos, no tardo en darme cuenta de que soy la más joven aquí ―al menos de los que hemos llegado―. Eso es usual en eventos así, las personas con veintiuno que planean dedicarse a esto aún están en la universidad, mientras que este ni siquiera era mi plan de vida.

Una mujer de mediana edad vistiendo un traje parece ser la coordinadora de todo, pues me da un pequeño número en un papel para después indicarme donde tomar asiento. Así termino entre dos hombres, el más joven tendría menos de treinta y cinco, mientras que el otro rondaría los cuarenta y dos. Lo único que ambos parecen tener en común es su manera de mirarme; casi despectiva. Por mi aspecto, por mi edad, por la manera ansiosa en que mi talón rebota sobre el suelo. Ignoro la comodidad que eso me provoca y espero hasta que las sillas sobrantes terminan de llenarse.

―Señores, atención aquí por favor. ―La mujer que nos ha dado el número es quien habla, no parece una chica paciente―. Esto va a estar aquí, cuando escuchen su número pueden entrar a la sala, tendrán un minuto para presentarse, acomodar su equipo o decirle a los chicos qué cámaras van a necesitar. ―Todos asentimos, sabemos cómo funciona esto pero igual estas personas siempre explican por si hay algún nuevo―. Tendrán cuatro minutos más para hacerle las preguntas al señor Blackbird, no más. Eviten en la medida de lo posible hacer preguntas que se salgan del tema y sean lo más concisos posible.

No espera nuestra respuesta, se da la vuelta y camina al fondo de la habitación hasta una pequeña puerta tras la cual desaparece y después de eso no tardan en llamar al primero; yo soy la número 17. Persona tras persona comienzan a pasar, algunos de otras revistas digitales, uno que otro vídeo vlogger o escritores de blogs, también conductores de televisión que usarán la entrevista para pequeños segmentos.

Aguardo con paciencia, tratando de descifrar la expresión de las personas al salir de la sala donde se encuentra Peter, aunque con ello no consigo demasiado. Todos parecen témpanos de hielo sin ninguna clase de emoción, así que me rindo al cabo de un rato y comienzo a fantasear yo. Me pregunto, por primera vez, ¿cómo será? He visto algunas entrevistas que le han hecho y usualmente se muestra como un hombre relajado, pero serio en cierta medida. Al menos a través de la pantalla no siento una vibra pesada, pero como aquello son todas mis referencias no sé realmente cómo será. Una hora y media transcurre a pasitos de caracol, así que cuando por fin alguien llama a mi número me sobresalto un poco.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.