Condena de sangre - Escarlata #1

Capítulo 11

Viggo apretó la cintura de la muchacha de cabellos negros con sus grandes manos de dedos largos. Solo con ese gesto y aplicando la presión justa sobre su carne, le robó un jadeo que logró hacerlo sonreír de forma traviesa. Le gustaba quedarse con esos pequeños obsequios, esas expresiones humanas. El hecho de poder extraerlos de las personas con tanta facilidad había sido un juego entretenido para él por muchos años. Había costumbres que todavía no podía quitarse. Los gemidos y demostraciones de placer eran como trofeos para él, ganancias que inflaban un ego enorme construido por los siglos de los siglos.

Momentos antes, en la escalera de la mansión que había comprado con sus hermanos, dándole la bienvenida a los invitados que habían asistido a su fiesta, fue capaz de mantenerse en su papel y no posar su vista en Amara Iglesias. La escritora había venido. Había tenido dudas acerca de su asistencia porque parecía ser una mujer de carácter fuerte. Su hermano Finn, por ejemplo, no era tan discreto como él. Apenas el hijo del intendente se había presentado sin invitación, acompañando a la muchacha que debía ser su amiga, los ojos grises de su hermano se fueron a él con ansias. Hacía una semana se había alimentado por primera vez de Esteban Pozzi y la jodida maldición que en algunas ocasiones los atacaba había despertado con un grito dentro de sus venas. Existían ciertos tipos de sangre, contados eran los casos, que podían volver a los vampiros adictos al dueño de esa sangre. No había explicación por el momento y se habían pasado años intentando saber qué clase de humano evitar, pero era algo imposible. Sin embargo, el humano podía quedarse tranquilo. Finn nunca sería capaz de lastimarlo. Esa nueva conexión se lo impedía. El único riesgo era que, si se dejaba llevar por su deseo, por el fuego que recorría su sangre, podría drenarlo cuando se alimentara de él sino se alejaba cuando fuera necesario. Drenarlo era lo mismo que matarlo. Viggo se cuidaba a sobremanera para no cometer ese error. Ellos nunca podían estar seguros de qué persona desencadenaría el hambre, la condena que pesaba sobre sus cabezas, pero desde que había visto a Amara en el bosque sintió que ella podía ser peligrosa para él. Tenía justas razones para creer eso. Una vez, hacía muchos años, una muchacha de vestido rojo acampanado y ojos rasgados de la misma manera había tenido su corazón palpitando en las manos. Ella podría haberlo estrujado o pisado en el suelo con sus zapatos de tacón y él no se hubiera opuesto. Amara Iglesias era tan parecida a Evanna que desde que la había visto trotando por el bosque no había sido capaz de quitarse el rostro de su amada Evie de la cabeza. Así le llamaba en la oscuridad. Ella se presentó en la niebla de su mente como un fantasma de piel pálida. La muchacha danzaba y recorrió los rincones dentro de su cabeza memoriosa como si esta fuera un gran salón de baile con pisos pulidos de madera y grandes ventanales por los que se colaba la luz de luna para tocar las grandes arañas de cristal que pendían del cielo raso. Se habían pasado las noches bailando juntos con los dedos entrelazados y sus cuerpos pegados en los palacetes ingleses.

En ese momento no estaba en Londres ni en un pequeño castillo. Estaba en el bosque trasero con sus colmillos puntiagudos hundidos en ese punto que existe entre el cuello y el hombro de la morena que tenía apresada contra un árbol. Fue allí que pudo sentir el aroma de Amara mezclado con el olor a hierro de la sangre. Era como si Evanna hubiera salido de su mente para materializarse en la penumbra. No podía verla, pero podía oír su respiración entrecortada y el latido fuerte de su corazón asustado galopando como un corcel dentro de su pecho. No iba a lastimarla o confirmar sus sospechas de nada de lo que estuviera pasando por su cabeza. Era obvio que ella lo había visto. Pero parecía seguir bajo la leve influencia de otro vampiro. ¡De Finn! Tenía que ser él. Su poder de convicción se desprendía del aura de la chica en olas de calor que llegaban hasta él. Estaría confundida sin entender lo que veía. A lo sumo creería que iba a poseer a la mujer allí mismo. Los vampiros tenían ciertos dones que venían con el castigo o la bendición de ser lo que eran. Uno de ellos era convencer a los humanos de las cosas más tontas. Quizá su hermano la había alejado de la fiesta para quedarse a solas con Esteban. Finn iba arruinarlos con esa maldita obsesión. Hacía tiempo los tres hermanos habían prometido no matar humanos a menos que fuera necesario para su supervivencia. Además, habían desarrollado la capacidad de alimentarse lo suficiente como para dejar ir a sus presas con leves rasguños de los colmillos en la piel del cuello y la cabeza confundida para que no se preguntaran nada. Alguna vez, cuando el pueblo al que había pertenecido estaba en la gloria, los grandes líderes habían dicho que por todos ellos corría sangre de dioses, de los grandes dioses nórdicos. Viggo pensaba que su sangre estaba maldita gracias a Davina. Desde el día en que esa siniestra mujer de cabellos rojos los convirtió en monstruos, no habían dejado de beber sangre. No la necesitaban todo el tiempo. Podían reprimir el hambre por tres días como máximo, pero siempre tenían que estar buscando fuentes de alimento.

El hombre de cabellos blancos habló para la chica de vestido azul, envolviendo sus mentiras en seductores susurros y besos sobre el cuello, antes de dejarla ir. Luego de eso se perdió a toda velocidad por el bosque y decidió volver a la fiesta. Esteban se metió al bosque y su hermano estaba bailando una canción actual con Seren en el centro de la pista, llamando la atención de todo el mundo. Él se dedicó a beber algo hasta que los dos amigos reaparecieron, saliendo del bosque con miradas extraviadas. Después de cruzar unos pocos comentarios con ellos, los despidió. Sabía que necesitaba mantenerse alejado de Amara, pero no podía negar que era como un planeta enorme que atraía al suyo con total magnetismo que sería capaz de provocar un estallido. No había podido contenerse a tomar su brazo. Pero solo ese contacto le mostró algunos pensamientos de ella. Dudas y teorías que nunca sería capaz de resolver. ¿Quién demonios era? ¿Sería descendiente de Evanna? La similitud de sus rostros era impresionante. Pero había una dulzura diferente en ella, nuevos matices que Viggo, en otro momento de su vida, hubiera querido descubrir con todos los sentidos para guardarlos en su vitrina de trofeos. Ese muchacho apasionado había quedado en el olvido. Había lujos que no podía permitirse. Los monstruos como él no tenían derecho a soñar. Observó como la chica se marchaba y como la tela delicada de su vestido rojo se posaba sobre su cuerpo para envolverlo y darle belleza. Detrás de ella dejó una estela de perfume y de su aroma personal. Solo eso bastó para que Viggo tuviera ganas de seguirla hasta su casa y tenerla apretada contra su cuerpo y una pared o el colchón de su cama. Sacudió la cabeza y sonrió a sus invitados. Imaginar su boca cerca del cuello de Amara era un juego peligroso y él hacía tiempo había dejado de ser alguien descuidado que se dejaba llevar por el calor de su sangre. No iba a cambiar a eso. Su antigua forma de ser le había dado los momentos más excitantes de su vida, pero también los más dolorosos.




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