Condename Ayer. Saga Destinos Cruzados

XX.- Enfado

Melody

—¿Estás segura que quieres jugar lesionada Mel? – pongo los ojos en blanco por enésima vez en solo quince minutos que llevamos en los vestidores.

—Estoy bien, no me duele Mack – trato de tranquilizarla – también por enésima vez – para que me lo permita —prometo que si me duele te lo diré para que me saques de la pista ¿de acuerdo? – ella asiente a regañadientes.

—No lo sé, lo menos que quiero en este momento es que te lastimes más porque en dos semanas es el campeonato contra Yale y te necesito porque Deina está embarazada – Deina es la chica por la que estaba la vacante y que ni siquiera Arlette pudo ganar porque yo soy mucho más rápida.

—Lo sé y por esa razón quiero, aunque sea calentar, entiendo que no voy a rendir igual, pero no deseo estancarme ¡anda, di que si por favor! Aunque sea en el primer tiempo – gruñe exasperada.

—Está bien, pero al primer signo de dolor estas fuera de la pista – señala mi rostro con los labios fruncidos —, además me debes una salida – pone la boca como un pico para dar un beso y gira el rostro, falsamente enfadada.

—¡Y por eso he traído mi tarjeta de crédito! – enseno mi cartera para que sepa es verdad — porque voy a compensarte y que salgamos hoy de compras, pero solo chicas por favor…

—Prometido – levanta la mano jurando con solemnidad. Lo que menos quiero es encontrarme con el pesado de Arsher y su tono sexi —luego de clases le diré a mi chofer que nos lleve, espere y nos regrese a cada una a su respectivo hogar – damos unos brinquitos, no soy tan de esas, pero es que Mackenzie Reaven es adictiva.

Jamás había tenido una amiga y ella pues, me ha demostrado ser buena persona y amiga, además.

Una vez cambiada, todas me preguntan si estoy bien inclusive Jenefer se la ve preocupada, le sonrío y le doy un empujón con el hombro – vaya que puedo socializar y permitirme algún achuchón – para que sepa estoy bien y sonríe un poco ruborizada.

—Creo que a Polanca no le agradará, ya sabes cómo es con eso de las lesiones – exhorta Jen a Mack.

—Pero yo me siento bien Jen ¿qué nadie lo entiende? – digo enfurruñada.

—Yo puedo entenderlo, pero tu debes comprender que Xavier Polanca es estricto y no se permite errores – explica como si todas fuésemos retrasadas. Yo resoplo —. Tu eres la primera que debería acatar las reglas…

—¿Qué te puedo decir Jenefer Davis? – me encojo de hombros —¡nací rebelde! – entonces es ella quien resopla y ya Mack no se ve tan segura de dejarme entrar.

Salimos de los vestidores tomando nuestras posiciones correspondientes en el hielo, es solo una práctica-calentamiento, nadie lleva el uniforme completo, es decir: todas estamos con los pantaloncillos y las chaquetas, nada de pantalones. Las botas de seguridad y rodilleras atavían nuestras piernas, también el casco porque es obligatorio. Le hago un guiño a Mackenzie y esta siente con un movimiento de cabeza y una de sus sonrisas hermosas.

—¡Reaven! – la voz del entrenador resuena por toda la pista, alzo las cejas porque se dirige hacia ella y no se ve contento.

—¿Entrenador, que desea? – le sonríe nerviosa.

—No quiero pensar que dejaras a esta chica – me observa con el entrecejo fruncido como recordando algo —que está evidentemente lesionada porque te suspenderé y lo sabes – advierte molesto. Todas tragamos un nudo grueso hecho en la garganta.

—¡Oh entrenador ella solo! – niega.

—No quiero excusas, definitivamente las mujeres son unas irresponsables y no deberían buscarse oficios que solo les corresponden a los hombres ¡se suspende la práctica hasta previo aviso! – dice ofensivo.

Cosa que me molesto mucho porque ni siquiera le permitió explicarse y como últimamente no me llevo bien con los hombres groseros, controladores e insultantes reacciono no tan bien.

—¿Y si por lo menos le permite hablar? es usted un grosero – el hombre gigante – para mi por supuesto – gira hacia donde me encuentro y es cuando me doy cuenta que he engullido el espacio entre ellos y yo, lo que me hace recular.

¡Y su mirada amenazante claro esta!

—¿Qué has dicho? – cierro los ojos.

No solo porque me he pasado de la raya sino porque al gritarme sale de su boca un punado de gotas de saliva y es asqueroso, sin embargo, siento como la sangre hierve y eso definitivamente no es bueno.

—Pues lo que escuchó ¿o es que se quedó sordo? – mi corazón se salta un latido al reconocer que acabo de cagarla completa.

Se acerca tanto que casi rozo mi nariz con su pecho, comienzo a transpirar y las piernas amenazan con dejar de sostenerme, abro los ojos sintiendo como se me llenan las lagrimas que pugnan por salir causándome ardor.

—Repite lo que dijiste – abro y cierro la boca sintiendo la amenaza implícita en cada una de sus palabras —¡repítelo! – entonces en lugar de hablar lo que sale de mi garganta es un sollozo. Niego.

—¡Lo… lo siento! – susurro sintiendo el calor de las lagrimas surcar la piel de mi rostro.

—¡¿Lo sientes?! – cierro de nuevo los ojos encogiéndome de miedo, siento el calor que emana su cuerpo, estoy aterrada —¡¿ahora lo sientes?! – asiento con el cuerpo tembloroso, su voz se escucha contenida, pero el temblor que se percibe en ella delata lo furioso que está —. Esto solo voy a decirlo una vez, y esta vez – va subiendo el tono de nuevo —¡largo! – salto en el sitio y comienzo a llorar de forma audible —largo de mi gimnasio – doy un paso atrás con los ojos apretados, siento como avanza hacia mí. Mantengo la cabeza gacha porque no puedo contener el llanto —y jamás ¡mocosa de porras! Jamás vuelvas a faltarme los respetos ¿entiendes? – afirmo muchas veces con la cabeza.




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