Confesora del Corazón de Dragón

Culpa. Latido 7 (IІ)

Culpa. Latido 7 (IІ)

—¡Buenos días! —al día siguiente crucé el umbral de los aposentos del príncipe con cierta aprensión, aunque sin mostrarlo—. He venido a trabajar.
—Buenos, buenos... —el príncipe estaba sentado en un sillón en medio de la habitación, como si me estuviera esperando. Estaba recostado allí, con una pierna cruzada sobre la otra y los brazos cruzados sobre el pecho. Me miró con una expresión sombría.

Llevaba puestos pantalones negros y una blusa blanca, el cabello recogido en un moño bajo, justo como solía vestirme para ir a clases en la Academia o cuando caminaba por las calles de la capital. Me gusta la ropa cómoda. No esos escotes que tanto adoran todas las damitas, sobre todo aquí, en la corte.

También yo me quedé mirando al príncipe con sorpresa, porque no se parecía a sí mismo. En absoluto.

Se había afeitado y ya no tenía esa barba desordenada, sino una barbilla limpia. Aunque el cabello seguía largo, caía en una onda negra sobre sus hombros. Pero una onda limpia, no esas estalactitas que tenía ayer. También se había puesto un traje negro decente. En resumen, parecía una persona (o sea, un dragón en forma humana), y no un vagabundo.

Lo que me sorprendió fue que Su Alteza tampoco se parecía ahora a las fotografías que había visto en los periódicos y revistas. Allí, su imagen era como de revista, adornada, irreal, como un muñeco pintado con decoraciones llamativas. Pero el hombre que tenía delante era real y carismático, con una barbilla decidida, los labios firmemente apretados y una mirada furiosa. Mmm. Ya sé por qué está furioso. Recuerda el baño de ayer. ¡Pero si le hizo bien! Me sorprendí mirándolo de más, porque en verdad era un hombre interesante.

—¿Qué es eso que lleva ahí? —preguntó el príncipe.

—¿Dónde? —salí de mi ensimismamiento, apartando la mirada de su rostro. A fin de cuentas, los dragones son criaturas hermosas, atractivas...

—En la mejilla.

—¡Ah! —sonreí—. Es una sanguijuela. Karuk. Bueno, un tipo de parásito. Pero esa palabra no se usa. Es un organismo vivo que ayuda a que las heridas sanen mejor. Son muy raros, casi nadie los conoce. Usted no lo sabía —empecé a hablar rápido, tratando de disimular la incomodidad. Por alguna razón, hoy, a diferencia de ayer, me sentía menos segura frente al príncipe. Tal vez porque ahora sí parecía de verdad un dragón y un miembro de la sangre real.

—Es repugnante —dijo él con una mueca—. Llevar algo así como... eh... un gusano en la cara.

Karuk, en realidad, tenía un aspecto peculiar. Esta sanguijuela, que una doncella conocida de Oska me había traído anoche en un contenedor especial, era completamente negra, de un tono antracita. Parecía una masa resbalosa, como un bloque de gelatina fría. Pero cuando la apliqué en la mejilla, se esparció sobre ella, cubriendo parte de la barbilla, la sien y la comisura del labio. Se volvió como una segunda piel. Solo que negra. No sentí ninguna incomodidad. Al contrario, el corte dejó de doler casi de inmediato, y por la mañana incluso había desaparecido la hinchazón.

Karuk sabía hacer su trabajo. Cuando la herida sanara por completo, se desprendería solo, y en el lugar donde había curado la piel no quedaría ni rastro del corte. Yo amaba a mi Karuk. Lo había heredado de mi abuela junto con otras cosas interesantes. Y ahora también me ayudaba a sanar. Que no le gustara al príncipe... era su problema. ¡Si él mismo fue la causa de mi herida! ¡Tiró cristales por toda la habitación!

Por cierto, ahora los aposentos de Su Alteza estaban limpios. Y eso también me alegró. Tal vez estaba listo para colaborar. Me animó mucho esa idea.

—Entonces, ¿empezamos a trabajar, Su Alteza? —pregunté—. Como su confesora, debo hacerle algunas preguntas.

—¡Oh, sííí! —respondió él alargadamente, brillando con el azul de sus ojos—. ¡Empecemos!

Di un paso hacia la mesa… Mmm. Bueno, intenté dar un paso hacia la mesa. Y me di cuenta de que no podía moverme. ¡Mis zapatos estaban pegados al suelo! Bajé la mirada y vi que a mi alrededor, en un radio de dos metros, había un líquido derramado. Parecía pegamento. Seguramente lo era. Súper resistente. El príncipe, al captar mi mirada perpleja, comentó con satisfacción:

—Aunque te quites los zapatos, volverás a pisar el suelo... Pero te recomiendo dejártelos puestos, porque sin ellos te arriesgas a quedarte sin medias y sin la piel de las plantas de los pies. El pegamento es muy fuerte...

Y mientras yo trataba de reponerme, buscando palabras para expresar mi indignación y pensando qué hacer a continuación, el príncipe se levantó de su sillón.
—Y ahora sí... vamos a empezar a trabajar...



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En el texto hay: dragon, amor romantico, del odio al amor

Editado: 09.04.2025

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