Condena de sangre - Escarlata #1

Capítulo 21

—Lo voy a decir de una vez por todas para que dejes de mirarme con tanto odio. No pediré disculpas por lo que hice anoche si eso es lo que estás esperando —declaró Finn mirándola con los ojos cubiertos por nubes oscuras. No se veían grises sino negros, como el fondo revuelto de un arroyo. Viggo exhaló haciendo notar su frustración ante ese comportamiento y Seren se puso seria. Dejó de untar la tostada con manteca que sostenía en las manos. Había ventanales alargados por donde se colaba la luz de la mañana y los hermanos se veían tan impecables como siempre—. No puedo decir que lo siento. Porque no es verdad y no estaría siendo honesto contigo. Cuando los vampiros actuamos en ciertos estados, la razón no está trabajando. Así que no puedo disculparme por un comportamiento natural en nosotros.

—Si vas a darme una clase sobre cómo es ser vampiro, mejor te lo ahorras. No me interesa en lo más mínimo. Como tampoco me importan tus disculpas —dijo Amara en voz alta y se acercó para sentarse junto a Seren. Se sentía como un conejo en una jaula de leones—. Pero sí estoy agradecida con tu hermano por haberme salvado y es por eso que me quedaré a desayunar. Podría haberme ido sin decir nada.

—Solo quiero decirte que nunca más intentaré lastimarte. Tienes mi palabra. Verás que en eso los vampiros somos bastante leales —comentó el muchacho de cabellos cortos y levantó su taza para beber café. La escritora creyó que estaba ocultando una sonrisa detrás de la porcelana. Tenía que ver con lo que ella había dicho antes acerca de Viggo. ¿Qué le parecía tan gracioso?

—¿Lastimarla? Eso es quedarse corto, hermano. Quisiste matarla. Ya que estamos hablado a corazón abierto —dijo Seren y le dio un mordisco a su tostada—. Amara tienes que entender que Finn está flechado por Esteban y bueno, se comporta así cuando alguien se pone en medio del camino y lo ve como una amenaza.

—Para ser más claro. No intentaré matarte otra vez, Amara. Lo prometo —dijo con seriedad y la miró fijo en los ojos—. Ya cumplí con mi parte, pero no me someteré a compartir la mesa contigo. No me parece adecuado.

Habiendo dicho eso, el hombre con una camisa blanca ajustada y un cinturón ancho en sus pantalones oscuros, dio otro sorbo a su café haciendo un ruido exagerado, guiñó un ojo a la escritora y se marchó del comedor. El aroma a perfume caro quedó flotando en el aire aun cuando él ya no estaba presente.

—Creo que, para los estándares de Finn y su carácter volátil, ese comportamiento es bastante aceptable —dijo Viggo. Parecía que estaba evitando sonreír. Seren se permitió una carcajada estridente y sacudió su cabeza.

—Que baja está la vara entonces —comentó Amara con sarcasmo y se dedicó a untar una tostada con manteca y mermelada de fresa—. Él se debe creer que es un caballero por hacer esa promesa. Rápido se olvidó de que me clavó los colmillos anoche. El chico malo con pasado oscuro. Típico.

—¡Juro que me encantan tus respuestas! Por algo eres escritora. Tienes chispa, nena. Tal vez me dedique a leer pronto —dijo Seren apretando el brazo de Amara. Tal vez pensó que era un gesto reconfortante, pero con la fuerza que tenía, la escritora soltó un quejido. Seren se puso de pie y se acercó a Viggo para dejarle un beso en la mejilla—. Saldré de la isla unos días. Así solucionamos esos temas de nuestros negocios inmobiliarios.

Los hermanos se miraron y Amara captó algo extraño entre ellos. O tal vez solo le pareció. Su mente estaba convulsionada después de enterarse de que estaba rodeada por vampiros, que uno había intentado matarla y a su modo, le había pedido disculpas hacía unos minutos.

—Suerte con eso, hermana. Puedes contar conmigo. Llámame si me necesitas —dijo Viggo, sonriéndole. La luz del sol que se colaba por las ventanas de cortinas descorridas besaba su rostro con labios tibios. Parecía bajar la guardia cuando se trataba de Seren o volverse más humano, si eso era posible de decir.

—No necesito de la suerte. Yo soy el jodido amuleto de la suerte caminando —dijo la chica y se marchó viéndose como una diosa con su vestido rojo y tacones altos. Su cabello blanco estaba ajustado en una cola de caballo alta y su cara no tenía rastro de maquillaje, pero de todos modos poseía una belleza natural o mejorada por la sangre que corría en sus venas.

—Así que nos quedamos solos. Acércate —dijo Viggo, bebiendo un poco de café—. Odio charlar con tanta distancia de por medio.

—Estoy bien aquí. Yo prefiero el silencio cuando es temprano por la mañana. Me gusta no pensar en nada mientras desayuno —replicó Amara y siguió comiendo. No miró al hombre que se encontraba a unos metros de ella, sino que dejó su vista en un enorme cuadro sobre la pared. Era una escena campestre y parecía una pintura antigua de algún artista famoso. De repente sintió las patas de una silla arrastrándose sobre el suelo. Viggo tomó su taza y se acercó a ella para sentarse en el asiento que Seren había desocupado.

—Ya dije que no me gusta hablar con alguien con tantos metros de distancia. Es incómodo —dijo él con voz seria y tomó un croissant de una canasta adornada.

—Y yo dije que a mí me gusta cuando se respeta el espacio personal y el silencio por la mañana. Hace bien para pensar y reflexionar —sentenció Amara. No podía negar que por dentro sentía que había ganado una pequeña batalla al hacer que él se moviera de su lugar. Ella no había cedido ante su pedido.

—Entonces… —dijo Viggo mordiendo la masa dulce como si no la hubiera escuchado—. ¿Estás escribiendo algo nuevo?




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