Confesora del Corazón de Dragón

Culpa. Latido 9 (I)

Regresaba a mi habitación furiosa, como esa misma escolopendra que el príncipe Eteron me había lanzado. Esas criaturas eran mágicas. Y cuando alguien las creaba, comenzaban su vida propia, independiente de su dueño. Lo que significaba que ahora estaría correteando por el palacio real, escondida en algún rincón. Solo quien la había invocado podía disolverla. Tal vez se había quedado en los aposentos del príncipe y él la había destruido. Pero ¿y si no? ¡Puaj! ¡Espero que no se arrastre hasta mi habitación! ¡Que se meta en otro lado! No sé… ¡al despacho del mago real Del Kartan, por ejemplo!

Apenas pensé en el mago, apareció de repente frente a mí, apresurándose escaleras arriba justo hacia el ala desde donde yo venía. ¡Y yo iba en corsé!

El mago casi se cayó en los escalones, con los ojos completamente clavados en mis pechos. No, todo estaba cubierto. Pero la ropa interior sigue siendo ropa interior. Inapropiado en cualquier sitio. Y más aún en un palacio real.

—¿Iritana, qué le ha pasado? —preguntó, devorándome con la mirada—. ¿Necesita ayuda? ¿Alguien la ha agredido? Usted… eh… está algo desnuda…

—¿Ah, esto? —me señalé el torso, fingiendo que era lo más normal del mundo pasear en ropa interior por los pasillos—. ¡Oh, no! ¡Todo está bien! —dije con ligereza, agitando la mano—. Es un ejercicio especial de las confesoras. Tenemos que acumular ciertas emociones que no nos son propias, a veces haciendo cosas no convencionales. Por ejemplo, pensé que sería interesante pasear por los pasillos del palacio en corsé. Epatar, por así decirlo, al público. Es decir, a los habitantes del palacio. Eso generaría en mí un sentimiento de vergüenza y timidez. ¡Y vea! ¡Ya me ha avergonzado y estoy toda cohibida! —finalmente crucé los brazos sobre mi pecho. Estaba completamente roja, como un cangrejo. Jamás había sentido tanta vergüenza en mi vida. Y ese ejercicio de epatar al público lo inventé en el momento. No quería que nadie supiera del duelo que mantenía con el príncipe Eteron.

—Parece que no calculé bien mis fuerzas —murmuré, avergonzada, bajando la mirada—. Fue demasiado extravagante. No volverá a ocurrir, estimado Del Kartan. ¡Le ruego que me disculpe!

—Ajá… —el hombre se acercó y se detuvo a unos escalones por debajo de mí, justo a la altura de mis pechos. Uno de sus ojos se desvió repentinamente hacia un lado, mientras el otro brillaba de admiración y deseo, clavado en mi corsé—. No diré que, como hombre, esto me desagrade, pero no sería prudente caminar así por el palacio real. Aquí hay todo tipo de personas. No todos reaccionarán con calma a sus… eh… ejercicios.

—¡Entonces voy a vestirme de inmediato! ¡Disculpe! —exclamé.

Corrí escaleras abajo, esquivando al mago. Pensaba que se quedaría allí y seguiría con sus asuntos, pero el hombre se apresuró tras de mí.

—Iré con usted. Justo iba a los aposentos de Su Alteza para esperarla allí y preguntarle cómo marcha su trabajo con el príncipe Eteron… Pero si me lo cuenta en su habitación, ¡mucho mejor!

¡Qué desastre! Estaba entre dos fuegos. Con el príncipe seguíamos en plena enemistad, y ni siquiera había comenzado realmente el tratamiento ni mis deberes como confesora. Pero lo intentaba. Y Del Kartan quería escuchar que yo estaba trabajando, mientras que el príncipe, en realidad, se hundía cada vez más en su apatía, alejándose de su naturaleza de dragón y volviéndose humano.

Había que improvisar.

La habitación estaba a unos pasos. Me escabullí dentro, corrí al armario, tomé la primera blusa que encontré y me metí al baño a vestirme.

El mago real entró tras de mí y cerró la puerta.

Cuando regresé a la habitación, Del Kartan estaba desparramado en el sofá. Me recorría con la mirada, pero yo ya llevaba puesta una blusa gris con cuello alto. Suspiró con decepción y comenzó a preguntarme cómo iban nuestras sesiones con el príncipe. Murmuré algo como “Todo bien, sin cambios”, pero de pronto me interrumpió y dijo:

—Sabe, mi querida Iritana, dejemos los asuntos para un poco más tarde. Hace tiempo quiero pedirle, cómo decirlo… consuelo verbal. Dicen que las confesoras son muy hábiles en eso —me miró descaradamente el pecho, su mirada aceitosa me recorrió el rostro y se detuvo en mis labios—. Dicen que es algo muy… eh… placentero. ¡Un deleite indescriptible! ¿Usted sabe hacerlo?

—Eso es inaceptable, Su Excelencia —se me escapó con un leve temblor en la voz.

Ay… justo eso era lo que temía...

_______________

Queridos lectores!

Esta es una novedad que no los dejará indiferentes. Aquí encontrarán de todo: amor, intriga, batallas, obstáculos, celos, aventuras…

Espero que disfruten esta historia de amor en mi mundo original. ¡Los leo en los comentarios y espero sus corazones! ❤️



#197 en Fantasía
#27 en Magia

En el texto hay: dragon, amor romantico, del odio al amor

Editado: 09.04.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.