Me encontraba en un campo lleno de flores, y ante mí había una chica que parecía tener diecisiete años, al igual que yo. Ella era de piel blanca, estatura media, delgada, ojos grises, cabello negro, liso y por los hombros. No la conocía de nada, pero mientras la miraba a los ojos, sentía todo lo contrario, como si la conociera de toda la vida.
—¿Leah?—inquirió frunciendo el ceño.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Soy yo, Iris.
—No te acerques a él, Leah—dijo un chico que estaba detrás de mí—. Es peligrosa.
Me di la vuelta encontrándome con él. Era de piel blanca, estatura media, peso normal, ojos azules, cabello castaño, corto y liso. También parecía que tenía mi misma edad y tampoco lo conocía, pero sentía que sí, lo mismo que me había pasado con Iris.
—¿Quieres eres?—le pregunté al otro desconocido.
—¿No te acuerdas de mí, Leah? Soy Damien.
—Con él es con quien corres peligro—afirmó Iris.
Iba a preguntarles de qué se trataba todo eso, pero justo me despertó mi alarma. Abrí mis ojos sin entender absolutamente nada, preguntándome por qué había soñado una cosa como esa. Agarré el móvil y apagué la alarma. El sueño que había tenido no era normal, ni tenía ningún tipo de sentido, así que preferí mejor hacer como que no había pasado.
Tenía que levantarme para ir a clase, por lo que me fui a desayunar. Mi madre, Agnes Miller, era de piel blanca, estatura media, delgada, ojos verdes, cabello castaño, ondulado y por los hombros. Mi padre, Tom Miller, era de piel blanca, alto, peso normal, ojos azules, cabello castaño, liso y corto. Yo era de piel blanca, estatura media, peso normal, ojos verdes, pecas en la cara, cabello castaño, ondulado y largo.
Cuando terminé de desayunar, me fui de la cocina para empezar prepararme. Nos habíamos mudado a esa casa de una planta, hace unas semanas, era una ciudad nueva para mí y ese día iba a empezar el instituto. Era mi último año, no conocía a nadie y nunca había sido una persona muy sociable. Aun así, no me importaba pasar tiempo sola, me encantaba dibujar y cuando tenía tiempo libre podía estar horas haciéndolo.
Justo al entrar a mi habitación, en frente de la puerta, se encontraba una mesita de noche y al costado, pegada a la pared, estaba mi cama. Después, a los pies de ella, había una ventana con una cómoda debajo de ella. Luego en la esquina se encontraba mi escritorio, al otro lado, estaba el armario y también había dibujos míos colgados por todas las paredes del cuarto.
Me metí al coche de mi madre y me llevó al instituto. Entré al edificio y fui a mi clase. Me senté en la última fila, en una de las esquinas. Me puse a sacar mis cosas y mientras lo hacía, alguien se sentó a mi lado.
—Leah—me llamó alguien que tenía una voz que me resultaba familiar.
En ese momento pensé que era Damien, el chico del sueño que había tenido, pero eso era imposible. Hasta que me giré y lo vi ahí sentado. Me quedé completamente congelada, no podía creer lo que estaba viendo. Había soñado con él y sabía como se llamaba, sin ni siquiera conocerlo. Aparte de que íbamos a ser compañeros de clase. Mi mente estaba a punto de explotar.
—¿Damien?—interrogué con el entrecejo fruncido.
De repente, una compañera se acercó a su mesa y le preguntó:
—¿Me dejas el sitio?
La chica era la misma con la que había soñado. Luego de eso, hasta llegué a pensar que igual seguía soñando, pero no, me encontraba totalmente despierta, todo lo que estaba pasando era real.
—No, me gusta este sitio—le respondió el supuesto Damien.
—Ya, el sitio—contestó ella con ironía.
La que se suponía que era Iris se giró y le preguntó a la compañera sentada delante de mí que si le podía prestar el sitio, ella accedió.
—Luego hablamos—me dijo Damien.
—Claro—respondí.
Cuando pasaron lista pude confirmar que se llamaban así. Me costó concentrarme en clase por ellos, no podía sacármelos de la cabeza. De Iris todavía no estaba segura de nada, pero Damien quería hablar conmigo. Yo quería hacerlo, pero a la vez quería alejarme de los dos. Gritaban problemas y eso era lo último quería en ese momento.
Cuando llegó la hora de almorzar, cogí mi almuerzo y salí del aula.
—Anoche soñé contigo—afirmó Damien mientras se ponía a mi lado y caminaba a la par que yo.
—Y yo contigo, y ni siquiera sé quién eres.
—Yo tampoco sé quién eres.
—¿Y conoces a la chica que te pidió el asiento en clase?
—No conozco a nadie, soy nuevo.
—Yo también soy nueva.
—¿Pero qué pasa con esa chica?
—¿Podemos hablar un momento?—me preguntó Iris apareciendo y colocándose junto a mí—. ¿A solas?
—Claro—le contesté.
—Adiós, Leah—se despidió Damien.
—Adiós—le dije mientras nos dejaba solas.
—Tú también soñaste conmigo anoche, ¿verdad?—le pregunté a Iris.
—Sí, ¿cómo lo sabes?
—Porque yo también contigo. ¿Tú también eres nueva aquí?
—No, pero el chico con el que estabas hablando y tú sí que lo sois. ¿Os conocéis?
—No, le ha pasado lo mismo que a ti—le expliqué mientras salíamos al patio—. No sé, es todo muy raro. Ahora mismo me gustaría estar sola.
—Te entiendo, Leah, estoy igual. Nada de esto tiene sentido.
—Gracias, Iris—respondí con una pequeña sonrisa.
—No es nada—contestó sonriendo también.
Nos despedimos y cada una se fue por su lado. Sinceramente, todo eso estaba siendo demasiado para mí, me encontraba cansada, ese día había sido el más surrealista de mi vida. Solo quería que se acabaran las clases para poder volver a mi casa. El problema era que al día siguiente me reencontraría con ellos y había algo que me decía que esto no había hecho nada más que empezar.
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