Conexión inesperada

Capítulo 4

El sábado amaneció con Lala enredada entre las sábanas y el sonido de las notificaciones en el móvil. Se tapó la cara con la almohada, gruñó un “joder” somnoliento y al final estiró la mano para mirar la pantalla.

Un mensaje de Martín.

>Martín: “¿Eres de las que desayunan café solo o de las que creen que el croissant es un derecho humano?”

Lala sonrió medio dormida. Le contestó con una foto improvisada: su taza de café humeante y el croissant que se había traído de la panadería de la esquina la tarde anterior.

>Mariana: “Las dos cosas. Y añado: si el croissant está relleno de chocolate, mejor todavía.”

>Martín: “Inaceptable. El relleno es una traición a la masa.”

>Mariana: “¡Eres un hereje! Si algún día coincidimos en una cafetería, prometo educarte.”

Pasaron la mañana intercambiando mensajes tontos: música que escuchaban, planes de fin de semana, hasta confesiones absurdas como que Lala nunca conseguía poner bien una funda nórdica o que Martín odiaba hacer la compra porque siempre olvidaba el pan.

Esa noche, casi de madrugada, Lala estaba acurrucada en el sofá con una manta y el móvil apoyado en la pierna. Martín, al otro lado del océano, tenía la película “Ensayo sobre la ceguera” de Saramago en pantalla. Aunque separados, se habían propuesto verla “juntos”, comentando escenas y personajes por mensajes, como si compartieran el salón de una misma casa.

> Martín: “Esta historia siempre me deja pensando… ver a todos tan perdidos y asustados…”

>Mariana: “Sí, te obliga a mirar más allá de lo que parece. Como un croissant relleno de chocolate: absurdo y cruel a la vez.”

>Martín: “JAJAJA, tú siempre llevándolo al absurdo. Me hace falta eso.”

Hubo un silencio mientras⁹ ambos veían la escena en que los personajes afrontaban la fragilidad de la vida. Martín rompió la rutina con un mensaje inesperado:

> Martín: “Hoy estaba pensando en mis padres. Ver a mi padre así, enfermo… me da miedo. Siempre los he visto invencibles y ahora… me siento impotente.”

Lala leyó las palabras y sintió un nudo en el estómago.

> Mariana: “Martín… entiendo perfectamente lo que sientes. No es fácil ver a quienes siempre te han protegido frágiles. Pero no estás solo.”

>Martín: “Gracias… es que siento que debería ser fuerte, como ellos siempre fueron, y no puedo evitar que el miedo me domine.”

>Mariana: “No tienes que ser invencible todo el tiempo. Está bien sentir miedo. Eso no te hace débil, te hace humano.”

>Martín: “Nunca pensé que hablar de esto con alguien me aliviaría un poco… contigo es diferente.”

>Mariana: “Yo estoy aquí. Aunque sea con palabras, aunque sea por chat.”

>Martín: “No sé cómo explicarlo… me das calma. Y eso me sorprende.”

>Mariana: “😌 Me alegra, de verdad. A veces, solo necesitamos alguien que nos recuerde respirar.”

>Martín: “Gracias, Lala. Hoy necesitaba escucharlo.”

>Mariana: “Siempre, Martín. Cuando quieras hablar, desahogarte o distraerte, aquí estoy.”

>Martín: “Entonces… supongo que seguiré abusando de tu paciencia. 😅”

>Mariana: “JAJAJA, no me importa. Al contrario, me gusta que confíes en mí.”

Mientras leía, Lala sonrió. No era solo un chat cualquiera; se sentía conectada a él.

Martín, apoyado en el respaldo del sofá, permitió que el miedo se mezclara con un extraño alivio. Miró la foto de Mariana en el chat y pensó que era realmente hermosa, no solo por su aspecto, sino por la calidez que transmitía incluso a través de la pantalla.

> Martín: “Eres increíble, Mariana. No solo bonita… de verdad, me sorprendes.”

>Mariana: “😳 Ya me sonrojas… pero gracias. Lo mismo digo de ti.”

Después de eso, volvieron a los comentarios sobre la película, mezclando reflexión, risas y pequeñas tonterías. La madrugada se les escapó entre mensajes, silencios compartidos y miradas a la pantalla que hacían sentir que estaban juntos, aunque separados.

Al amanecer, Lala apagó el móvil con una sonrisa, mientras Martín cerraba su portátil, ambos sintiendo que, sin saberlo, habían empezado a crear un refugio mutuo en medio del caos de sus vidas.

El domingo no fue distinto. Lala salió a pasear por El Retiro con una amiga y, entre foto y foto, iba contestándole. Martín, en cambio, estaba en su piso rodeado de documentos, pero cada cierto tiempo su móvil vibraba y él lo cogía como si fuera lo más urgente del mundo.

>Mariana: (una foto de un estanque con barquitos) “Dime que no parece sacado de una peli romántica. Estoy por sentarme aquí a esperar a Ryan Gosling.”

>Martín: “Espero que no tengas que esperar mucho. Aunque, siendo realistas, Gosling no sabría remar en ese estanque.”

>Mariana: “¿Y tú sí?”

>Martín: “Remar sé. Otra cosa es que quieras subirte conmigo en la barca.”

>Mariana: “Mira que te pones chulo, ¿eh?”

Las horas se les escapaban así: entre ironías, frases cortas, fotos de tonterías y algún que otro silencio que no incomodaba, sino que daba ganas de seguir.

El domingo por la noche, Lala estaba en el sofá con una manta y una bolsa de patatas, mientras en la pantalla de la tele se reproducía una serie que ni estaba mirando. Martín, al otro lado de la ciudad, repasaba informes pero con un ojo en el móvil.

>Mariana: “He llegado a la conclusión de que los domingos deberían durar dos días.”

>Martín: “Imposible. Dos domingos seguidos y el mundo se paraliza.”

>Mariana: “Pues que se paralice. Sería un mundo más feliz.”

>Martín: “No lo discuto. Aunque sospecho que tú usarías ese tiempo extra para perder más bolígrafos.”

>Mariana: “Exacto. Y para mandarte más mensajes.”

Martín dejó escapar una sonrisa inesperada, de esas que no se esfuerzan en salir. Y Lala, en su sofá, se dio cuenta de que no recordaba la última vez que había disfrutado tanto de un chat que, en teoría, no significaba nada.



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En el texto hay: polosopuestos, amor, amistad

Editado: 16.09.2025

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