Condena de sangre - Escarlata #1

Capítulo 30

Viggo observó cómo los ojos oscuros de Amara se cerraban por completo perdiendo la chispa que los caracterizaba y esa valentía que había ganado minutos atrás se desvanecía en la brisa fresca. En ese momento en que culpó a Davina de la maldición que pesaba sobre él, había querido tenerla entre los brazos y besarla con ganas hasta que fuera de noche otra vez. Con cada segundo que pasaba, más se enamoraba de ella. Desde la muerte de Evanna se había jurado nunca más enamorarse o ceder a la obsesión de la sangre. Eso último era más complicado que la primera tarea porque allí no había razón ni lógica, era algo que les sucedía a los vampiros y simplemente debían aceptar. Pero se había jurado alejarse de cualquier persona que fuera objeto de esa oscura conexión. Lo había intentado con Amara, pero no le había dado resultado. Así que en vez de luchar contra lo que había comenzado a sentir, había decidido tener valor de vivirlo y contarle acerca de sus sentimientos. Había estado planeando esa charla por días hasta que las cosas se complicaron. Había pensado las palabras que iba a decirle buscando en todos sus libros viejos las mejores frases para expresar lo que sentía por ella. Sin embargo, no le había ido bien y en ese momento ella se moría a unos centímetros de él. Parecía un pájaro pequeño que había caído al suelo luego de una tormenta fuerte. La herida de plata en su estómago todavía quemaba. A su cuerpo le estaba costando sanarse y su sangre no fluía con potencia como siempre. Luego de un gran esfuerzo llegó hasta Amara y pudo entrelazar sus dedos con los de ella. ¡Qué injusto era! Habían arruinado a una buena persona, otra más para la lista de muertes a manos de los vampiros. Otra vez se sintió culpable.

Fue allí que notó la presencia de Seren y los gritos de furia de Davina fueron callados con un fuerte golpe por parte de uno de los vampiros de la Guardia Roja. Esa lanza de plata debía haberla lastimado casi de manera mortal. Viggo conocía muy bien los pasos que le seguirían a su apresamiento. Por eso no la habían matado en el lugar. Lo que correspondía era un juicio en la sede más cercana de la Guardia Roja y su posterior ejecución por decapitación si la encontraban culpable. Cuando Davina mató a Evanna, Viggo se sumó al escuadrón de los vampiros que cazaban a los rebeldes por todo el mundo. En la cena de Amara le había contado que había viajado mucho. Pero no le había dicho la verdadera razón de tantos viajes. Había hecho enjuiciar y ejecutar a varios rebeldes como la mujer de cabellos rojos que acababan de llevarse alrededor de todo el mundo. A pesar de buscarla por años, él nunca había podido encontrarla. Luego de eso, decidió abandonar la asociación para dedicarse a tener una vida tranquila donde nadie lo molestara y sus viajes solo tuvieran que ver con el placer. Sus hermanos querían lo mismo. Habían vivido más que nadie y pisado el mundo por un largo tiempo. Solo querían paz. Aguas Negras había sido el mejor lugar para empezar y la isla rodeada de agua le recordaba a su antigua aldea en Escandinavia. Hasta que Davina, moviendo los hilos entre las sombras, le envió a Amara.

Seren se arrodilló junto a él y se mordió la muñeca. Al instante Viggo percibió el fuerte olor a hierro que emanaba de su piel rasgada. Ella acercó su brazo a su boca y él bebió un poco, clavando con cuidado sus dientes en su hermana. Jadeó al sentir como los tejidos de su piel volvían a entrelazarse. En cuestión de minutos se sintió mejor y repuesto. Se sentó en el suelo y con gentileza tomó el cuerpo de Amara, la ubicó entre sus piernas, su espalda sobre su pecho y su cabeza en su hombro. Imitó a Seren y lastimó su muñeca con los colmillos. Acercó la herida sangrante a la boca de la chica, obligándola a beber.

—Vamos, escritora. Eres más fuerte que esto. No te atrevas a irte ahora que tenemos que seguir peleando. Tienes que escribir el final de tu saga. Tus lectores te esperan —susurró en su oído ante la atenta mirada de Seren. Nunca había visto a su hermana demostrando preocupación por un humano de esa forma. Recordó las veces en que Amara los había enfrentado con determinación y valentía. También cómo había sobrevivido al ataque de Finn. Entre sus brazos la muchacha de salvaje cabello negro tembló como una hoja en otoño, lista para desprenderse de la rama que la había sostenido varias estaciones para dejarse ir.

—El color le está volviendo a los labios —anunció Seren animada y quitó el cabello de Amara con gentileza para despejarle el rostro—. Las heridas están sanando. Bien, Viggo. No has tenido que convertirla en uno de nosotros. Eso es bueno.

—Gracias a los dioses antiguos —susurró Viggo mirando al cielo—. No quisiera pasarle a otra persona nuestra maldición, hermana.

—¿Sabes una cosa? —dijo Seren pensativa y se sentó frente a él. Tomó las manos de Amara entre las suyas para darles calor con caricias de sus pulgares—. Siempre odié que pensaras que somos monstruos y que vieras esto como una maldición. Yo siempre lo he visto como un don, un súper poder. Pero yo también estoy cansada, Viggo. Hemos vivido así por mucho tiempo.

—Quizá sea tiempo de seguir con nuestras investigaciones para buscar la cura. En serio esta vez. Tiempo nos sobra —comentó Viggo cuando escuchó ruido al frente de la casa. Era el motor de un auto y eso lo puso en alerta.

—No te preocupes. Es Finn. Fue él quien me avisó que Davina estaba en Aguas Negras. Yo ya lo sospechaba porque anoche encontré a Amara sola en un bar y mencionó que una amiga la abandonó para irse con un tipo. Me parecía que su forma de comportarse no tenía nada que ver con la cerveza que había bebido. Davina debió manipularla todo este tiempo. Apenas Finn me contó que la perra había atacado a Esteban hace unas horas, busqué a la Guardia Roja.




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