Me siento apenada con él, aunque más conmigo. Es por eso que me marcho de la cocina entre disculpas, con el bolso en mano y sin mirar atrás, con la mirada fija en la salida. No me atrevo a saber qué es lo que piensa de mí ahora, después de todo aunque Peter ha sido quien me ha besado fui yo quien le devolvió el beso, me alegro al menos de que no me haya detenido. Me aseguro de no estarme olvidando de nada, y cuando lo hago salgo aliviada de que, por la hora, ya no haya ningún periodista fuera. Todo está vacío salvo por la seguridad y el staff del hotel, que hacen su trabajo sin apenas inmutarse por mi presencia.
La noche me envuelve apenas salgo del hotel, el ambiente es mucho más fresco que unas horas atrás y la brisa corretea libre por ahí entre los edificios. Tengo que abrazarme a mí misma y frotar mi piel con las manos para tratar de mantener un poco de mi calor corporal, para después sacar mi teléfono del bolso y pedir un auto que me lleve a casa. Afortunadamente, el tráfico también se ha ido, por lo cual el precio es bajo y no tarda en llegar. Me mantengo en silencio durante todo el camino, mirando por la ventana al paisaje nocturno mientras trato de mantener mi mente ocupada en cualquier cosa, menos en Peter, tarea en la que fracaso estrepitosamente.
Al llegar al apartamento todo se encuentra en penumbras, por lo que me quito los tacones y me muevo con sigilo hasta llegar a mi habitación. Me quito el vestido, y tomo una toallita húmeda para quitar de mi rostro el maquillaje. Me envuelvo en mi pijama y me meto en la cama luego de poner a cargar el celular en la mesa de noche a mi derecha. Observo el techo por lo que se siente como horas, incapaz de caer dormida gracias las emociones que se alojan en mi pecho, contrarias, intensas. Por suerte, en algún momento de la noche el cansancio se vuelve mayor que la culpa.
A la mañana siguiente tengo el cabello revuelto, ojeras en mi rostro y culpa en la mirada, o al menos eso es todo lo que concibo cuando veo mi reflejo en el espejo del baño. Mar también lo nota cuando salgo al comedor, pues el bocado de huevo revuelto que viaja hasta su boca se detiene a medio camino mientras ella me escudriña con atención.
―¿Te pasa algo? ―pregunta con voz suave, para finalmente comer su desayuno y señalarme con la mano libre el plato junto al suyo.
―Si te cuento no me vas a creer. ―Me siento en la silla continua a ella y tomo el borde del plato para atraerlo hacia mí, dándole un bocado al desayuno que ella gentilmente me ha preparado―. Yo misma no me lo creo del todo.
―Cuéntame, yo consideraré si es tan irreal como dices. ―Me anima antes de tomar con su mano izquierda un vaso repleto de jugo de manzana.
Por un momento pienso en si sería bueno decirle o no, pero casi tan rápido como llega ese pensamiento, es reemplazado con la obviedad de que es mi mejor amiga y, si no le cuento a ella, ¿entonces a quién? Asiento con la cabeza y carraspeo un poco para después soltarlo así sin más.
―Me besé con Peter. ―No parpadeo, me quedo atenta a su reacción que es justo como la esperé en un primer momento. Sus ojos se entrecierran con suspicacia antes de que se suelte a reír.
―Ya te dije que no aceptes la hierba de Damián.
―Te dije que no me ibas a creer.
Realmente no me sorprende que lo vea como si no fuese más que una fantasía mía, ¡hace una semana la idea de tener un beso de Peter era eso, una fantasía! Es irreal, y no es que no me considere lo suficientemente guapa como para llamar la atención de un actor de su talla, es solo que las personas de su medio no se fijan en los mortales, como yo.
―Oye, ¿me acompañas a comprar unas cosas al Wal-Mart? ―El tema ahora es distinto, haciéndome caer en cuenta de que definitivamente no me ha creído, pero no me molesta. Igualmente no necesito que el mundo sepa lo que pasó mientras yo esté segura de que fue así, mientras la culpa no me consuma por dentro podré guardarlo como un grato recuerdo.
―Claro, termino y me cambio.
Como mi desayuno con rapidez, un bocado tras otro con pequeños tragos de jugo entremedio. Pronto acabo, levanto nuestros platos y vasos, los llevo hasta el fregadero para que ella los lave más tarde y me dirijo hasta mi habitación para cambiar la pijama por unos jeans y una blusa blanca, al igual que las zapatillas deportivas. Cepillo mis dientes y mi cabello, ambas estamos listas casi al mismo tiempo.
Mi auto aún no sirve, y ya que ella no tiene uno no tenemos otra opción que andar hasta el supermercado, pero aprovechamos de ese tiempo para hablar. A veces me pregunto cómo es posible que siempre tenga un tema de conversación, me cuenta de sus otros amigos, de cómo va su relación con Esme, su tarea, su trabajo. Igual me sorprende cómo es capaz de hacer tantas cosas y aún parecer siempre fresca, yo sólo hago mi trabajo y al final del día no quiero hacer algo que no sea acostarme y dormir, mientras que ella estudia, trabaja, hace ejercicio y se da tiempo de salir a comer con otras personas. Desde que tenemos catorce años no ha dejado de sorprenderme.