Confesora del Corazón de Dragón

Culpa. Latido 8 (II)

Culpa. Latido 8 (II)

Yo odiaba y me daban asco esas criaturas de muchas patas. ¿Y quién podría quererlas? ¡Si eran venenosas, resbaladizas y desagradables a la vista! ¡Puaj! ¿Y cómo podía el príncipe Eteron siquiera tocar una cosa así? ¿Qué pensaba hacer con ella? ¿Acaso matarme con esa bestia? ¡Podía hacerlo con facilidad! Aquella escolopendra era venenosa.
—Les inmovilicé a propósito de este modo —el príncipe asintió hacia el pegamento en el suelo—. Con mi pegamento mágico de alta resistencia. Para que no huyeras antes de tiempo. Porque quiero una promesa tuya. Te marchas de mi palacio, renuncias a tu cargo de confesora real. Lo juras, haces las maletas y te largas de aquí. Si no, pondré en marcha mi plan a largo plazo llamado “¡Expulsa a la confesora del palacio!”. Y mi primer argumento será, hoy mismo, mi escolopendra.

Al ver el terror en mis ojos, el príncipe sonrió con satisfacción.

—No, no temas, no voy a matarte. Esta pequeñita no soltará ni una gota de veneno mientras no se lo ordene. Pero qué repugnante es, ¿verdad? —el príncipe alargó la mano hacia mí, intentando mostrarme toda la “belleza” de su criatura horrenda.

Un escalofrío me recorrió y me eché hacia atrás. Pero no podía perder el equilibrio, porque si caía sobre ese pegamento, quedaría pegada entera. La ropa, el cabello, la piel… no habría forma de despegarme. ¿Qué hacer? En los ojos del príncipe danzaban chispas de locura. ¡Quería lanzarme esa escolopendra! Pero tampoco iba a aceptar dejar el palacio ni renunciar a mi trabajo. ¡No pensaba hacerlo!

—¡No perdamos tiempo! ¡Cuento hasta tres! ¡Te vas de mi habitación, de mi palacio, de mi vida, y desapareces! ¡Promételo, y no habrá guerra entre nosotros! Yo te olvidaré, tú me olvidarás. ¡Y esta escolopendra desaparecerá! —el príncipe me miró con expectativa—. ¿Entonces? ¿Me dejarás en paz?

Bien, había que actuar con rapidez y precisión. Ya sabía lo que iba a hacer frente a este chantaje. ¡Si era guerra, que así fuera! Necesitaba con urgencia a un príncipe funcional, a un futuro rey para poder sacar a mi prometido Tadeo de su desgracia. ¡Y pensaba quedarme en este puesto de confesora! Pero… ¡ay, cómo temía a esa escolopendra!

—¡Uno! —el príncipe entrecerró los ojos—. Solo tengo que lanzarla sobre ti. Tiene un reflejo excelente. Se meterá bajo tu ropa y empezará a arrastrarse por tu piel… ¡Dos!

Sus palabras me hicieron tensar el cuerpo y prepararme. Fuera como fuera, lo intentaría.

—¡Tres! ¡Tu respuesta, ahora mismo! —rugió el príncipe con furia, retirando la mano, preparado para lanzarme la escolopendra.

—¡No! —grité y me agaché de golpe.

Qué suerte que hoy llevaba pantalones. Si hubiera llevado vestido, el dobladillo se habría pegado al suelo y no habría podido hacer lo que tenía pensado. Me agaché para esquivar la repugnante escolopendra. Y también tenía la intención de escapar, de liberarme de la trampa pegajosa. Mañana volvería más preparada, y no caería en algo tan tonto como eso.

Tiré con fuerza de los bordes de la blusa con ambas manos, donde había pequeños botones bien cosidos. Todos saltaron por el suelo, y yo ya me estaba quitando la blusa. Me enderecé justo cuando vi que la escolopendra pasaba volando por encima de mi cabeza y caía contra la puerta. Entonces me giré todo lo que pude, lancé la blusa al suelo, tratando de posicionarla de modo que pudiera dar un paso sobre ella, empujar la puerta y dar un segundo paso más allá del umbral.

¡Y funcionó! ¡Y mis zapatos no me fallaron! Eran cómodos y se deslizaban bien. Me los quité de un tirón y, en un salto casi milagroso, di un paso sobre la blusa y otro ya fuera de los aposentos del príncipe. Casi me caí contra la puerta, pero esta se abrió, liberándome de la trampa. No pisé el suelo pegajoso, y eso me dio una alegría enorme.

Sí, fue incómodo presentarme ante el príncipe Eteron con solo un corsé. Indecente, vergonzoso. Y además tenía que llegar hasta mis habitaciones así. Pero mejor aguantar chismes y vergüenza que sentir esa horrenda escolopendra arrastrándose por mi cuerpo.

—¡No! —le grité al príncipe desde el pasillo, a través de la puerta abierta—. ¡No renunciaré a este trabajo! ¡Usted necesita ayuda, Su Alteza! ¡Haré todo para ayudarle! ¡Si es guerra, será guerra! ¡Y yo seré la vencedora!

Entonces cerré la puerta con fastidio y rapidez, para no ver más al príncipe Eteron, ese desgraciado, mi nuevo enemigo pero también, maldita sea, mi cliente-paciente. Ese canalla que me observaba el pecho con una especie de interés depredador mientras yo escapaba en corsé…



#197 en Fantasía
#27 en Magia

En el texto hay: dragon, amor romantico, del odio al amor

Editado: 09.04.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.