Condenada por amor

Cita

Camino hacia el colmado de la esquina y pateo una que otra piedra de las tantas que me encuentro. Los niños están en la escuela y, como no estaba haciendo nada, doña Mariela—o sea, mi mamá— me ha mandado a comprar lo que le hace falta para cocinar. 

Al llegar noto que hay varias personas hablando en voz demasiado alta, entre ellas alguien riendo de espaldas a mí. Esa espalda tatuada la reconozco muy bien: Jaziel. Instintivamente me miro la ropa que llevo puesta, no tiene nada de sucio, estoy bien. Bastante presentable, a comparación de algunas veces. Que cosa más rara, hasta estoy bien peinada.

Me acerco al mostrador y algunas de las personas que ahí se encontraban se alejan para darme espacio, pero él no lo hace porque aún no se percata de mi presencia. 

—Buenas. Dos libras de pollo —pido a uno de los que están atendiendo  dentro del colmado, haciendo que, finalmente, al escucharme Jaziel voltee a verme con una enorme y bella sonrisa que yo, por inercia, le devuelvo.

—¿No me vas a saludar, vecina? —inquiere, divertido.

—¿Yo? Creo que no tengo porqué hacerlo… además, acabo de saludar a todos justo ahora. — vuelvo a sonreír,  inocente.

—¿Me crees parte del montón, Mirella? —inquiere, juguetón.

Por alguna extraña razón, mi vello corporal se eriza al instante en que salen sus palabras. No sé cómo explicar la manera en que el tono de su voz va cambiando cuando está conmigo, como si se profundizara. Se siente, de alguna manera, dulce, cargado de ternura. De esa que también disfruto ver en su mirada. 

Espero no ser la única boba que lo nota y estarme haciendo ilusiones. Aunque me escribió una carta, y bastante… explicita, a mi parecer. 

Ahora sí me enfoco en su pregunta.

—Puedes ser de todo, pero ¿del montón? —finjo pensar por unos segundos donde él se dedica a seguir mirándome de esa manera que poco a poco me va hechizando—No lo creo, Jaziel.

Él voltea a ver a los chicos que hablaban con él y ahora discuten de temas de canciones, y es cuando caigo en cuenta de dónde estoy y de la manera evidente en que estamos coqueteando en público. Todavía el muchacho no termina de cortar el pollo, lo que nos da más tiempo de seguir jugueteando.

—Dilo otra vez. —pide, volviendo sus ojos a los míos, que justo ahora deben estar brillando así como los suyos lo hacen.

Pongo un gesto de confusión hasta que recuerdo en lo que íbamos.

—Que puedes ser de to…

—Eso no. Mi nombre, dilo de nuevo. —interrumpe.

La pena me invade, siento mis mejillas arder y me tengo que obligar a repetirlo:

—Jaziel.

Su mirada, deseosa,  observa mis labios mientras lo pronuncio. 

Sus ojos, su nombre, él… todo me parece fascinante. 

—¿Nunca te han dicho el efecto que causa tu voz? —pregunta, acercandose un poco más, haciendo que levante la vista por ser más alto que yo.

Estamos a pocos centímetros de distancia, pocos y peligrosos centímetros que me hacen respirar con dificultad por lo que provoca su cercanía en mí. Separo mis labios dispuesta a besarlo, aunque nos vean, aunque le llegue el chisme a mi madre y hasta me mate. Solo quiero probar sus labios nuevamente, y eso iba a hacer, pero una voz interrumpió el acto haciendo que me separe rápidamente de Jaziel:

—¿Algo más? 

Él no parece tan afectado, mientras yo trato de controlar el ardor de mis mejillas y hablar sin tartamudear. Por un momento ni recuerdo lo que hago aquí, hasta que la voz de mi madre aparece en mi cebeza, recordando las cosas que me encargó. 

—Dos platanos ma-maduros. —pido en voz baja, fallando al tartamudear. El muchacho que, tengo entendido se llama Bryan, da la vuelta para buscar el pedido y yo escucho la vocesita del sexy hombre a mi lado susurrando cosas.

—¿Te gusta ma-maduro? —la diversión no lo abandona ni por un segundo. 

—Muy ma-maduro —contesto, también divertida. Claro que entiendo su doble sentido, y creo que me gusta. Aunque, literalmente, todo lo que conozco de él me encanta.

Termino de comprar y, muy a mi pesar, vuelvo a mi casa dejando a Jaz en el colmado con los muchachos del barrio. 

—¿Por qué tardaste tanto, Mirella? —pregunta en cuanto me ve pasar la puerta — tú papá no tarda en llegar y todavía no he puesto la comida.

—Como si todo fuera así de rápido. —murmuro volteando los ojos y yéndome a mi habitación. 

Mi celular vibra en la mesita y lo tomo, sonriendo como una tonta al ver el mensaje:

Jaziel:

¿Nos vemos esta noche?

Mirella:

Mmm… creo que sí. 

Deja le digo a Yeimi.

Casi salgo de su chat para entrar al de mi amiga, pero inmediatamente me llega otro mensaje suyo.

Jaziel:

Me refería a solo tú y yo…

Solitos.

Siento el calor emanar de mi cuerpo y mi corazón latir con fuerza, la emoción es tanta que me tiro de espaldas en la cama y chillo ganándome un grito de regaño por parte de mi mamá, pero logro reponerme y respondo. 

Mirella:

Está bien. Te veo 

cuando mis padres y mis 

hermanos se vayan a la iglesia.

>♡<

Me pasé toda la tarde ansiosa porque llegara la noche, creo que es algo que nunca me había pasado antes. Incluso, cuando estaba haciendo una tarea mis manos temblaban tanto que hice varios rayones en las páginas.

Justo ahora me encuentro eligiendo cuál ropa ponerme, quiero verme bien.

Me pregunto si esta necesidad de estar perfecta es a lo que se referían mis tías y las vecinas cuando le decían a mi mamá: "Ya verás cuando se enamore cómo andará arreglándose a cada segundo". Aunque ahora también se suma otra pregunta a la lista: ¿Me estoy enamorando? ¿Será así como se siente el comienzo del amor?




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