Condena de sangre - Escarlata #1

Capítulo 2

—¡Demonios! Mierda, mierda, mierda. ¿Y a ti que te ha pasado? —exclamó Amara soltando unas cuantas maldiciones al viento. Observó al sujeto que yacía boca abajo en su porche. No sabía si moverlo con la punta del pie o utilizar una rama de árbol para comprobar si estaba vivo. Y si era que lo estaba, terminaría por morir ahogándose en un simple charco de agua que se estaba formando debajo de él. Se agachó con prisa, recobrando su capacidad de pensar y sintiendo como la lluvia se volvía intensa y los relámpagos iluminaban la escena como en una película de terror. La ropa que llevaba puesta ya se había mojado por completo y se adhería a ella. Usando algo de fuerza logró dar vuelta el cuerpo del chico. Había supuesto que era un hombre por el ancho de su espalda y la forma de los brazos. Al poder apreciar su rostro confirmó que era un muchacho. Debía tener un poco más de veinte años. Su cabello era negro y estaba revuelto además de empapado. ¡Y su camiseta! La prenda estaba manchada de sangre, pero ella no pudo distinguir de donde provenía. No había una herida visible. Tal vez debajo de la tela. Tomó las manos del chico y haciendo uso de toda su fuerza lo arrastró hasta el interior de la cabaña antes de cerrar la puerta y dejar la tormenta fuera. Si alguien hubiera visto la escena diría que ella había matado a un extraño y estaba escondiendo el cuerpo para enterrarlo en el bosque más tarde. Corrió hasta su escritorio para tomar su celular. Estaba sin señal. ¡Fantástico! Por supuesto. Cuando en esa área la electricidad se iba, al parecer dejaba de funcionar todo, incluidas las telecomunicaciones. Arrojó el dispositivo móvil sobre un sofá blanco que estaba cerca y volvió hasta el cuerpo del muchacho. Se puso de rodillas junto a él y lo movió con gentileza por los hombros. No hubo reacción alguna de su parte, pero Amara creía que estaba respirando. Acercó su mejilla a la boca del hombre y pudo sentir su aliento cálido sobre la piel. Lo sacudió un poco hasta que el chico abrió sus ojos, que eran tan verdes como un lago que había visto una vez, y tomó una exagerada bocanada de aire antes de que el terror se apoderara de él.

—¿Quién eres? ¿Qué me hiciste? ¡Aléjate de mí! —dijo con voz rasposa y con una mano intentó alejarla. La otra se instaló sobre la mancha de sangre sobre la camiseta. Amara se apartó para no recibir un golpe. Podía notar que el chico estaba en un momento de shock.

—Hey. ¡Cuidado! Caíste desplomado en mi puerta. Saliste del bosque hace un rato. No soy yo quien te dejó así. ¿Qué demonios te pasó? ¿Qué te hicieron?

—El bosque… —dijo y sus mejillas se tiñeron de rojo. Quizá sentía algo de vergüenza por su reacción exagerada. Amara no podía culparlo. Ella hubiera estado gritando y dando manotazos—. Lo siento. Estaba trotando. No me acuerdo bien qué sucedió después. Debo haberme tropezado y lastimado. Tengo la camiseta llena de sangre.

—¿Estás herido? No hay señal de teléfono y no puedo llamar a los servicios de emergencia.

—No creo estarlo —dijo el extraño, mirándose el cuerpo y palpándose con cuidado. Estiró su camiseta por el cuello para mirar su pecho y negó—. Realmente debo haberme caído y perdido el conocimiento. No puedo acordarme de nada de lo que pasó en el bosque. Mi madre siempre decía que no debía andar por esa zona junto a la casa que ahora ocupan los Svensen.

—Hay muchas supersticiones por aquí —dijo Amara yendo hasta un cajón en el mueble del living donde tenía el televisor. Buscó por unos minutos hasta que halló algunas velas. Encendió dos sobre la encimera de la cocina y al instante la estancia recuperó un poco de luz y algo de calidez—. ¿Los Svensen? ¿Quiénes son ellos? ¿Los dueños del bosque o algo así?

—No. Pero podrían serlo. Son una familia adinerada que ha vivido en esta área desde hace algunos años. Al principio solo estaba su mansión en medio de la isla. Hasta que se crearon las aldeas alrededor. No naciste en Aguas Negras, ¿verdad? —cuestionó el chico, usando sus manos para quedarse sentado por fin sobre el suelo.

—No soy de aquí. Hace un mes me mudé a la isla para escribir mi último libro. Me llamo Amara. ¿Cuál es tu nombre? —cuestionó ella y llenó un vaso con agua para dárselo al muchacho.

—Ya veo. Creo que eres valiente. Si bien esta cabaña es bonita, nadie la ha comprado o rentado en años. Por lo alejada que está del pueblo y la cercanía con la mansión Svensen.

—Debo estar bastante sumergida en mi proyecto porque no he salido a dar un paseo así que no he visto dicha mansión ni me he topado con esa gente.

—Espera. Dijiste que te llamas Amara y estás escribiendo. ¿Eres Amara Iglesias? ¿La autora de Sangre de dioses? ¡No puedo creerlo! —dijo el chico bebiendo un poco de agua y su rostro se iluminó. Amara esbozó una sonrisa y guardó para ella la cálida sensación que le recorrió el cuerpo. No mucha gente reconocía a los escritores. Los autores no eran cantantes o actores así que sus fotos no andaban circulando por las redes sociales. Ella siempre ponía el mismo retrato en la solapa de la biografía y era una foto en blanco y negro donde vestía una polera de cuello alto y pretendía mirar a la lejanía. No podía negar que se sentía bien ser reconocida.

—Sí. Amara Iglesias. Estoy escribiendo el cuarto libro de la saga así que me instalé en Aguas Negras para tener más tranquilidad. Una amiga me recomendó este sitio y decidí comprar la cabaña. Ahora dime tu nombre, por favor.

—¡Adoro tus libros! —dijo él con mucho entusiasmo y sin quitarle la vista de encima. Eso se sentía un poco incómodo y notó como el calor le subía por las mejillas—. Tengo veinticuatro años y me hacen sentir como un adolescente de nuevo. Tus novelas son mi placer culposo. ¡Y esos semidioses! No sé si quedarme con Alessio o Braulio. ¡Uf! Sí que sabes cómo escribir escenas candentes. Lo siento, me llamo Esteban. Es que nunca había estado frente a una escritora y menos aún, una de mis preferidas.




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