El reloj parecía burlarse de Lala. Cada minuto en la oficina se estiraba hasta parecer un castigo, como si las agujas se movieran en cámara lenta solo para torturarla. Frente a ella, la pantalla de la computadora mostraba un documento en blanco que debía convertirse en un texto creativo… para ayer.
Su escritorio era un reflejo perfecto de su mente: papeles arrugados como pequeñas montañas nevadas, lápices dispersos que parecían haberse fugado de un crimen, y post-its de colores pegados en cada superficie posible, incluso en el marco de la pantalla. Algunos ya ni tenían sentido: “no olvidar café” estaba escrito en tres papeles distintos, y aun así, la taza vacía a su lado era la prueba de que había olvidado recargarlo.
—Vamos, Lala… inspiración, ¡aparece! —murmuró, golpeando suavemente el teclado con un dedo, como si así pudiera despertar las ideas dormidas.
El murmullo de la oficina contrastaba con su pequeño universo desordenado. Sus compañeros parecían copias al carbón: serios, concentrados, con escritorios impecables. Alguien tosió, otro tecleó con disciplina militar. El sonido de los ventiladores del aire acondicionado terminaba de darle un aire casi quirúrgico al lugar.
—Mariana, ¿te vas a quedar mirando la pantalla hasta que te hable? —le preguntó su compañera Clara desde el escritorio de al lado.
—Es que estamos en pleno debate —respondió Mariana, sin apartar la vista del monitor—. Ella no quiere colaborar y yo tampoco pienso ceder.
Clara rodó los ojos y se rió bajito.
—Un día te van a echar por hablar sola.
—¡Ojalá! —dijo Lala, levantando las manos como si eso fuera un premio.
Clara negó con la cabeza y volvió a su Excel impecable, mientras Mariana suspiraba, luchando contra la tentación de hacer cualquier cosa menos trabajar.
El bolígrafo que había dejado segundos antes desapareció como por arte de magia. Ella empezó a revolver papeles hasta descubrirlo, un minuto más tarde, escondido detrás de su oreja.
—Detective Lala resuelve otro misterio —susurró triunfal, colocándolo sobre la mesa como si fuese una reliquia.
Entonces, como un pequeño rayo de curiosidad, el recuerdo del mensaje de Martín apareció en su mente.
¿Por qué no contestarlo? Total, no había presión. Solo un mensaje… y tal vez algo divertido.
Lala abrió el chat y, tras respirar hondo, comenzó a escribir, dejando que su personalidad alegre y desordenada saliera en cada palabra:
> Mariana: Hola, Martín! 😅 He visto tu mensaje… y bueno, aquí estoy, respondiendo finalmente. Espero que no esperes que esto sea súper ordenado ni nada, aviso que hablo mucho, me río sola y a veces escribo cosas que no tienen sentido… pero prometo que soy divertida!
Apoyó la frente en la palma de la mano, sonriendo nerviosa. Era raro sentir un pequeño cosquilleo por un chat… algo que hacía tiempo no le pasaba.
No habían pasado ni veinte segundos cuando su teléfono vibró. Se sorprendió. ¿Tan rápido?
> Martín: Hola, Mariana. Tomás me dijo que responderías. Aprecio la cortesía.
Mariana arqueó una ceja. Mariana.
> Mariana: Mariana, ¿eh? Todo el mundo me dice Lala, menos tú. ¿Vas a ser el rebelde del grupo? 🤨
> Martín: Prefiero Mariana. Me gusta llamar a las personas por su nombre.
> Mariana: Jajajaja, ¡qué formal! Está bien… pero aviso que si me llamas Mariana, corres el riesgo de que no me reconozca cuando me hables en persona.
> Martín: Entonces tendrás que acostumbrarte.
Ella soltó una risa bajita, sola en su escritorio. Él había decidido llamarla Mariana, y no pensaba ceder tan fácil.
—Bueno… esto va a ser interesante —murmuró, mientras se recostaba en la silla.
El chat siguió:
> Martín: Para ser sincero, pensé que no ibas a responderme.
>Mariana: ¿Y por qué no iba a hacerlo? 🤔
>Martín: Porque nuestros amigos parecen más interesados en emparejarnos que en dejarnos decidir por nosotros mismos.
>Mariana: Jajajajaja ¡sí! Sofía está convencida de que esto es destino, y Tomás ya me advirtió que “te aguante”.
>Martín: Eso suena a que piensan que soy insoportable.
>Mariana: Bueno… un poquito serio sí que pareces 😏, pero prometo darme la oportunidad de descubrirlo yo misma.
>Martín: Está bien. Supongo que puedo aceptar ese trato.
Mariana no pudo evitar reír de nuevo. El ida y vuelta tenía un ritmo propio: la seriedad contenida de Martín contra la alegría desbordante de ella. Sus mensajes eran rápidos, llenos de emojis y giros repentinos; él respondía con calma, casi midiendo cada palabra, aunque sorprendentemente no tardaba mucho en contestar.
> Martín: Espero que tu día no sea tan caótico como tu mensaje me hizo imaginar.
>Mariana: Jajaja, bueno… caos es mi segundo nombre. 🌀 Hoy tengo papeles por todos lados, post-its pegados en la frente y un bolígrafo que decidió desaparecer misteriosamente. Pero sobreviviré!
>Martín: Me sorprende que sobrevivas. Yo me habría perdido entre tantos papeles.
>Mariana: ¡Nunca subestimes a alguien que organiza el caos con estilo! 😎 Aunque confieso que un poco de ayuda no vendría mal…
>Martín: Supongo que podría ser útil… para evitar que tus post-its te traguen.
>Mariana: Perfecto. Entonces, cuando vengas a rescatarme, prometo hacerte un croquis del desastre. 🔖
Mariana volvió a mirar el chat con una sonrisa antes de cerrar el teléfono… pero no pudo. Vibró otra vez.
> Martín: Por cierto… ¿ese emoji qué significa exactamente? 👉😅👈
Ella se tapó la boca con la mano para no reírse en voz alta.
> Mariana: 😂😂😂 Ay, Martín… acabas de usar el combo universal de “me gustas pero me da vergüenza admitirlo”.
>Martín: ¿Eso significa lo que creo que significa?
>Mariana: Que eres adorablemente torpe con los emojis.
>Martín: No suelo usarlos. Apenas estoy aprendiendo.