Condenada por amor

Carta.

Lo aparto de mí, con una repentina furia que me hace arder las mejillas.

—¡Eres un idiota! ¡¿cómo te atreviste?!

—Tampoco es como que te hayas quejado, eh. —comenta el muy cínico, riendo.

La verdad es que me gusta como se ve sonriendo, no sé si es que mis hormonas se han alborotado o qué fue, pero ese hombre me gusta desde que lo vi; y de eso no hace  bien ni doce horas.

—No te atrevas a volverme a besar en tu vida, ¿me oíste?— advierto apuntandolo con mi dedo índice.

—Qué miedo.

Finge un escalofrío, se voltea y toma impulso para saltar y volver a donde estaba antes. Lo hace ver tan sencillo que ni parece que con un paso en falso caería y hasta podría perder la vida.

Me permito apreciar su espalda tatuada casi por completo; al parecer tiene tatuajes por todo su cuerpo, de diferentes diseños. Tal vez algún día pueda verlos de cerca, o tal vez no. Ya no sé ni lo que pienso.

—¿Te quedarás admirandome toda la noche? Sé que estoy buenísimo, pero igual me haces sentir acosado—dice con burla.

—Jodete.

Pero sí es cierto que podría pasar la noche viendo lo precioso que se ve, con gran parte de su piel morena llena de tinta. Y por verlo sonreír... ¡oh, Dios! Podría pagar hasta lo que no tengo solo por recibir una sonrisa suya.

—Aunque sería un placer ser acosado por semejante belleza.—lo escucho decir, pero no le pongo caso.

Bajo las escaleras a paso apresurado antes de seguir imaginando cosas que podrían no ser correctas o escuchar más cosas peligrosas para una ingenua como yo. Al entrar a la casa me encuentro con Yeimi acostada en el mueble grande de la sala viendo televisión, como si no me hubiera dejado sola con ese hombre que hasta se atrevió a besarme. Aunque... prácticamente yo lo reté a hacerlo, y no puedo mentir, sí me gustó sentir sus labios contra los míos, pero no se puede repetir. Oh, claro que no.

—¿Qué pasó? Cuenta, cuenta.—pide sentándose y apagando la televisión a la vez.

—El muy imbécil me besó. —le cuento molesta, cruzando mis brazos sobre mi pecho al sentarme a su lado.

Abre sus ojos como si se fuesen a salir de sus cuencas, sin apartar la vista de mi.

—Ya va, loca—hace una corta pausa como si lo estuviera asimilando— ¡¿te besó?!

—Que sí, pero en parte fue mi culpa. —admito.

—¿Besa bien?

La miro fijamente a los ojos, poniendo una mueca.

—Ni tan bien, si supieras. —miento.

Aunque no es que haya besado mucho en mi vida, solo han sido unos cinco besos como máximo, ahora seis, y de todos él ha sido el mejor; no puedo quitarle el mérito, para mi fue un buen beso.

La puerta de hierro de la galería hace un ruido, y estoy segura que alguien está ahí afuera. Nos miramos mutuamente y caminamos para  ver quién está ahí, pensando que sería mi hermanito Alejandro, ya que Alexander está con la abuela.

—Toma, Mirella, te manda mi primo — me extiende la mano por entre las rejas, me acerco y tomo el papel envuelto entre mis manos.

El niño se va y nosotras corremos nuevamente al mueble para descubrir qué tiene escrito la carta. Porque es una carta, ¿cierto?

—¿Por qué te manda una carta con el hijo de doña Ángela? Debió venir él.

—No seas idiota, Yeimi, si mis padres se dan cuenta de lo que ha pasado lo más seguro es que me castiguen. —le digo como si fuera lo más obvio del mundo.

—Mirella, tienes diecinueve años,  tus padres deberían dejar de ser tan... raros y anticuados. No puede ser posible que te controlen al punto de que no puedas tener ni siquiera un amigo hombre.

—Pero es que...

—Pero nada. Ya no eres una niña, trabajas, estudias y hasta haces gran parte de los oficios de la casa; lo mínimo que puedes hacer es tener de amigos a quien quieras.

Agacho la mirada, en cierta parte ella tiene razón,  pero yo no soy del todo así. Cuando estoy fuera de la vista de mis padres o demás conocidos que no sea Yeimi, me siento más libre, soy diferente a la Mirella callada que no rompe un plato a la que todos conocen; tampoco es que sea así demasiado suelta, pero sé que me comporto más liberal. Y siento que esa es la verdadera yo, no esa que hace todo por complacer a la familia, a la que le dejan todas las responsabilidades por ser muy "inteligente y capaz", más bien yo diría que pendeja es lo que soy.

—Mierda, se me había olvidado que esto estaba en mis manos. Ven, hay que ver qué dice. —digo al reaccionar y dejar ese pensamiento atrás, tratando, a la vez, evadir el tema.

Desenvolvemos el papel y comenzamos a leer a la vez:

"Querida Necia,

Si alguna vez sientes que estás hablando demasiado y necesitas hacer silencio, aquí estaré dispuesto a servirte como silenciador las veces que quieras, ya sabes cómo.

Ah, a excepción de cuando estés gimiendo, estoy seguro que tus gemidos serían como escuchar la misma gloria.

Este siervo espera que su majestad requiera de sus honorables servicios.

Con deseo, 
Jaziel"

Finalizo con la cara roja, y eso que soy morena.

—Con todo, mami, a ese tipo le gustaste también.— dice emocionada.

Pero yo sigo viendo el papel, tratando de encontrar otras palabras en lugar de esto. Es que... ¿yo le gusto? O no tanto como gustar, porque es muy pronto, ¿no?

—Le atraigo —digo finalmente.

>♡<

Largos minutos pasaron en los que analizamos cada palabra, en los que admiré su letra, es hermosa.

—¡Mirella, abre la puerta!—grita mamá.

—¡Ya voy!

Abro y vuelvo al mueble, dejando que ellos entran tras de mí.

—Yeimi—dice mi madre en cuanto la ve—ya son las diez de la noche, vete para tu casa, muchachita.

—Ay, Mariela, gracias por echarme de su casa de la manera más amable.— responde ella con una amabilidad que reconozco muy fingida.

—Ajá, de nada. Espero que no le estés enseñando cosas indebidas a mi hija, mira que ya andan diciendo que te han visto con unos muchachos en la playa.




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