La luz pálida de la luna no era tan potente como para iluminar el espacio dentro de la arboleda. Existía en el bosque una tenebrosa penumbra que vestía a todas las cosas con un brillo plateado. Amara caminó descalza por el lugar, quebrando ramas secas con sus pies. Estas crujían como viejos huesos olvidados de muertos que nadie había reclamado nunca. Pudo escuchar el ulular de un búho en las alturas y el aleteo del ave le produjo un leve susto. Siguió caminando mientras se sentía un poco tonta por ceder así ante sus sentimientos. La soledad del pasado se había presentado como un fantasma pálido para obtener lo mejor de ella. ¿Qué le importaba que sus invitados se fueran a divertirse un poco? Si ella no era arriesgada en algunas situaciones, no era culpa de los demás. ¿Qué estaba haciendo ella allí? ¿Buscándolos para retarlos como una madre autoritaria? Si en un principio ella se hubiera negado de forma rotunda a la propuesta de Seren de tener esa cena, nada de eso hubiera sucedido. Esa noche se habría encontrado cómoda, leyendo en su cama y sin problemas. Giró sobre sus pies para regresar a la cabaña. Allí adentro el ambiente era más fresco así que se abrazó por la cintura. Sacudió la cabeza, reprochándose su actitud de arrebato cuando escuchó risas que provenían de algún sitio detrás de ella. La curiosidad se despertó otra vez y decidió seguir por el sendero. ¿Qué tenían los Svensen que todos parecían caer rendidos a sus pies? Los mozos se habían ido de forma tan fácil con ellos. Podía recordar eso con más claridad. Amara estaba segura de que la jefa de esos dos jóvenes no había dicho que el servicio de acompañante sexual estaba incluido en el precio de la comida.
Se escondió detrás del tronco de un alto pino. A unos metros de ella había dos personas con sus cuerpos juntos contra un árbol. No era Seren ni Finn. Por eso último daba gracias, porque no hubiera querido ver a Estaban en una situación privada. Era Viggo. Aquello se sintió como un recuerdo del pasado, una especie de deja vu. Sus manos grandes y fuertes apretaban la cintura de la chica que les había servido toda la noche. La muchacha tenía la cabeza torcida hacia un lado y la vista perdida en las copas de los árboles. Una sonrisa extraña se había dibujado en su rostro. En un momento Viggo retiró su cabeza y Amara pudo verlo de perfil. Desde la parte superior de su boca salía algo. ¿Un colmillo? ¿Estaba viendo bien? Sintió que se le congelaba la sangre. De repente pegó su cabeza contra el cuello de la chica y comenzó a besarla. No. No estaba haciendo eso. Estaba… mordiéndola. Amara se cubrió la boca para no soltar un grito cuando un hilo grueso de sangre oscura y espesa bajó empapando la camisa blanca de la moza. Parecía un río rojo sobre la tela clara.
—¿Qué demonios estás haciendo, maldito psicópata? ¡Déjala ir! —ordenó la escritora saliendo de su escondite. Sentía que el corazón se le iba a escapar del pecho. Ni siquiera sabía lo que había visto. Pero Viggo estaba lastimando a la muchacha y ella no lo iba a permitir. La sangre lo confirmaba. Sin embargo, ella parecía no estar poniendo resistencia ni mucho menos gritar de dolor. Ni siquiera había pedido su ayuda.
El hombre de cabellos blancos giró su rostro para verla. Fuera de su boca había dos largos colmillos y sus labios junto con su barbilla estaban manchados de sangre. Su rostro demostraba placer y sus ojos la miraron como si no la reconocieran. Eso tan solo duró un segundo. Viggo cambió el semblante por completo. Sus ojos grises se volvieron celestes y comenzó a hablar.
—Aquí no ha pasado nada. Vuelve a tu casa y siéntate a cenar. Tus invitados ya regresarán. La muchacha está bien —dijo con una voz ronca y seductora y Amara soltó una carcajada producto de los nervios, la sorpresa y el enojo.
—¡No lo haré! Hasta que esta chica abandone este lugar sana y salva. ¿Qué demonios estás haciendo con ella? ¿Qué juego retorcido es este? —cuestionó acercándose y nunca quitó la mirada del rostro de Viggo. Podía darse cuenta de que bajo las mil máscaras que se quería poner, el hombre estaba nervioso.
—¡Mierda! —dijo dándole un puñetazo al árbol junto a él, rompiendo una gran porción de tronco que explotó en astillas. En un instante calmó sus emociones y miró a la muchacha herida con sus ojos turquesa, tomando su rostro por la barbilla con sus dedos largos—. Vuelve a la casa, límpiate, busca a tu amigo y vete de aquí. Han dado un buen servicio.
La chica asintió varias veces y con una sonrisa enorme se fue del bosque.
—¡Joder! Esteban. ¡Es lo mismo! La noche que lo conocí él salió del bosque de la misma manera, herido y confundido. Tú o tus hermanos lo lastimaron —afirmó Amara señalando a Viggo con un dedo sin decir en voz alta la única palabra que flotaba frente a sus ojos con luces de neón. No podía haber otra explicación más que esa o la locura.
—Nunca dejes que te vean cuando la sangre roja mancha la boca y los ojos parecen mirar otro mundo porque tu verdad será real —dijo Viggo imitando alguna voz y sacudió la cabeza. Amara creyó que además de eso que no podía decir, el tipo estaba demente—. Me había olvidado de eso. Bien. ¿Cómo quieres que hagamos esto? ¿Vas a gritar y dejarte caer al suelo indefensa o vas a darme el gusto de intentarlo y salir corriendo para que te atrape? Sería entretenido jugar a la cacería.
—Ni una cosa ni la otra. Termina con tus juegos raros. Yo voy a preguntarte algo. —Amara dio un paso adelante, intentando vestir su rostro y postura corporal con valentía. Lo cierto era que las piernas habían comenzado a temblar y tenía miedo de desplomarse frente a él—. ¿Vas a decirme qué eres o vas a matarme?
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Editado: 22.01.2025