— No, será usted quien se bañe —dije con calma, como si no hubiera estado llorando hace un momento—. Y yo me iré. Volveré mañana. A esta misma hora. Es mi trabajo. Soy su confesora. Pero antes de que empecemos a trabajar juntos, usted se lavará, ¡porque apesta! ¡Y limpiará su habitación! ¡O le ordenará a alguien que lo haga!
Solté todo esto de un solo aliento. Le metí la escoba en las manos al príncipe, completamente desconcertado, y lo empujé con fuerza hacia la bañera. Estaba a menos de un paso de distancia.
El hombre perdió el equilibrio y, al inclinarse sobre el borde, cayó de espaldas directamente en la bañera llena de agua. El líquido se desbordó y me salpicó también un poco. ¡Oh, Santa Omma! ¡Estaba helada como el hielo! Algo debo haber hecho mal con esos acumuladores mágicos de agua... ¡Tengo que salir de aquí ya mismo!
Y antes de que el príncipe pudiera reaccionar o lanzarse sobre mí —porque vi en sus ojos una furia pura, desbordada—, le grité:
— ¡Y me pagará el dinero mañana!
Y salí disparada del baño. En un solo movimiento arranqué la sábana de la cama de Su Alteza y me lancé fuera de sus aposentos, envolviéndome en ella por completo. Por suerte, no había nadie en el pasillo. Aunque no estaba segura de no encontrarme con alguien en el camino...
Corrí por el pasillo, tratando de recordar el camino hacia mi habitación, la que Del Cartan me había asignado aquí, en el palacio real, mientras ejercía mi labor de confesora…
¡Oh! Corría por el pasillo, envuelta en una sábana, y pensaba solo en una cosa: ¿¡Qué acabo de hacer!? ¡Empujé al príncipe —al príncipe— dentro de la bañera! Lo empujé como si fuera un saco de ropa sucia. Y ahora está allí, sentado en esa agua helada, empapado como una esponja, furioso como el perro más rabioso… o mejor dicho, ¡como el dragón más rabioso!
¡Santa Omma, definitivamente he perdido la cabeza! Pero apenas empezaba a cundir el pánico en mi mente, enseguida recordaba su cara: esa expresión enfadada, altiva, irritada al límite, sus ojos llenos de soberbia. Y su olor, por cierto, también lo recordaba muy bien. Bien merecido lo tiene. ¡Que por fin se ponga en orden! Porque parece cualquier cosa menos un príncipe. Más bien un mendigo. ¡Y no debería haberse lanzado sobre mí a gritos! ¡Ni haberme insultado así!
Eso no lo tolero!
Editado: 09.04.2025