Confesora del Corazón de Dragón

Culpa. Latido 10

Culpa. Latido 10

Deslizándome fuera de mis aposentos, me adentré por los pasillos del palacio real, intentando observar bien todo a mi alrededor, aunque en realidad tenía un objetivo concreto: encontrar a la sirvienta que conocía a Oska. Se llamaba Zosina, y era doncella de alguna dama de compañía en la corte. Cuando me trajo a mi Karuk, apenas intercambiamos unas pocas palabras. La muchacha tenía prisa, pero ahora pensaba interrogarla con detalle sobre lo que se decía en la corte real acerca del asesinato de la pareja verdadera del príncipe.

Yo solo conocía la versión oficial: habían partido en el tradicional viaje hacia las Rocas Negras y, en el camino, su comitiva fue atacada por los ambri*. El carruaje real pasaba por tierras de estos seres. Como resultado, los ambri mataron a la princesa ante los ojos del prometido, Su Alteza el príncipe Eteron. A él y a los skvires que lo protegían los atraparon en una trampa mágica, impidiéndole transformarse en dragón, mientras que la joven, que sí logró convertirse en dragona, fue apedreada hasta caer en un profundo abismo donde corría un río...

¡Fue espantoso! Cuando imaginaba esa muerte atroz, se me erizaba el cabello. Por supuesto, comprendía el terrible shock que debió sufrir el príncipe. Y podía entender su sentimiento de culpa por no haber podido proteger a su amada. Sentía compasión por él, conocía bien ese tipo de depresión oscura en la que ya no se desea vivir.

Pero había algo en toda esa historia que no terminaba de convencerme, algo me incomodaba. Sabía que los ambri eran criaturas que normalmente llevaban una vida nocturna, y el ataque se produjo en pleno día. Además, jamás se encontró el cuerpo de la princesa. El ataque ocurrió junto a un profundo barranco montañoso, en el fondo del cual corría un río. Tal vez el cuerpo de la dragona cayó hasta el fondo y fue arrastrado lejos del lugar del ataque. Cuando los skvires por fin lograron romper las ataduras mágicas impuestas por los ambri y se enfrentaron a ellos, ya era tarde. Por más que el dragón Eteron sobrevolara el sitio donde su prometida había caído, por más que gritara su nombre, todo fue en vano. Durante mucho tiempo, los guardias reales y los magos la buscaron, pero no la encontraron…

Y yo, al leer sobre todo aquello en los periódicos, siempre me preguntaba: los ríos de montaña suelen ser poco profundos, no podrían haber absorbido por completo el cuerpo de una dragona ya transformada, con su tamaño considerable. Los skvires la habrían visto. Y si, al caer en el abismo, se había transformado de nuevo en humana, entonces, primero, aún estaba viva si pudo hacerlo; y segundo, incluso al caer al río, no habría muerto. Todos sabían bien de las tres protecciones fundamentales de los dragones: el fuego, el agua y la muerte no podían dañarlos. Incluso en forma humana. Ahí tenías al príncipe Eteron, que deseaba convertirse en un simple humano… ¡Porque como dragón no podía morir!

Mientras recorría las maravillosas y espléndidas enfiladas** de salas ricamente decoradas del palacio real, me detenía a admirar todas aquellas maravillas, pero en mi mente recordaba todo lo que sabía sobre la prometida de Su Alteza. A veces me cruzaba con damas y caballeros de la corte, criados, sirvientes, damas de honor, pero yo mantenía el rostro serio y seguía de largo sin mirar a nadie, como si también tuviera asuntos urgentes. Con el rabillo del ojo notaba cómo las personas se fijaban en la mancha negra de Karuk en mi mejilla, pero no le daba importancia. ¡Algunos habitantes de Rodania tienen marcas aún más extrañas en el rostro!

Así que me concentré en mis pensamientos y en todo lo que había leído o escuchado acerca de la pareja verdadera del príncipe Eteron.

Aquella joven dragona se llamaba Carridala Alasgrises. Pertenecía a una familia adinerada de dragones del oeste, que siempre habían vivido en comunidades cerradas y mantenían escaso contacto con otros clanes. Pero, como todos, seguramente anhelaban emparentarse con los dragones reales, que ya casi no quedaban en Rodania. ¡Podías contarlos con los dedos de una sola mano! Estaba Su Majestad el rey Horias Alasrojas, padre del príncipe Eteron. Claro, el príncipe también. Su nombre completo era Eteron el Carmesí. En una provincia vivía la hermana del rey —Lucrecia Fresa***— quien aún no se había casado. Y eso era todo, aparentemente. Se decía que en las montañas vivía como ermitaño otro dragón real, que se había peleado con la familia hacía mucho tiempo y abandonado la capital. Pero eso fue antes de mi memoria, incluso antes de la vida de mis padres. Así que no puedo afirmarlo… tal vez solo sean rumores.

Así que emparentarse con la familia de los dragones reales era el deseo de todos los clanes de dragones. Y ocurrió que fue hacia Carridala que el príncipe sintió esa atracción de pareja verdadera. El clan de los Grises se alegró enormemente. ¡Todos los periódicos hablaban de ello! Y cuando el príncipe anunció su compromiso, se celebró una fiesta nacional. Aunque conoció a Carridala en ausencia de su padre, el rey Eteron no quiso esperar ni un minuto: deseaba casarse con ella cuanto antes. Incluso sin la bendición de su padre.

Pero antes del matrimonio, los dragones debían emprender un viaje tradicional hacia las Rocas Negras. Allí se encontraba el Oráculo que sellaba con lazos eternos las uniones verdaderas entre dragones. Y no podían volar, debían recorrer el camino en carruaje, atravesando ciudades y pueblos de su país, pues el camino a las Rocas Negras cruzaba casi todo el reino.

“Pues bien que hicieron su viajecito al Oráculo” —pensé con tristeza, al entrar en un pasillo que seguramente conducía al ala de los sirvientes. Allí ya no había decoraciones lujosas en las paredes, ni puertas talladas con belleza como en las salas principales.



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En el texto hay: dragon, amor romantico, del odio al amor

Editado: 09.04.2025

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