Concubine Omega

Capítulo 3: Recogida

Al sentir la brisa invadir por las ventanas de cortinas rosas, Lucía se levantó de la sillita de su tocador a respirar profundamente, hinchando su caja torácica… olía a flores, hojas húmedas y campo.

Al observar afuera, encontró un extenso terreno de hierva alta y una meseta de flores en la rendija de la ventana. Se encontraba dentro de una cabaña humilde y preciosa, rodeada de bellas manualidades. Había adornos en sus muebles artesanales, bordados finos en su vestido victoriano sencillo de color blanco hueso.

Este era su hogar… un hogar, saboreó las palabras con tanto escepticismo que se sorprendió. Ella jamás tuvo un hogar…

Volvió a mirarse en el espejo. Se tocó las mejillas coloradas y sus labios carnosos que parecían duraznos humedecidos. Era como ver a una niña llena de vida y juventud.

Aunque ella había muerto joven, aun podía recordar que tenía unas cuantas arrugas en su piel, las cuales no podía maquillar pues Leonardo nunca se lo permitía, decía que solo las rameras y mujeres engañosas hacían eso.

Después de observarse minuciosamente en el espejo, Lucía se masajeo la piel suave en su cuello, no había marcas de ningún tipo… y sus mejillas estaban coloradas, muy coloradas…

«¿Es-esta soy yo?» se preguntó vacilante, todavía sin poder creerlo.

Tan sana, llena de energía y belleza… cuanta vida.

Sostuvo sus cabellos celestes platinados, estaban ondulados hasta sus puntas, los ojos eran distintos al verde de los ojos de Lucía, estos brillaban y estaban vidriosos, como rubies. El rojo en sus ojos fue sutil, casi rosa.

Lucía se acercó más al espejo frente a ella.

Lucía al igual que una niña adorable y olvidó que su cuerpo original tenía cabellos castaños y ojos verdes.

En cambio, la apariencia de este cuerpo Lucía como alguien salido de una novela de fantasía. Y de repente sintió a alguien entrar por la puerta de la humilde cabaña.

Era una anciana con rostro afable, ella tenía canas en su cabellera rubia, además sus ojos se veían celestes como el agua cristalina. La viejecita se acercó a Lucía y la llamo hija.

—Mi niña tu rostro esta pálido, ¿te encuentras bien? —le pegunto la anciana, advirtiendo la ausencia de brillo en los ojos de su hija.

Lucía, atrapada dentro de aquel cuerpo, sintió una corriente de lágrimas calientes escapándose de sus bonitos ojos. En su mente los recuerdos se proyectaron como una exposición de fotografías sin detenerse… y le dolía. Ese dolor provenía de lo más profundo de ella, diciéndole que no debería dolerle. Que no era su vida, que esta mujer no era su madre, que esta humilde cabaña no era su hogar… que ella; no era ella realmente.

Lucía sabia el nombre de esta viejecita. Balere Zoller, una mujer humilde que fue madre soltera de Rozalia Zoller.

La dueña de este cuerpo.

La viejecita se acercó preocupada a Lucía, la acarició las mejillas y preguntó con expresión afligida—: ¿Mi niña que te pasó? ¿Alguien te molestó en la escuela? Díselo a tu madre, puedes confiar en mí.

La tierna viejecita la abrazó llevándose su cabeza al pecho y acariciándole la cabeza. Mientras Lucía atrapada en el cuerpo de la niña Rozalia Zoller, lloraba inconsolable.

Lucía respondió con voz suave y entristecida.

—No, no, nadie me molestó.

¿Cómo es que estaba pasando todo esto?

Se sentía tan real.

La mujer amable se sentía tan real.

Su abrazo reconfortante se sentía tan real…

Lucía cayó al suelo jadeante. Estaba realmente cansada. Muy soñolienta y sentía su cuerpo desfallecer.

Y mientras se sumergía en un sueño profundo. Escuchaba el grito desesperado de la tierna viejecita…

—¡Rozalia hija!

•••

Después de tres días en cama, Lucía despertó con el cuerpo débil y enfermizo de Rozalia Zoller.

Había llorado la mayor parte del tiempo desde que despertó en este mundo como Rozalia.

Recordaba vívidamente lo que le había pasado.

Y no podía levantarse y enfrentar la situación.

Sabía que había muerto, que el hombre que más amo en toda su vida la había asesinado en más de una forma.

 Además de haberla hecho feliz e infeliz a lo largo de toda su vida, ella no podía olvidar el daño… el doloroso daño que había dejado en su corazón. 

Estaba sumergida en la depresión. No había una razón para levantarse de esa cama y empezar de nuevo…

También había preguntas que ella no podía responder, como es que había llegado a ese lugar, se preguntó si estaba en coma y esto era un agradable sueño como los sueños que tenía para huir de… él.

Lucía realmente no podía levantarse y salir a ver afuera. Ver lo que había en ese mundo porque estaba cansada de todo...

•••

Al pasar los días, la viejecita que era su madre en ese mundo.

La cuidó con devoción, le pregunto cómo se sentía, si tenía hambre y deseaba un poco de fruta dulce…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.