La oficina estaba casi vacía; solo unos pocos compañeros recogían sus cosas, arrastrando sillas y murmurando despedidas. Lala apoyó los codos en el escritorio, estiró la espalda y suspiró, dejando caer su bloc de notas sobre la mesa.
—Por fin… —murmuró, mientras miraba los post-its dispersos y el caos organizado que llamaba trabajo—. Hoy sobreviví.
Clara, desde su escritorio, levantó la vista y sonrió:
—Buen fin de semana, Lalita. ¡No pierdas ningún bolígrafo por el camino!
Lala rió, guardando su lápiz en el bolso, y se despidió de Diego, quien le guiñó un ojo antes de salir.
Al ponerse los auriculares y dirigirse al ascensor, Lala dejó que los botones se iluminaran mientras bajaba, y sacó el teléfono para responder un mensaje de Martín. Llevaban diez días escribiéndose sin parar, desde que Mariana le respondió al primer mensaje de Martín, y cada día se entendían y se divertían más.
>Martín: ¿Qué planes tienes para esta noche?
Lala sonrió mientras escribía:
>Mariana: ¡Hola! 😄 Voy a cenar con Sofi y Tomás. Habíamos quedado hace unos días. Nada demasiado loco, solo risas y buena comida.
Unos segundos después, llegó la respuesta:
>Martín: Disfruta mucho. Me da un poco de envidia no poder acompañarlos.
Lala dejó escapar una sonrisa, sintiendo un pequeño cosquilleo en el pecho, y escribió de vuelta:
>Mariana: Gracias 😏. Prometo reírme también por ti.
El ascensor llegó a la planta baja, y Lala guardó el teléfono en el bolso. Respiró hondo, dejando que el aire fresco de la tarde le despejara la cabeza. Esa noche no habría correos, ni informes ni post-its desordenados: solo risas, buena comida y la compañía de sus amigos.
Sofi ya la esperaba cerca de la puerta del restaurante, sonriendo con ese cabello rubio que parecía brillar con la luz de la tarde.
—¡Llegaste justo a tiempo! —exclamó Sofi, mientras Tomás y los demás saludaban con una mano desde la mesa—. Vamos, que nos reservé un sitio genial.
El restaurante tenía un ambiente cálido y acogedor, con luces tenues que resaltaban los tonos de madera de las mesas y sillas. Un aroma a hierbas frescas y pan recién horneado llenaba el aire, mezclándose con el suave murmullo de conversaciones de fondo y el tintineo de cubiertos sobre platos.
Lala y Sofi se acomodaron en la mesa, dejando que sus chaquetas colgaran sobre el respaldo de las sillas. Lala miró alrededor y sonrió al ver a sus amigos. Tomás, Carla, Julián y Andrés ya estaban acomodados, riendo entre sí y jugueteando con las cartas del menú.
—Menuda tarde de tráfico —comentó Lala mientras hojeaba la carta—. Me sentí atrapada en un laberinto de coches, semáforos y bocinas.
—Ya lo decía mi madre: “Si vas a salir, sal temprano o llega tarde y despreocúpate del tráfico” —rió Sofi, sacando un pañuelo del bolso.
—En mi caso —añadió Julián —, el tráfico es solo un recordatorio de lo poco paciente que soy.
Lala sonrió, girando los ojos, y se inclinó hacia ellos:
—Bueno, al menos ahora estamos aquí. Sin semáforos, sin estrés… solo comida y buenas risas.
La camarera se acercó, tomando nota de sus pedidos con una sonrisa profesional. Lala pidió un risotto de setas con parmesano.
—Uff, huele increíble —dijo Lala mientras aspiraba profundamente—. La verdad, este lugar tiene un toque que hace que se te olvide la semana entera.
—Y mira que la semana fue dura —añadió Sofi—. Pero aquí, con buena compañía y un ambiente así, todo se ve más fácil.
Sofi se inclinó hacia Lala:
—Oye, ¿cómo va todo en la oficina? ¿Ya llegó el mini Sr. R?
—Todavía no ha aparecido —respondió Mariana, arqueando una ceja—, pero te aseguro que ya tiene a todos aterrorizados solo con imaginar su llegada. Entre rumores de que es más estricto que su padre, caras largas y el pánico general… ¡parece que estamos en una película de terror corporativa!
—Madre mía… entonces aún no ha llegado y ya los tiene a todos temblando. Qué nivel de fama —comentó Julián, sonriendo.
—Sí, yo me limito a observar el caos desde mi escritorio y a reírme un poco… mientras puedo —añadió Lala, divertida.
—Al menos tu mesa sigue siendo un oasis en medio del apocalipsis —bromeó Carla.
Tomás levantó la copa de agua:
—Pues brindemos por eso, por los oasis de calma en medio del desastre.
Todos chocaron suavemente las copas y rieron.
Las bromas y risas continuaron: Julián contó una anécdota absurda de la oficina de Sofi, Carla imitó la voz de un jefe imaginario, y Tomás susurró a Mariana ideas sobre cómo “sobrevivir al aterrador mini Sr. R”.
Lala se sintió parte de algo cálido y seguro, disfrutando de la complicidad del grupo, y por un momento olvidó completamente el caos de su propia oficina y los mensajes pendientes con Martín.
Tomás se recostó en la silla, apoyando el codo sobre la mesa y lanzándole una sonrisa traviesa:
—Bueno, Lala… ya que estamos entre amigos… ¿cómo van esos mensajes con Martín?
Hubo un breve silencio mientras todos giraban la mirada hacia ella, con sonrisas cómplices y curiosidad evidente. Carla y Sofi intercambiaron un guiño, Julián arqueó las cejas y Andrés no pudo evitar morderse la lengua para no reírse a carcajadas.
Lala se sonrojó ligeramente, jugando con la servilleta entre los dedos:
—Eh… bueno… nada del otro mundo. Solo mensajes. Mucho mensaje, eso sí.
—¿Solo mensajes? —repitió Sofi, fingiendo incredulidad—. Venga, Lala, que lleváis días escribiéndoos como si no hubiera un mañana.
—Sí, diez días, para ser exactos —intervino Tomás con una sonrisa burlona—. Cada día mejor. Y tú, claro, negando cualquier cosa que tenga que ver con citas o sentimientos.
—¡Yo no niego nada! —protestó Lala, intentando sonar firme mientras todos la observaban con diversión—. Solo… solo digo que no hay nada que negar.
—Claro, claro —rió Julián—. Lo que tú digas, especialista en caos y risas inesperadas.