Confesora del Corazón de Dragón

Culpa. Latido 14 (I)

Culpa. Latido 14 (I)

Para empezar, tenía que encontrar al gato del príncipe, del que me habló Jettana. No, claro que podría haberme cortado un dedo o una mano con el cuchillo para hacerme una herida y acudir al médico del palacio. Eso habría sido bastante natural. Después de haber estado a punto de cortarme la lengua (¡si alguien se enterara, se quedaría en shock!), hacerme un tajo en la mano me parecía pan comido. Pero no podía ni mirar ese cuchillo con calma, me recorría un escalofrío cada vez que imaginaba lo que habría pasado si no hubiera aparecido Jettana. Lo escondí fuera de la vista, en un cajón, y solté un suspiro de alivio.

Así que había, al parecer, un gato. Esta nueva información me intrigó mucho, y decidí emprender la búsqueda y recabar más datos. Y de paso, dejar que me arañara las manos cuanto quisiera, porque iba a necesitar muchos apósitos. Rojos. Ajá.

Guardé con mucho cuidado el dinero que me había dejado Jettana, pegado al cuerpo, porque no confiaba en nadie en este palacio. Cuanto más hablaba con la gente aquí, más falsedad y engaño veía. Solo la sirvienta Zosina parecía sincera, buena y compasiva. De verdad se preocupaba por el príncipe Eteron. Y su señora, Delli Filora, también me pareció una mujer sencilla y bonachona. Al menos, no le oí palabras maliciosas ni quejas.

Y como no pensaba dejar tirado en cualquier parte el dinero por el que había venido a esta madriguera de víboras, lo llevaba todo conmigo, en un bolsito oculto atado con un cinturón especial a la cintura.

Bien. ¿Y ahora qué? Si quería atrapar al gatito, tenía que atraerlo con algo. ¿Qué les gusta? Supongo que salchichas, albóndigas, algún tipo de carne… Miré la mesa y vi que, en medio de todas estas peripecias, no había tocado la comida que las sirvientas me habían traído, seguramente durante mi ausencia. Todo estaba frío, pero en el plato había una albóndiga que decidí usar como cebo para el gato. Y ya de paso, yo también comí algo: bebí un poco de jugo y me comí dos empanadas. Necesitaba reponer fuerzas.

Observando la albóndiga estratégicamente importante, decidí dónde esconderla. No iba a andar por ahí con eso en la mano, honestamente. Entonces recordé la bolsita donde venían las monedas que Jettana me había dado. Allí metí la albóndiga, que, evidentemente, al meterla en la bolsita se deshizo un poco y empezó a oler… maldita sea, ¡deliciosamente! Al gato seguro le gustaría. Como no tenía dónde poner la bolsita con la albóndiga, y llevarla en la mano no era muy cómodo, la até con una cuerda que saqué de las cortinas del ventanal. Era bastante larga, así que la enrollé varias veces alrededor de mi cintura. Luego bajé el dobladillo de mi túnica para cubrirlo todo y voilà, albóndiga camuflada.

Mientras hacía todo esto, me reía de mí misma. Pero andar por el palacio con una bolsita que contenía una albóndiga deshecha... no era precisamente refinado.

Salí al pasillo y empecé a vagar en busca de alguien que pudiera decirme dónde se encontraba el gato del príncipe Eteron. Y me ayudó un hombrecito bajito y gracioso, que parecía más bien un mercader o un tendero, aunque iba vestido con un magnífico traje de terciopelo de un color... hmm, amarillo chillón. Probablemente pertenecía a la Ola Amarilla, pues me echó una mirada con unos ojos sorprendentemente grandes de tono bronce claro y respondió, arreglándose su voluminoso jabot:

—Si usted, señorita, pregunta por, hmm, el gatito de Su Alteza, puedo acompañarla hasta él. Todos en el palacio saben que duerme en la terraza del tejado junto a la torre sur. En la plataforma de despegue. Pero es mejor no tocarlo. Es algo... emm... agresivo...

—Solo quiero verlo —le aseguré—. He oído hablar del gatito, pero no lo he visto. Soy nueva en el palacio, aún no conozco todo...

Mientras subíamos con el caballero al tejado y caminábamos hacia la torre sur, nos fuimos conociendo.

Al enterarse de que yo era la confesora del príncipe Eteron, el hombre, curiosamente, se alegró de verdad. Dijo que deseaba a Su Alteza una pronta recuperación.

El caballero del traje amarillo se llamaba Del Glorius, y trabajaba allí como asistente del archivero en el Departamento Real de Archivos. Se encargaban de mantener en orden todos los documentos de la familia real, y el propio Del Glorius era copista, pues tenía una caligrafía perfecta. Me lo dijo con orgullo, y al momento se entristeció.

—¡Pero eso es maravilloso, tener una letra hermosa! —exclamé con sinceridad, recordando mis propios garabatos. Cuando me esfuerzo, aún escribo con claridad, pero cuando tengo prisa... ¡un desastre! A veces ni yo misma podía entender mis apuntes de clase.

—Sí, es, hmm, como usted dice, maravilloso —asintió el hombre con tristeza, y sus gafas se deslizaron hasta la punta de su nariz, mientras que de su peluca tradicional, tan apreciada por los habitantes del palacio, cayó un poco de polvo. —Pero a nadie le importa. Mire, por ejemplo, Del Paritas, es magnífico con las espadas. Cuando se celebran los tradicionales torneos dominicales en la explanada junto al ayuntamiento, todas las damas corren a verlo... cómo maneja su... emm... arma. O tome a Del Baruk. ¡Tiene una voz increíble! Toda la Ola Azul se enorgullece de él. Las chicas lo cubren de flores y notitas amorosas… ¿Y yo? ¿Quién sabe que tengo una letra bonita? ¿A quién le sirve? Como mucho, vendrán a pedirme que escriba con buena caligrafía una nota para ese tal Del Baruk…

El hombre se vino abajo de golpe, recordando seguramente lo habilidosos y codiciados que eran aquellos hombres entre las damas. Y sí, entendía su problema. Estaba solo. Probablemente quería conocer a alguna joven, quizás iniciar un romance o incluso una relación seria, pero ninguna se fijaba en él. Para ser sincera, era un personaje cómico. Yo misma, poniéndome en el lugar de alguna dama conocida suya, tampoco lo habría tomado en serio. Incluso me resultaba un poco patético con ese traje amarillo, su jabot exagerado y su peluca blanca y larga, casi caricaturesca...



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En el texto hay: dragon, amor romantico, del odio al amor

Editado: 27.05.2025

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