Todo me duele. El orgullo y la confianza que al parecer vivían en mi pecho y se han roto un poco, también los ojos y la cabeza de llorar hasta que caí dormida, completamente seca sin ganas de saber nada de nadie. Ayer, después de saberlo todo, le aseguré a Mar que estaría bien y me aseguré de terminar todos mis pendientes del trabajo para subirlos y poder tirarme en la cara para revolcarme en mi desgracia. Y hoy, aunque ciertamente aún hay estragos de un corazón roto, me siento capaz de iniciar mi proceso de desintoxicación de dichos sentimientos.
No vale la pena desgastarme demasiado por Marco, me fue infiel, es un hecho y no porque derrame más lágrimas eso va a cambiar, así que aunque me siento desmotivada, estoy segura de lo que quiero y lo que no.
Me levanté temprano, antes de que el sol saliera e iluminara la ciudad, y fui al baño para darme una ducha, vestirme y tener todo el tiempo del mundo para esconder mi maquillaje las consecuencias de una mala noche reflejadas en mi rostro. Cuando estuve lista busqué también una bolsa negra donde comencé a guardar, una a una, todas las cosas de Marco que hay por ahí en la casa. Unas cuantas camisetas, una sudadera verde, una gorra negra, un tupper que su madre nos prestó hace tres meses y un termo para café que está junto a los trastes limpios. Igual meto en ella algunos cuantos peluches en forma de dragón y un collar en forma de luna, enrollado en la carta que me dio cuando me pidió que fuese su novia.
No quiero nada de él, nada que me recuerde a él ni ningún regalo que él me haya hecho. Sé que tengo la impulsividad corriendo por mis venas, pero estoy segura de que si dejo pasar más tiempo mi coraza se ablandará y le perdonaré ser un imbécil, cosa que no me puedo permitir. Un infiel no es infiel solo una vez, y si algo tengo seguro es que no quiero que me vuelva a ver la cara de tonta. Aunque parezca rápido, aunque se sienta frío y aunque sea por rabia, tengo que cortarlo de mi vida desde la raíz.
Así me marcho al trabajo, con mi mochila en los hombros y una bolsa negra en la mano; y ya que voy temprano tampoco me preocupo demasiado por desayunar, allá podré tomar un café y comer un pan.
Entro a la oficina tan temprano que Damián no ha llegado, pero sí algunos otros que tienen llaves en caso de cualquier percance. Los saludo con la mano y desde lejos mientras camino hasta mi ‘oficina’, donde dejo mis cosas para después ir en busca de algo que meter a mi estómago. La cabeza me está matando y solo se pondrá peor si no le doy el gusto a mis tripas.
Una vez con un vaso de café y una magdalena, regreso y me siento frente a mi escritorio en silencio. Dejo las cosas a un lado, tomo mi teléfono y busco el contacto de Marco en el chat, sé que es pertinente hablarle puesto que su última conexión es de hace cinco minutos, así que ya estará despierto.
«Hey, ¿podemos comer hoy en el café que está frente a tu trabajo?».
Observo las palabras por un instante antes de enviarlas, y él no tarda en conectarse, apenas un segundo después las palomas se colorean de azul, pero en lugar de que me escriba me entra una llamada. Dudo al principio, pero termino por responderla.
―¿Eva? ―Escucho su voz al otro lado de la línea―. Buenos días, ¿cómo dormiste?
Veo el reflejo de mi rostro en el monitor, no es uno feliz pero aun así no me apetece comenzar con una discusión por teléfono así que miento.
―Bien. Oye, ¿podemos vernos hoy para comer en la cafetería que está frente a tu trabajo? ―Por más que trato, el tono de mi voz no consigue ser uno dulce, sino más bien seco, espero que no se dé cuenta antes de volver a hablar―. Necesitamos hablar de algo importante.
―Pues… en realidad no lo sé, voy a estar ocupado y no creo poder hacerme tiempo para salir a comer. ―No respondo por unos segundos, así que el vuelve a tomar la palabra―. ¿Eva?
―En verdad es importante.
―Dime por aquí.
―No, ¿en verdad no puedes hacerte un tiempo? ¿Aunque sean quince minutos?
―En verdad tengo mucho trabajo.
Suspiro, pero sé que no lo convenceré―: De acuerdo.
Y con eso cuelgo la llamada, e ignoro las veces que él me llama de vuelta.
Recargo los codos sobre mi escritorio y escondo mi cabeza entre mis manos, solo para después masajear insistentemente mis sienes con las yemas de mis dedos, me siento estresada y aún no dan ni las nueve de la mañana. Si sigo así, antes de las doce voy a tener un dolor de cabeza preocupante, y las pastillas que tomé de la casa de mis papás la última vez que los visité hace tres semanas ya se me están acabando, así que debo dosificarlas muy bien.
Tomo una profunda respiración para conseguir calmarme, decido que lo mejor será concentrarme en el trabajo para así olvidarme aunque sea por un par de horas todo el desastre que es mi vida y mi cabeza en este momento. Pateo la bolsa negra con las pertenencias de Marco para que se esconda bien debajo del escritorio, y enciendo la computadora. Me entretengo unos minutos observando las pantallas de carga y le doy un trago a mi café, termino arrugando la cara al darme cuenta de que no tenía nada de azúcar y estaba muy concentrado, pero la pereza de levantarme para ir a buscar azúcar es demasiada, así que le doy un mordisco a la magdalena, esperando a que la dulzura del pan contrarreste un poco la amargura de la bebida.